Linaje del Mal

37. Dalias

 

Andromeda 

 

Odio los sueños, en un año he tenido más sueños que en toda mi vida y cada vez se vuelven más personales. Mis propios recuerdos me atacan.
 

— Andromeda, ven acá muñeca. —Lyudmila me llama desde su recámara. 
 

Termino de prepararle el té y me dirijo a su habitación. Está reposando en la cama y acaricia su vientre. La bebé debe de nacer el otro mes.
 

Hace un espacio a su lado y me siento junto a ella. 

— ¿Ya tienes un nombre? —pregunto mirando su vientre con un poco de envidia. 

— Gretel. —hago una mueca expresando mi desagrado ante el nombre. ¿En serio? ¿Una bruja quiere llamar a su hija Gretel?
 

Después de unos segundos Lyudmila entiende el porqué de mi rostro y descarta el espantoso nombre. Decido dejarla e ir al jardín.
 

— Bueno, te dejo en tu búsqueda por el nombre perfecto. —antes de que cierre la puerta me detiene.

— Si vas al jardín recuerda regar los tulipanes y las... —chasquea los dedos tratando de recordar— Las que están al fondo, siempre olvido sus nombres. 

— Las dalias, Lyudmila. No es nombre difícil de recordar.
 

El sueño cambia, ahora estoy en una sala de estar. Las decoracion es digna de los años cuarenta.
 

— Dahlia te dije que no tocaras eso. —quito el pesado libro de sus manos y lo pongo en la última repisa. 

— ¿No entiendo que tiene de malo? Es solo un estúpido libro.
 

No es solamente un estúpido libro, es el libro negro de Lyudmila. Tiene cosas turbias ahí, hechizos demasiado poderosos para que alguna de nosotras intente. 
 

— Algún día me dejarán usar las cosas importantes Romy, no siempre serás la favorita. Te voy a destronar tarde o temprano. —sé que lo dice bromeando cuando me saca la lengua y se retira a su habitación.
 

Bueno, ahora sé que no bromeaba.
 

Me despierto cuando Malcom entra gritando mi nombre. 
 

— Romy despiértate, tienes que escuchar a Charles.

 

••• 
 

 

—¡Me estás diciendo que sabias desde hace una semana que Dahlia estaba cerca de nosotros y no tuviste las agallas para decírmelo! —mi voz retumba en la sala de estar y puedo ver a Jade dar un pequeños saltito.
 

No tiene porque estar asustada, mi ira se dirige hacia el cobarde de Charles.
 

—Andromeda, este definitivamente no es el momento de discutir, la vida de Sebastian está en riesgo.

 

— Por tú culpa. —Malcom pone una mano en mi hombro y pide que me tranquilice— ¿Dónde crees que estén? —preguntó ya calmada.

 

— Hay un molino abandonado a unos kilómetros de aquí. Estoy seguro de que se esconden ahí.
 

Asiento e intento pensar en un plan que funcione y luego me llega. La respuesta estaba en mi sueño.
 

— Malcom se honesto. Cuando tu madre perdió el libro negro, ¿tu tuviste algo que ver? —el duda en responder y por unos breves segundos vuelvo a ver el mismo rostro que solía castigar cada vez que hacía una travesura.

 

— Destroze la mitad del libro mientras intentaba abrirlo, no se lo iba a devolver a mi madre en ese estado. Me iba a colgar.

 

— Lo sé, pero lo conservaste, ¿cierto? —se aclara la garganta y mira a Jade al otro lado de la sala.

 

— Bueno, yo... ¡era contenido irreemplazable!

 

— Perfecto, porque planeo recuperar a mi prometido y tener una hermosa boda de primavera en una capilla de Andorra.

 

— ¿Cómo planeas hacer eso? Si se puede saber, claro. —pregunta Lydia, hablando por primera vez desde que desperté. 

 

Me encojo de hombros y pongo una sonrisa arrogante.

 

— Enviándolos al infierno. Literalmente.

 




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