~Lena~
―Cualquier cosa que necesites ―dice Anisa deteniéndose frente a la puerta de casa de mis abuelos, haciéndome saber que hasta aquí me acompañara―, solo tienes que decirle a Farah, él te acompañara a Cádiz o nos lo hará saber, para enviar a alguien por ti.
Me toma unos segundos procesar sus palabras. Aunque hable de quedarme por un par de semanas, ahora caigo en la cuenta de que nunca mencionamos sobre ir a visitarlos o volver antes de tiempo. Supongo que ellos si lo consideraron por adelantado. Es la primera vez que me dispongo a pasar tanto tiempo lejos de ellos y quizás piensan que cambiare de opinión. No estoy segura, pero quiero probar.
―Si. Gracias por traerme.
Asiente con un movimiento de cabeza, entregándome la bolsa con mis cosas y dándose la vuelta, se aleja tan de prisa. Tengo solo un instante para divagar, antes de que la puerta a mis espaldas se abra.
―¡Lena! ―Sonrío y doy un par de pasos cruzando el umbral de la pequeña, pero acogedora casa.
―Hola ―saludo dejando a mis pies mi carga.
―¡Bienvenida! ―Reconfortada con la calidez que su persona desprende, me dejo estrechar por los brazos de mi abuela Kassia. Que se aparta ligeramente, mirándome con una enorme sonrisa, rozando con una mano mi mejilla y clavando sus ojos en los míos. Probablemente buscando las verdaderas razones que me han traído hasta la puerta de su casa. No es que nunca lo haya hecho antes, pero ella es demasiado inteligente y difícil de engañar. En realidad, pretender engañar a alguien no es una opción y eso pasa cuando no eres muy buena ocultando tus sentimientos. Eso y que nunca quisiera hacerlo.
A pesar de las pequeñas líneas blancas que tiñen sus cabellos y los pliegues que se marcan en su rostro, sigue siendo una mujer hermosa y bastante conservada para su edad. No puedo decir lo mismo de mi abuelito, quien luce un poco más mayor, su cabello completamente pintado de blanco, pero que parece contagiado con su vitalidad.
―Gracias ―digo con timidez, aun un poco confusa por lo que he visto, aunque cada vez más convencida de que debí imaginarlo. No soy tan perceptiva como ellos. Abiel, Anisa o alguno de los guardias lo hubieran visto, si de verdad hubiera estado ahí. Algo que no parece real.
―No hay nada que agradecer, cariño. Esta también es tu casa y nosotros estamos más que encantados de tenerte con nosotros ―asegura rodeando con el brazo la cintura de mi abuelo, que sostiene mi mano, dándome un ligero apretón en señal de asentimiento.
A pesar de que ellos se unieron siendo adultos y habiendo tenido historias previas, lo que tienen no deja de ser menos fuerte y autentico, como muchas veces lo dice mi tía Mai. Y esta es otra diferencia entre los humanos y los vampiros, ellos pueden comenzar de nuevo o menos están dispuestos.
No vayas por ahí, Lena. No de nuevo…
La puerta se abre, interrumpiendo mis penosos pensamientos, Caden y Elise entran seguidos por Klaus. Todos mostrando una enorme sonrisa, algo que me alivia demasiado. No es que con mis padres sea distinto, sé que me adoran, pero del resto que me rodea a veces tengo la impresión de que se trata más de respeto o tolerancia por el apellido que me respalda, que por mí misma. No resalto como lo haría cualquier vampiro, o el mismo Josiah. Cada uno de ellos tiene fijadas sus obligaciones o rutinas y tal vez por eso que para todos soy solo la niña consentida a quien deben de proteger y atender. Triste, pero cierto. Y lo peor, esta es la primera vez que reflexiono.
―Llegaste ―murmura Caden, atrapándome en un fuerte apretón que separa mis pies del suelo. Me siento como una muñeca de trapo entre sus brazos, sobre todo porque soy más pequeña y él no parece hacer ningún esfuerzo. Sí que se ha vuelto fuerte.
―Aja ―consigo responder aun presa de su agarre. Observo a los demás, que no parecen extrañados de la exagerada muestra de afecto por parte de mi primo.
Sin embargo, noto el rostro contrariado de Elise, que al percatarse de que la miro, rápidamente sonríe de nuevo. Oh-oh. Me parece que aquí hay algo. Doy una mirada a Caden, pero él es completamente ajeno. ¿Sera posible…?
―¡¿Por qué me excluyen?! ―Y esa es la entrada de Airem, que con paso seguro hasta nosotros, viendo con malestar a Caden―. Se supone que me ibas a esperar ―lo acusa, pero él solo se encoje de hombros, mostrando una pequeña sonrisa.
―Pensamos que no estabas ―responde Elise, mirando de nuevo el brazo que Caden mantiene alrededor de mí. Es solo un atisbo de inconformidad, pero ahora que lo he visto, no me pasa desapercibido. Aunque de nuevo, todos lucen ajenos.
―Siempre estoy ―gruñe entrecerrando los ojos a Caden, pero luego se relaja sonriéndome―. Sera bueno tenerte por aquí ―asegura elevando su cabeza en mi dirección a manera de saludo. Ella tan… Airem. Siempre he admirado que no se intima ante nada y que no finge ser quien no es. No es muy dada a las muestras de afecto, excepto con su padre. A él le adora. Y a todos los demás les dice lo que piensa en su cara, aunque no sea del todo agradable.