~Lena~
No es posible que esto sea real, es decir, siempre he soñado que sucede, lo he anhelado, sobre todo después de ese primer beso, pero... Abiel no puede estar besándome de este modo, como si estuviera desesperado, hambriento de mí, como si lo necesitara. ¿Acaso he perdido el sentido sin darme cuenta? ¿Aún estoy soñando? ¿Es así?
Aspiro por la nariz impregnándome de su fragancia, en tanto que mi boca se llena de su sabor, que he probado antes, pero que ahora tiene cierto toque salado de mi sangre. Mi sangre. Eso ha sido tan extraño.
Rompe el beso, pero no se aleja. Me observa fijamente, no sé si esperando que me aparte o diga algo, en todo caso soy incapaz de hacer cualquiera de las dos. Ni siquiera estoy segura si podría mantenerme en pie, si no fuera porque me aferro a él y porque su cuerpo me presiona contra la pared de madera. Tampoco tengo idea en qué momento ha pasado esto. Sus manos sostienen mi rostro, acunando mis mejillas con demasiado cuidado. Sus ojos parecen más profundos, más intensos. No emite palabra alguna, de nuevo su boca toca mis labios, ahora es más suave, aun así me roba el aliento. El beso dura solo unos segundos, antes de que se mueva a mi cuello.
¡Si!
He imaginado tantas veces esto, que no puedo creer que sea verdad. Gimo echando la cabeza hacia atrás, permitiendo que su boca explore a su gusto mi piel. Sus dientes rastrillan ligeramente, enviando una sensación increíble que se instala en mi estómago y baja entre mis piernas, haciéndome temblar. Tengo la impresión de que sigo durmiendo o me he perdido en algún momento.
―Lena ―susurra, su aliento golpeando mi garganta. Sus manos ahora están en mi espalda, sosteniéndome firmemente. ¡Me gusta! Paso saliva ante el ronco sonido de voz, que es más una especie de gruñido salvaje.
Siento como sus labios se abren y succionan, antes de permitir que su lengua humedezca mi piel. ¡Oh sí! Repite la acción, solo que ahora es un poco más duro. Eso dejara marca, pero no importa, en lo único que puedo pensar es en lo bien que se siente, en aferrarme a sus brazos y esperar que no se detenga...
Su boca desaparece, antes de que su cuerpo se mueva, dejándome confusa y necesitada de más.
―Diría que lamento interrumpir, pero en este caso no lo hago.
¡Oh no!
Me tambaleo adormecida con su toque e incapaz de reaccionar del todo.
Abiel está delante de mí, su brazo aun me sostiene, pero su cuerpo bloquea mi vista de quienes han interrumpiendo y fueron testigos de lo que ha pasado. El señor Knut y Farah, quienes nos miran no muy contentos. Creo que puedo hacerme una idea, no ha sido una imagen demasiado inocente y el hecho de que soy un manojo de hormonas alocadas, no ayuda.
Busco mi voz, pero lo único que sale de mi boca es un jadeo extraño, que hace a Abiel tensarse a un más y aferrar mi cintura, pegándome a su espalda.
Esto es confuso, su actitud es defensiva, como si los considerara enemigos y no como si acabaran de encontrarnos en una situación no muy incómoda.
―Necesitamos que nos acompañes, Abiel. ―El padre de Airem parece preocupado a diferencia del señor Knut que mantiene una sonrisa ladina, como si estuviera conteniendo una risa. Él es tan él, tan Knut. Eso siempre dice Elise y tiene razón.
Abiel no se aparta, ni responde, lo que parece inquietarlos. Yo lucho por procesar todo. Desde que ha aparecido evitando que fuera golpeada, siguiendo por su toque y ahora el hecho de que parecen temerosos.
El movimiento detrás de ellos me hace desviar la mirada, para encontrar a Neriah, el padre de Klaus, quien también luce alarmado. Su presencia agita aún más a Abiel, quien se mantiene firme delante de mí, como si necesitara protegerme.
―¿Necesitamos ayuda para que vengas con nosotros? ―inquiere Knut, descruzando los brazos y señalando a Neriah.
¿Ayuda? Es evidente que piensan que Neriah pueda contenerlo, absurdo. Es decir, no ha pasado nada malo, no tendrían por qué actuar de este modo.
―No voy a dejarla sola ―declara, su voz volviendo a ser la misma de siempre, a pesar de que se muestra intranquilo.
―Caden cuidara de Lena mientras hablamos ―asegura Farah―, será solo un momento.
―No... ―Quiero negarme, pero Abiel me interrumpe.
―Bien. Iré ―responde girándose hacia mí. Su mano acaricia mi rostro, pero sus ojos se centran en mi cuello. Hay un atisbo de malestar y ahora también se muestra preocupado―. No pasa nada, necesito hablar con ellos.
―No puedes irte sin hablar conmigo ―exijo sosteniendo su mano, antes de que retire su toque de mi cara. Asiente con un ligero movimiento de cabeza y con poca disposición retrocede, hasta que sale de la pequeña habitación. Que ahora me parece demasiado pequeña para tantas personas reunidas entorno.