• OCULTO •
Mientras esperaba a Cecil sentada en una banca, mi mente seguía pensando en aquellos ojos profundos. Había algo que me decía que ya los había visto. Eran demasiado hermosos, pero también me parecía que eran algo extraños y peligrosos, y creo que debía haber algo mal en mi cabeza porque sin querer, comenzaba a desearlos.
Era una locura.
Pronto, la ansiedad me recorrió mientras pensaba en cosas absurdas.
Hace algunos años, cuando aún era una niña, mi madre solía contarme sobre todo tipo de historias, en especial, me hablaba de una, aunque ahora ya casi no la recuerdo; y menos lo hice cuando vi a Cecil bajar de un convertible rojo y caminar hacia mí.
Durante un largo tiempo la escuché hablarme, aunque como siempre no le estaba prestando atención, tenía bastantes cosas en la cabeza, sin embargo, mis oídos estaban atentos a todo lo que ella me estaba diciendo y más lo hicieron cuando una simple frase me hizo voltear a mirarla.
—Sí, como sea. —Le dije al incorporarme—. Hay que darnos prisa si es que quieres llegar temprano a tu cita.
Cecil guardó silencio, me sonrió y sin agregar nada más, avanzamos.
Al llegar al centro comercial lo primero que hicimos fue revisar cada una de las tiendas hasta que por fin entramos en una. Ella se veía realmente hermosa mientras se medía un corto y ajustado vestido. Le queda perfecto. Es esbelta y rubia, con el cabello largo y ondulado que hace juego junto a sus ojos claros, no son verdes, pero tampoco son azules, son de un color especial, una mezcla rara que hace que siempre los mire. Cecil no es como yo, tiene la piel más fresca y más suave que apenas y puedo comprarme con su apariencia.
Le sonreí un poco y continuamos buscando.
Más tarde, cuando ya habíamos terminado e íbamos de regreso, noté en sus pequeñas mejillas un ligero sonrojo, no fue difícil saber qué “eso” se debía a un chico. Cecil siempre ha sido así. No entendía que es lo que les veía.
Meneé la cabeza y rodando los ojos regresé la vista al frente, pensando en que ella jamás cambiaría, aunque cuando lo hice tuve que detenerme.
Matthew estaba parado frente a nosotras. Me puse nerviosa. Aún había rumores que decían que él continuaba enamorado de mí y que había hecho hasta lo imposible por conquistarme, pero para mí, él no era más que alguien que no sabía diferenciar un “no” de un rotundo “no”, y a decir verdad, Cecil no podía encontrar una explicación como para que yo rechazará a alguien tan apuesto como él, quien es de piel clara y bronceada; de ojos azules y con una fisonomía bien definida, eso sin mencionar que es uno de los pocos adolescentes que al igual que ella, se cotizan en el pueblo por su apariencia.
Inconscientemente me maldije, no era que él no me agradara, era solo que no me gustaba tratar con una persona como él. Al menos no, después de lo que le hice.
Luego de un rato y tras una pequeña charla, Cecil nos dejó solos, alardeando que era un poco tarde, pero no pasaban más allá de las siete. Yo también quería irme, aunque la insistencia de Matthew por quedarme fue tanta que termine por aceptar un café, de todas maneras, aunque me hubiera negado, él no conocía el significado de un no y tratar de hacer que comprendiera eso era todo un reto así que, no tuve elección.
—Y... —Me dijo al entrar en una cafetería—. ¿Puedo saber qué tanto compraron? —inquirió menos nervioso que antes.
Sin ser consciente de mi propio cuerpo, levanté una ceja ante su obvia pregunta porque de todo lo que me pude haber imaginado él había preguntado algo como eso, sin embargo, su conversación, una de las pocas que habíamos tenido desde que volví al pueblo, no me incomodaba.
—Cosas —respondí sin dejar de mirarlo.
—Para la fiesta de graduación, supongo.
—Sí, algo así —dije y lo miré sonreír.
No me fue difícil suponer su siguiente pregunta. Matthew suele ser demasiado obvio. Maldición. ¿Qué le hacía pensar que iría con él al baile?
—¿Te parece que soy de las que va? —inquirí una vez que me invitó a salir.
Él entrecerró sus ojos, se acercó a la barra y abrió la boca para decir algo, aunque cuando lo hizo, la chica que tomó nuestra orden llego con las bebidas. Tomé el latte de vainilla y fui hacia una mesa, seguida por él.
—No lo sé —respondió detrás de mi espalda, luego se sentó frente a mí y se recargo sobre la mesa—. Dime tú, ¿eres de las que va?
Suspiré molesta. Matthew es igual a mí o al menos en este aspecto lo es. Lo miré unos segundos más y finalmente, contesté:
—No, no iré —dije, tratando de ser grosera, aunque más bien mi tono sonó resignado—. Tengo algunas cosas que hacer. Además, no tengo tiempo —cité con una soltura que ni yo misma me esperaba.
Dejé de acariciar el contorno de mi vaso y continué hablando:
—Y qué me dices de ti. ¿Iras? —pregunté, aunque no fue necesario oír su respuesta, la pequeña mueca en sus labios lo hizo por sí misma.
—No, no lo creo.
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Editado: 10.08.2020