• EMOCIONES •
El exquisito calor que me provocaban los tenues rayos de sol que había esa clara mañana comenzaban a iluminar mi rostro al mismo tiempo en que la luz se proyectaba de una manera fina y delicada a través de mis ojos, conduciéndolos a un plácido sueño que no había tenido en varias largas semanas.
Estaba más que complacida por ello, no quería despertar, quería quedarme ahí, sintiendo una y mil sensaciones. Fue entonces que, de repente abrí los ojos de golpe.
No estaba asustada o alterada, mucho menos llorando, simplemente estaba ahí, en mi habitación, recostada por primera vez y en mucho tiempo sobre este viejo colchón, despertando a la luz de un nuevo día mientras asimilaba la hora, mi estado y... mis emociones.
Mi respiración era normal y mi pulso no estaba acelerado.
«Vaya…», pensé mientras extrañamente una débil sonrisa aparecía en mis labios.
Estaba feliz, aunque si lo pensaba mejor, no tenía idea de que era lo que lo había generado. Repasé una y otra vez en mi cabeza las cosas que había hecho ayer como para que hoy no tuviera pesadillas. Salí con Cecil y vi a Matthew durante un rato, sin embargo, nada de lo que pensaba me hacía sentir diferente a no ser por... el beso.
—¡No! ¡Eso no!
De ninguna manera. Sacudí la cabeza y alejé esos estúpidos pensamientos.
—Maldición.
No quería pensar más en eso porque sabía que si lo hacía mis tontas mejillas se enrojecerían y no quería eso. Giré una vez más sobre la cama, necesitaba pensar en algo más, así que empecé de nuevo hasta que la imagen de mi nuevo vecino apareció varias veces en mi cabeza.
En un instante, me quedé en silencio.
Era extraño que mi corazón latiera con tanta fuerza mientras pensaba en su rostro. Sus ojos no solo me quitaban el aliento, su presencia también me sacudía, me atrapaba y por primera vez, después de dos largos años y luego de sentir algo como la atracción, no lo detestaba, al contrario, estaba curiosa.
—Ah…
Un claro suspiro fluyo desde lo más profundo de mi garganta.
¿Quién era él?
Necesitaba saberlo.
Un poco más tarde, baje a desayunar. La abuela había preparado su típico desayuno “especial”, utilizando su famosa receta secreta en el los panqueques y el café. Tomé una pieza de pan y me senté a la mesa mientras preguntaba por el abuelo, quien como siempre había salido desde muy temprano junto a Itan, habían ido de nuevo a ver el ganado de los Hattaway por lo que la idea de saber que tendría que ir por ellos más tarde no me gustó.
Odiaba y detestaba con todas mis fuerzas ese lugar. Era demasiado aburrido, además de que cada vez que iba tenía que soportar la mirada indiferente y arrogante de Arlus quien me veía como si me comiera con los ojos, aunque para mi fortuna no lo había visto en un largo tiempo y esperaba que así continuara.
—Pues ya que. —Bufé al ponerme de pie—. Abuela, me voy a mi cuarto y por favor, si llama Cecil dile que no estoy —dije sintiendo su fría mirada sobre mis hombros—. No tengo ganas de salir con ella, me hablará de su cita todo el día y la verdad es que no quiero escucharla —mascullé, escapándome hacia mi habitación.
Una vez ahí me recosté en la cama con los audífonos puestos mientras encendía mi laptop y me disponía a disfrutar del poco tiempo a solas que tenía. Horas más tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse en el horizonte de un tono naranja, mi abuela me pidió que fuera por ellos.
No tenía más opción así que, poniéndome de pie tomé las llaves del auto y salí rumbo al rancho vecino en una camioneta negra, no sin antes detenerme por unos minutos a divisar la casa de enfrente que, a estas horas del día parecía tener un poco de movimiento.
Dejé de mirarlos y arranqué a toda prisa.
Para llegar con los Hattaway tenía que atravesar un largo sendero que es custodiado por enormes doseles de pinos y grandes abedules que están plantados a la orilla del lago que, en estos tiempos, en algunos días está congelado. Para ser un inmenso bosque y un lugar apartado de la civilización citadina es un lugar muy hermoso en donde se pueden tener toda clase de actividades, lo cual a mí no me interesaba en lo absoluto.
Sin embargo, mi abuelo insistía tanto en que practicar algún “deporte”, como él lo llamaba, era esencial. Recuerdo que alguna vez intenté usar un arco para cazar, mala idea, y las armas, todavía peor.
Mi experiencia con la caza fue terrible, yo era terrible.
Aproximadamente unos quince minutos después ya casi estaba a punto de llegar, frente a mí se divisaba la monumental casona de los Hattaway que lucía poderosa. Aquellos hombres son una de las pocas familias ricas que se encuentran cerca; poseen enormes hectáreas de terreno, eso sin mencionar la gran cantidad de animales que tienen; básicamente ellos son productores que suministran varios tipos de cosas como trabajo y perecederos que llevan y venden tanto al mismo pueblo como a las ciudades vecinas.
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Editado: 10.08.2020