Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo IV: Incidentes

• INCIDENTES •

El estúpido juguete con el que Itan estaba jugando me tenía más que molesta y ahora estábamos peleando por ello. Maldito Arlus. ¿Cómo se había atrevido si quiera a regalárselo? Ellos ni siquiera eran la clase de amigos que yo imaginaba.

Estaba tan furiosa que no fui consciente del momento en el que pisé a fondo el acelerador.

Solo quería llegar a casa lo más rápido que me fuera posible, no quería seguir escuchando a Itan decirme lo mala persona que soy. Me dolía ver la forma en la que él me gritaba y me hablaba.

Enojada, adolorida y con un fuerte dolor en el pecho regrese la vista al camino, fue entonces que, algo en la distancia me hizo frenar de golpe. ¡Maldición! Había chocado con algo.

Aturdida y con un fuerte sonido agudo en uno de mis oídos logre alcanzar a Itan que estaba tan pálido como una hoja de papel y, creo que también yo lo estaba, pero poco me importaba. Intenté moverme con normalidad, sin embargo, mis manos estaban temblando y mis piernas parecían no querer responderme, aun así, me las arreglé para hacerlo.

—Maldición... maldición. ¡Maldición!

Mi voz apenas y sonó con firmeza.

Apreté los ojos y respiré profundo. Tenía que mantener la calma.

Con los brazos apenas y respondiendo, lo abracé. No quería soltarlo. Necesitaba asegurarme de que él estuviera bien, sin importar nada. Yo debía de cuidarlo, protegerlo. Estaba tan al pendiente de él que lo último que me importó fue sentir como una delgada línea de sangre caliente comenzaba a resbalar por mi rostro.

Inmediatamente, Itan lo notó. Sin embargo, antes de que pusiera su pequeñita mano contra mi frente una voz fría y nasal me hizo gritar.

Asustada, me giré y vi la puerta.

Afuera y en medio de la ya caída oscuridad, hay un hombre apuesto, parado justo a mi lado.

«¿Qué diablos?» Pensé sin dejar de mirarlo.

Era mi nuevo vecino.

No entendía que hacía él aquí, a mitad de una calle solitaria y lejos de la casa más cercana.  

Bajo la luz de la luna lo vi sonreír, luego estiró una de sus manos y la metió. Parecía hacer un gran esfuerzo por contener la respiración, apagó el clac son y acto seguido me habló:

—Usa esto. —Me dijo de la misma manera cuando me ofreció un pequeño pañuelo blanco—. Sangras demasiado.

En mi confundida mente la escena de haberlo atropellado se repasaba una y otra vez. Sin embargo, él estaba ahí, a mi lado, ileso. No entendía nada de lo que estaba pasando, aun así y sin decir nada, tomé el pedazo de tela y lo llevé a mi frente para presionar con fuerza. De inmediato, un fuerte olor a frutos silvestres oscuros, mezclado con alguna otra clase de aroma dulce, hizo que mis ojos lentamente se cerraran, era como si disfrutaran de la fragancia que me recién me estaba rodeando.

—Ah... —suspiré, embelesada por el aroma.

Entonces y como si sintiera su mirada sobre mi rostro, abrí los ojos de golpe.

Él solo se burló.

«Imbécil».

¿Qué era lo que se había creído?

«¿Acaso te estás burlando de mí?»

—Oh, no. Claro que no. —De repente, su inesperada respuesta cortó todos mis pensamientos—. Podré ser todo menos eso —dijo, confundiéndome aún más.

¿A qué se refería con eso?

Era como si hubiera leído todos mis pensamientos.

Y, aunque trataba de hablar con nitidez, se notaba lo mucho que le costaba hacerlo, aun así, su fluidez era exquisita y su aliento, ese que chocaba contra mi rostro helado cada vez que habla, lo erar aún más, era fresco y tenía un delicado olor muy dulce que me atraía como abeja a la miel.

—Aunque yo que tú... —Lo oí murmurar—. La próxima vez usaría el cinturón de seguridad. —Me aconsejó tan frío como el mismo vacío que había en sus ojos y su voz—. Una imprudencia como la tuya pudo haberle costado la vida a cualquiera.

Sus palabras no solo habían sido frías y secas, también habían sido groseras, tanto que sus ojos oscuros parecían hacer juego junto con ellas.

—¡¡Qué!! —exclamé furiosa.

No iba a permitir que un perfecto “desconocido” me hablara de esa manera.

¿Quién rayos se creía?

Hice una mueca y con toda mi rabia me atreví a reclamarle:

—¡¿Una imprudencia como la mía?! ¿Estás seguro? —cuestioné de una manera tajante mientras me echaba a reír con ironía—. Sí, claro —dije, sin pensar en el resto de mis palabras—. ¿Y luego qué más? ¡Estúpido! Esto no hubiera pasado si un idiota como tú no se hubiera atravesado. ¡¿Qué era lo que estabas pensando?! —Le pregunté con fuerza mientras volteaba a mirar y señalaba la carretera.

Yo sabía bien lo que había visto y estaba segura de ello, aunque aún no lo entendía, sin embargo, él solo expresó un simple monosílabo arrogante que sonó de la misma manera que sus palabras anteriores.




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