• LÁGRIMAS •
—¡¿Qué crees que es lo que estás haciendo?! ¡Suéltame! —grité enfurecida.
Mi padre había ido por mí a mitad de la madrugada. Aquel día había salido desde temprano junto con Matthew a una fiesta, y era la hora en que todavía no llegábamos a casa.
—¡Señor, esperé!
Alcancé a escuchar la voz de Matthew de fondo.
A pesar de que estaba algo ebria por el alcohol pude verlo bajar las escaleras a toda prisa mientras él se vestía.
—¡Ya te dije que me sueltes! —repliqué una vez más mirando a Matthew a mis espaldas.
—Señor, por favor deténgase —habló él al alcanzarnos—. Ya no la lastime, todo es mi culpa. —Le dijo parándose entre los dos, a lo que mi padre lo miró furioso—. Lo que usted vio no es lo que parece.
—¡¿Qué no es lo que parece?! —gritó mi padre varias veces con cierto sarcasmo en su voz —. Si esto no es lo que parece entonces dime... ¡¿Qué es?! —Matthew se quedó callado, no por no saber la respuesta sino por todo el odio que aquel hombre expresaba en sus ojos—. ¡Estabas apunto de acostarte con mi hija!
—Señor, por favor no...
—Mejor cállate muchacho y aléjate de aquí antes de que comenta una locura. —Le dijo entre dientes—. No quiero volver a verte cerca de mi hija. ¡¿Entiendes?!
Tras su amenaza entorné los ojos en él, aquel hombre furioso no era nadie para prohibirme cosas, no cuando él había sido en primera el responsable de todas y cada una de mis desgracias. Apreté los puños molesta y lo encaré.
—Pero ¿¡qué diablos te ocurre?! —grité haciendo aún lado a Matthew—. Te crees demasiado bueno dando órdenes, aunque en realidad no eres más que un maldito cobarde que cree que hace un buen trabajo como padre, pero… ¡No es así! —Instintivamente mis manos golpearon su pecho—. Al contrario, tú y mamá lo han empeorado todo desde que se divorciaron. —Su rostro estaba desencajado, él no podía creer lo que le estaba diciendo—. Ojalá tú y ella murieran, así me harían la vida más fa... —dije, aunque no pude terminar mi frase al verlo como amenazaba con golpearme.
Matthew trató de entrometerse, pero al igual que antes lo detuve.
—Vamos, pégame. —Mis ojos destellaban con rabia al retarlo—. Si crees que lo merezco... ¡Hazlo!
Él me miró con una mano arriba, parecía pensarlo. Cristopher nunca me había golpeado, sin embargo, lo hizo, había sido la primera y última vez.
—No quiero que vuelvas a decir eso —exigió sin quitar su mirada de mi rostro.
En aquel momento ni siquiera me dio tiempo de evadir su golpe, todo había sucedido tan rápido que, cuando me di cuenta, tenía el rostro vuelto a un lado. Regresé la vista hacia él y lo miré con los ojos llenos de odio.
Toqué mi rostro, chasqueé los dientes y lo maldije mientras le daba la espalda y me alejaba.
Una vez que salí a la calle prácticamente fue lo mismo con mi madre a quien encontré dentro del auto esperándome.
Sin tener ninguna otra opción subí en la parte trasera del auto encerrándome con seguro.
—Qué bonita.
Fue lo que ella me dijo en un tono de reproche.
Sin responderle desvié mi rostro enrojecido a mis espaldas, Matthew se estaba subiendo al auto de sus padres que también lo estaban regañando o al menos, eso era lo que yo pensaba.
—¡Es tu culpa que ella sea así! —gritó mi madre luego de cinco minutos.
—¿Ahora resulta que es mi culpa? —cuestionó mi padre de mal humor al estarse subiendo—. Si tú le hubieras puesto un poco más de atención quizá ella no sería así. Tú eres su madre y tienes la responsabilidad de cuidarla, es tu hija.
—¿Ahora es mi responsabilidad? —Le contestó ella con sarcasmo mientras arrancaba—. Ella también es tú hija, yo no la hice sola —reprochó—. Tú también tienes responsabilidades como padre, pero parece que prefieres olvidarte de ellas y estar con otra mujer. —Le dijo con ojos cristalizados, dejando de observar el camino.
—Layla, ¡sé cuáles son mis responsabilidades! —gritó él—. Es por eso estoy aquí a las cuatro de la mañana viajando contigo y con ella. Eres tú la que no las conoce, no eres buena madre, ¡tan sólo mírala! Si no hubiera llegado a tiempo quien sabe que cosas hubieran pasado.
—Ella ya es mayor de edad. Ya sabe lo que hace, sabe lo que está bien y lo que no. Le contestó mientras me miraba con repulsión al imaginarse de lo que hablaba aquel hombre.
—¿Qué ya es mayor de edad? —En eso mi padre soltó una carcajada—. Vamos Layla. Es el pretexto más estúpido que te he escuchado decir en toda la noche —citó meneando la cabeza—. Con esa clase de ideas no puedo dejarte a mis hijos. Conmigo estarán mejor. Tú no eres lo suficientemente madre como para educarlos.
—Ah... Y me imagino que tu si, ¿no? —Le respondió de la misma manera—. ¿Y qué ejemplo les quieres dar tú al separarlos de mí y llevártelos a vivir con una mujer que es de la misma edad de tu hija?
—¡Otra vez con lo mismo! Estábamos hablando de Lea.
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Editado: 10.08.2020