Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XVIII: Intruso

• INTRUSO

Aunque me encontraba durmiendo, una parte de mí sabía que alguien me estaba mirando a los pies de mi cama.

Podía verlo, sentirlo.

No era la primera vez en que tenía esta sensación, tampoco era la última. Llevaba varias noches siendo observada por una extraña criatura que me deseaba, no solo era mi esencia lo que lo excitaba o mi belleza y forma de ser; tampoco era mi comportamiento o personalidad lo que le era adictivo, sino que, en realidad, lo que le atraía de mí, era mi vida, mi propia existencia y mi mero deseo de permanecer viva.

Aquel intruso aspiró profundo, llenándose del más dulce placer, complaciéndose a sí mismo mientras me veía, aquí, recostada en mi cama, gimiendo y sudando entre movimientos bruscos.

No era que él no quisiera ayudarme, era solo que le encantaba mirarme. De alguna forma, sabía que a él le gustaba llenarse de todo ese dolor que lo extasiaba hasta el punto de disfrutarlo. Gozaba de verme sufrir al tener aquellas contracciones que me hacían aferrar a las sábanas de mi cama.

Parecía que sus deseos eran incontrolables al tener esa sensación en su cuerpo que muy rara la vez podría darse, incluso... jamás, pero que aquí estaba. Yo tenía eso qué él y todos los demás buscaban.

Aquel demonio de ojos rojos sonrió con malicia y con un suave movimiento se acercó a mí.

Al estar cerca cerró los ojos e inhaló con paciencia.

—Tú... —murmuró lento.

Mi cuerpo lo había seducido desde un principio.

Frente a él me veía tan frágil, dócil e inocente que de seguro le provocaba la necesidad de protegerme, pero que a la vez también le dejaba ver lo fuerte, soberbia y orgullosa que era y tal vez, eso era lo que le había llamado más la atención de mí.

—Lea.

Alcancé a escucharlo entre sueños.

Sabía que él me deseaba, quería tocarme, probarme, besarme, aun así, se resistió.

—Eres... Tan hermosa —dijo y yo sentí su mirada sobre mis labios.

Quería despertar, pero no podía, era como si algo muy profundo me estuviera manipulando, y aun cuando lo hubiera hecho estaba segura de que todo habría terminado ya que, el contemplarme, con estos gestos que parecían matarme y el verme aferrar a la vida lo emocionaban.

Mi aroma, mi piel, mi llanto y... mi desesperación.

Todo era una mezcla infinita que potencializaba sus deseos por marcarme.

Me miró una vez más y por unos momentos olvidó todos y cada uno de sus principios. Se inclinó sobre la cama y se acercó hasta llegar a un punto sin retorno. Me admiro desde muy cerca, recorriéndome lento, sintiendo mi respiración y mi aliento en sus fríos labios hasta que, finalmente, una vasta sonrisa se extendió por toda su boca.

Cerró sus ojos y exhaló frente a mí depositando la frialdad de su cuerpo, provocando que mi piel se erizara.

—Shhh, tranquila —bisbiseó con ansias—. Todo saldrá bien —susurró—. Será rápido.

Me prometió apenas si tocando mi rostro.

Bajó a la curvatura de mi cuello, aspiró profundo, abrió su boca y…

✤✤✤✤✤✤

—¡¡No!! —grité llena de horror cuando me desperté de una forma violenta.

Llevé las manos a mi cuello y me toqué el área en donde creía haber sentido sus labios.

—Maldición.

Me quejé.

No quería entrar en pánico, pero cada fibra de mi cuerpo me gritaba que te tenía que correr.

Hice mis manos puño y contuve el aliento mientras me dejaba caer sobre la cama y trataba de hacerme a la idea de que todo había sido una horrible pesadilla, aunque ahora eran distintas, ya no se trataban sobre el accidente de mis padres, ahora, se habían vuelto borrosas, oscuras y no tenían sentido.

En todas ellas moría.

Por varias noches traté de aclararla, pero por más que las detallaba no lograba distinguirlas, eran perturbadoras y hasta peligrosas. En mis sueños siempre estaban esos ojos oscuros que me perseguían hasta encenderse al final de mi camino, dejándome atrapada entre tres altas paredes.

No tenía salida y no importaba cuánto me esforzara por permanecer viva ya que, siempre, cuando aquellos ojos me alcanzaban, mi mundo se desvanecía.

—¡No! —vociferé una vez más, saliendo de la cama y corriendo hacia el balcón.

Necesitaba respirar y sentir que estaba viva.

Que esto no me estaba pasando.

—¡Maldita sea! —blasfemé mientras dejaba que mi cabello cayera por ambos de mis lados, ocultando mi cara. Me sentía débil, cansada. Todo era confuso, tenía muchas dudas, eran muchos secretos y demasiados problemas.

Toqué una vez más mi cuello.

Las marcas aún seguían ahí.

Tragué duro al pensar en Arlus, él había dicho que él no era el único que me estaba deseando.




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