• REVELACIÓN •
Cuando finalmente desperté lo hice de nuevo dentro de esa habitación, no estaba asustada o impresionada como la primera vez, al contrario, mis sentimientos eran opuestos y, aunque no recordaba cómo era que había llegado hasta ahí, al menos estaba feliz.
La cabeza otra vez me dolía y creo que ya se me estaba haciendo costumbre. Dejé de prestarle atención al dolor y cerrando los ojos traté de recordar algo que pudiera ayudarme, sin embargo, nada llego a mi memoria.
Lo último que recordaba era haberme quedado dormida.
—Ah…
Estaba pensando en todo y nada a la vez cuando de pronto, me giré sobre la cama y vi de nuevo aquel cuadernillo que había visto la primera vez que estuve ahí, aunque ahora aquel diario parecía tener más letras que antes. La curiosidad me invadió, me estiré sobre el colchón y lo tomé; en él seguían plasmadas las mismas clases de inscripciones que no entendía, aunque ahora se hacían más repetitivas.
Mi entrecejo se frunció.
No entendía mucho de lo que estaba viendo, jamás había visto ese tipo de escritura, parecían símbolos raros pertenecientes a un dialecto perdido o tal vez solo era que estas notas estaban escritas en un lenguaje que no conocía e inclusive, podía atreverme a decir que era una mala forma de escritura, algo tan normal en un hombre que codificaba a su manera sus secretos.
Todo podía ser posible, sin embargo, dentro de todo aquello había algo que sí podía distinguir, en varias páginas estaba trazado mi nombre, el cual detonaba la prominente caligrafía que era exquisita, adjuntada a la perfección e inclinación con la que se representaba cada una de las anotaciones, dictando el alto grado de apertura emocional que él sentía por mí.
Sin querer una sonrisa se escapó de mis labios, estaba tensa y nerviosa, pero al mismo tiempo feliz.
—Edward —murmuré pensando en él y como si lo hubiera llamado con el pensamiento lo escuché.
Di un respingo cuando lo oí a través de la puerta, dejé el diario en su lugar y me cubrí con las sábanas fingiendo estar dormida.
Su voz se escuchaba realmente molesta al estarle reclamando a alguien que no conocía.
—Lawrence, eres grandísimo un tonto. Casi la matas —dijo Edward al otro lado de lo que supuse era el pasillo.
—Pero no lo hice. —Le contestaron a la defensiva—. Yo solo estaba jugando.
—¡¿Jugando, dices?! —espetó Edward entre dientes tomando la puerta.
—Pues, sí. La verdad es que no hay mucho que hacer en este lugar, además ya me cansé de ser cuidadoso.
—¿Cuidadoso? ¿Tú, enserio? Lawrence, ¿en verdad crees que has sido cuidadoso? —Le reprochó Edward llenó una risa que jamás le había escuchado—. ¡Pues no! ¡No lo has sido! —gritó—. Has sido todo menos eso. Últimamente nos has estado dando demasiados problemas. Primero, todas esas misteriosas "desapariciones", que si bien te recuerdo tuvimos que resolver y luego, todos esos conflictos que has estado causando con los animales de los ranchos vecinos y ahora... ¡Esto! Lea no tenía porque...
—Sí, sí. —Lo interrumpió—. Ya te dije que lo siento, pero no soy adivino. Tenía hambre y no pude resistirlo. Además ¿cómo iba a saber que tenías algo que ver con ella?
—Pues no necesitabas saberlo, es algo que debiste intuir.
—¿En serio, Edward? —espetó aquel otro chico—. Y cómo se supone que tenía que darme cuenta, ¿eh? Contigo todo es muy confuso. A veces eres un completo un huraño que se la pasa alejado de lo que es y otras veces eres todo lo contrario que creo que hasta ni tú mismo te entiendes. Tan solo mírate ahora, me culpas a mí por algo que es tan natural para nosotros, pero que al mismo tiempo te preocupa. —Terminó con una entonación sarcástica—. Edward, ella es solo una simple humana. Su vida no tiene importancia.
Al escucharlo abrí mis ojos de golpe.
¿Qué yo era una simple humana? ¿Qué mi vida no tenía importancia?
«Maldito bastardo», pensé.
Su comentario me había hecho enojar. Apreté las sábanas y sin poder hacer nada más que eso continué escuchando.
—Es que tú no lo entiendes.
—¡¿Entender qué...?! ¿Qué actúas como si en verdad te importara? —Le preguntaron de una forma altanera, luego hubo un corto silencio—. ¡Oh no! ¡No y no! —repitió aquel hombre que supuse se llamaba Lawrence—. Tú no puedes estar enamorado de ella —criticó, lleno de desaprobación—. Edward, el amor no es para nosotros. Sabes que eso ya no está permitido. Nosotros no podemos, no debemos. Romperíamos las reglas y seríamos castigados.
—Pues no sería la primera vez.
—Pero sería la última. Tus padres van a matarte.
—Ellos no tienen por qué saberlo.
—Así como ella no tiene por qué volver a estar aquí. —De pronto la voz de Leonard me asustó—. Demonios Edward —refutó una vez que deje de escuchar sus pasos—. ¿Por qué la trajiste aquí otra vez? Y tú Lawrence...
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Editado: 10.08.2020