• INVITACIÓN •
De nuevo estaba recostada en mi cama escuchando cómo Itan otra vez hablaba solo. La cabeza de nuevo me daba vueltas, y últimamente estaba sufriendo de insomnio. Miré la hora en el reloj de cabecera, como siempre, era de madrugada.
Maldición.
Odiaba que a veces él hablara tanto.
Sin muchos ánimos caminé hacia su habitación dispuesta a ir a callarlo, aunque una vez que estuve frente a su puerta algo llamó mi atención. Me recargué y escuché por unos momentos como Itan susurraba varias cosas que no tenían sentido. Varias veces arrugué el entrecejo. No comprendía nada de lo que él decía, eran oraciones cortas o sonidos incoherentes, a veces él parecía exaltado, otras confundido y triste; y muchas otras más decepcionado o enojado.
Me permití darle su espacio, sin embargo, fue tanta mi curiosidad que terminé irrumpiendo en su cuarto.
—Oye, ¿qué haces?
Le pregunté con desconfianza mientras encendía la luz y lo miraba sentado a los pies de su cama, mirando hacia la ventana.
Él me observó, sus ojos estaban vidriosos, rastro que significaba las inmensas ganas que tenía de llorar, aun así, conservó sus lágrimas intactas.
—¿Estás bien? —inquirí al acercarme.
Él me dio la espalda.
—Itan, por favor. Ya no eres un bebé para que hagas este tipo de cosas —dije mirando cómo se cubría bajo las sábanas—. ¿Con quién hablabas?
—Con nadie.
Me respondió de una forma tajante.
—¿Cómo que con nadie? —Le reclame frunciendo mi ceño—. Llevas horas hablando. ¿Con quién lo hacías?
Halé las cobijas y lo miré.
—Ya te dije que con nadie —repitió y volvió a taparse.
—De acuerdo. Si no quieres decirme está bien, pero no puedes levantarte a mitad de la noche y hacer esto.
Lo escuché bufar, se destapó y me miró.
—Tenía una pesadilla, ¿sí? —cortó molesto.
Yo hice una mueca al recordar que yo también las tenía.
—Oye —dije un poco más calmada—, si las tienes puedes venir conmigo siempre que quieras y meterte en mi cama, igual que antes, ¿recuerdas? —Le dije mientras me acomodaba a su lado y lo abrazaba, sin embargo, aquel abrazo ya no se sentía igual que antes, ahora se había vuelto más frío y misántropo.
Él no me contestó así que suspiré, sintiendo en mi garganta como un nudo comenzaba a formarse. Aguanté las ganas de llorar y lo abracé aún más sin saber qué era lo que le estaba pasando.
Por lo que a mí me pareció un largo rato me quedé recostada a su lado hasta que finalmente se quedó profundamente dormido. Verlo e imaginar la clase de sueños que él podía tener me hacían pensar demasiado. Me preguntaba: ¿Qué tipo de pesadillas, si es que las tenía podían llegar a alterarlo tanto como para que él actuara de esta manera?
En realidad, no lo sabía, aunque pude suponer mil cosas.
Me sentía frustrada, desde que nuestros padres murieron muchas cosas habían cambiado y ni Itan ni yo éramos los mismos.
Resoplé, aún sentía una pesada carga sobre mis hombros. Tallé mi frente y suspiré mientras me revolvía el cabello, imaginar ese tipo de cosas solo me desgastaban.
Con cuidado le di un beso sobre su frente y me alejé de él, estaba segura que cuando Edward me convirtiera iba a extrañarlo, demasiado. Sí, tal vez estaba siendo muy egoísta al convertirme solo yo, pero no era como si quisiera condenar al resto de mi familia, ya de por sí el que me convirtieran solo a mí era un problema.
Sonreí apenas, sintiendo en la punta de mis labios un sabor amargo, estaba llorando.
—Ojalá supiera lo que atormenta —dije sin dejar de verlo, fue entonces que el abrió sus pequeños ojos color amatista.
En silencio me miró, tocó mi rostro y lo limpió, luego, dijo algo que no esperaba escuchar en un largo tiempo.
—Papá y mamá están muertos, ¿cierto?
Literalmente mi corazón se detuvo. Itan me había tomado totalmente por sorpresa.
¿Qué se suponía que tenía que decirle?
—¿De eso se trataba tu pesadilla?
Estúpidamente pregunté.
Él centro sus ojos en mí, torció la boca y en medio de un chasquido me dio la espalda. Su mirada llena de decepción me hizo sentir culpable. Quise tocarlo, pero no pude hacerlo. La culpabilidad me estaba matando. Cerré los ojos y presioné los labios mientras sentía como mis lágrimas comenzaban a reclamar mi estúpido rostro.
Decirle la verdad no era algo sencillo, tampoco era algo que tuviera muy bien planeado. Sí, iba a decírselo, en algún momento lo haría, pero en este instante no podía hacerlo.
Había planeado tantos escenarios para confesárselo que en ninguno de ellos yacía ese momento.
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Editado: 10.08.2020