Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XXX: Preámbulo

• PREÁMBULO

Sin poder evitarlo mil y una lágrimas resbalaron por mi rostro, me sentía impotente, frustrada e inútil. Veía todo borroso, me era casi imposible distinguir las cosas, aunque los gestos desencajados de mis abuelos se habían marcado en mis ojos.

—¡Maldición! —blasfemé furiosa, pensando en la única persona que les pudo haber hecho esto.

Dejé de mirarlos y limpiando mi rostro llamé a la ambulancia.

Cuando colgué la bocina Edward ya se encontraba a mi lado. No me dijo nada, lo cual agradecí. No me sentía muy bien en estos momentos, amaba a mis abuelos, pero de nada servía ponerme a llorar. No iba a volver a sumergirme en la soledad y en la oscuridad de la cual me había costado tanto salir.

—Vamos, salgamos de aquí.

Alcancé a escuchar la voz de Edward.

Tomé su mano y en silencio salí junto a él. Lawrence nos estaba esperando afuera mientras hablaba con las autoridades que recién habían llegado, era un pueblo pequeño.

Levanté la vista al cielo y pensé en la mejor forma de decirle al vampiro que tenía a mi lado que había sido Amelia quien los había asesinado, sin embargo, cuando estaba por hablar un policía apareció frente a nosotros.

El hombre me interrogó por un corto período de tiempo, todo iba relativamente bien hasta que de pronto dijo algo que no había tomado en cuenta.

Estaba más despistada que nunca, primero mis abuelos y luego Itan. ¿En dónde demonios estaba? Por unos largos momentos, me quedé pensando, si el policía no me hubiera preguntado por él yo ni siquiera hubiera hecho el intento por recordarlo.

Estaba siendo de lo más egoísta. Últimamente pensaba solo en mí.

—¡Maldición! —Me quejé al ver cruzar su dulce rostro por mis ojos—. Itan —murmuré dentro de mis labios, tratando de hacer memoria.

Él no estaba en la casa porque de haberlo hecho lo hubiera encontrado junto a mis abuelos, pero no había sido así. Comencé a desesperarme, si Amelia le había hecho daño yo jamás se lo iba a perdonar. Mis abuelos eran y habían sido importantes para mí, pero mi hermano, Itan, lo era aún más y por él yo estaba dispuesta a hacer lo que fuera, incluso hasta dar mi propia vida si es que era necesario.

Sin ser consciente de mucho alcancé a escuchar a Lawrence gemir a mis espaldas, supuse que fue por lo último que pensé. Volteé a mirarlo, entorné mis ojos en él de forma amenazante y sin ser nada amable le pedí dentro de mi mente que guardara silencio, así como yo lo estaba guardando al no decirle nada a Edward de que él estaba leyendo mis pensamientos.

En cierta forma me convenía que al menos ese maldito vampiro no respetará las decisiones de Edward, aunque no sabía que tanto podía confiar en él ni que tanto tardaría en delatarse él mismo.

Estaba molesta, enojada y entonces... lo recordé. Itan debía estar aún con aquel niño de su escuela. Sin dar ninguna clase de explicación solté la mano de Edward y eché a correr tanto como mis pies me lo permitieron.

A dos cuadras él debía estar ahí, esperándome.

Una vez que llegué a aquella casa pregunté por él mientras intentaba recuperar el aliento. Tenía las manos puestas sobre las rodillas cuando una mujer de cabellos claros se paró frente a mí; me miró preocupada y algo curiosa, aspiré profundo y volví a repetir mi pregunta, sin embargo, la mujer parecía no saber de lo que le hablaba.

—Itan, mi hermano —repetí.

Mi voz sonaba realmente cansada.

—¿Tú... eres su hermana? —espetó confundida. Yo asentí, pero ella negó—. No —dijo—, tú no eres su hermana —aseguró con una seriedad que me hizo querer golpearla.

—¿Disculpe?

¿Cómo se atrevía aquella terrible mujer a decirme eso si Itan y yo éramos como casi dos gotas de agua?

El mismo color de cabello y los mismos ojos color amatistas.

Maldición.

—Lo lamento, pero no te conozco. La hermana de Itan vino por él hace más de tres días.

La miré confundida.

—Amelia —susurré apenas, sintiendo como todo mi cuerpo se tensaba.

Ella lo tenía.

Sin responderle de nuevo corrí con una gran desesperación de regreso a casa o más bien corrí hacia donde Edward, necesitaba hablar con él y sus padres, necesitaba contarles acerca de Amelia.

Al llegar de nuevo con ellos pude vislumbrar a lo lejos como las ambulancias estaban terminando de hacer su trabajo. Me desplacé rápidamente hacia ellos, pero en esos instantes Lawrence me detuvo.

—No te preocupes. —Me dijo con su mano puesta sobre la mía—. Yo me haré cargo del resto. —Su voz por primera vez parecía sincera—. Tú tienes que encontrar a tu hermano.

Sin dejar de mirarlo asentí.

—¿En dónde está Edward? —pregunté rápidamente—. Necesito decirle que...




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