Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XXXIII: Sadismo

• SADISMO

Con los ojos casi cerrados me obligue a permanecer despierta. No era tiempo de desmayarme con dos seres oscuros a mi lado, por mi bien, necesitaba a como diera lugar mantenerme consciente. Amelia estaba a un par de metros de distancia, sus profundos ojos rojos centelleaban con sadismo y enojo bajo sus delgadas gafas de cristal. Se veía realmente molesta.

A pesar de que su imagen era un poco borrosa yo sabía bien que se trataba de ella, aunque aún no entendía porque esa maldita vampiro estaba aquí, mirándonos como si quisiera matarnos.

Tragué duro al sentir como mi corazón palpitó con rudeza bajo mi pecho.

La vi acercarse a Arlus a paso lento, las ramas y las hojas apenas y crujieron bajo sus pies, parecía como si ella fuera una clase de experta en ello. La miré mover sus labios, su voz era tétrica y aterradora.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Alcancé a escucharla mientras llegaba a Arlus quien estaba boca abajo a uno de mis costados, mirándola de la misma forma en que ella lo hacía.

Era la primera vez que veía a Arlus con el rostro enrojecido por la ira. Se puso de pie y la miró de frente sin hacer nada más que apretar los puños, fue ahí en donde me di cuenta de lo poco que ambos estaban usando. Ella, un camisón liso y corto hasta llegarle por encima de la mitad de sus esbeltas y perfectas piernas; color negro, de algunos cuantos encajes en las mangas de tirantes, mientras que él, usaba una camisa blanca abierta, desfajado, mostrando apenas el inicio de sus ajustados bóxers oscuros.

Sin dejar de mirarlos empuñé un poco de tierra.

No me fue tan difícil de entender qué era lo que Amelia hacía aquí y en este lugar con él, la poca ropa que ambos estaban usando me lo aclaraba todo.

Lo miré a él y luego a ella soltando una risa llena de hipocresía, era increíble darme cuenta de lo equivocada que estaba con respecto a ellos.

¿Cómo era posible que Amelia se atreviera a amenazarme y a hacerme sufrir por verme alejada de Edward, cuando ella misma se veía a escondidas, si es que lo hacía con Arlus?

¡Maldición!

¿A caso a ninguno de los dos le importaban los sentimientos?

Gruñí en mi interior.

—Querida, somos vampiros. Los sentimientos no son algo que nos importe.

Sin dejar de mirar a Amelia golpeé la tierra con todas mis fuerzas. Mis ojos comenzaron a cristalizarse. Si para ellos los sentimientos no importaban entonces ¿qué había sido toda esa basura de celos? ¿Por qué pedirme que me alejara de ellos y de Edward?

La escuché sonreír.

Estaba por ponerme de pie cuando de repente el vampiro que estaba a mi lado le habló:

—¿Acaso no es obvio lo que hacía?

Le respondió tajante mientras se movía de su lugar y se limpiaba los labios, luego se colocó frente a mí dándome la espalda.

Amelia lo siguió con la mirada y yo no pude hacer nada más que verlo desde el suelo confundida.

Arlus guardó las manos dentro de sus bolsillos y la miró aún más mientras elevaba la profundidad de su ego.

¿Porque demonios todos eran así?

«Tan... arrogantes», pensé mientras intentaba ponerme de pie, pero la fuerza con la que había sido lanzada y la caída que había recibido momentos antes me habían hecho mucho daño.

—¿Ahora qué crees que haces?

Le preguntó ella apretando los dientes.

Él no le respondió lo que hizo que Amelia se enojara todavía más. Su mirada se encendió con matices aterradores, el color de sus ojos había pasado de ser un rojo oscuro a uno totalmente brillante.

—¡Basta de tonterías! —Le gritó con enfado—. Aléjate de ella —ordenó arrastrando sus últimas palabras, sin embargo, aquel ser que estaba frente a mí no se movió ni un solo centímetro—. Enserio Arlus. No me hagas enojar o te eliminaré —amenazó yendo a paso lento hacía él.

Arlus apenas si sonrió, parecía seguro de sí mismo al no moverse.

—No te atreverías a hacerme daño.

Le respondió serio y ella carcajeo.

—Querido... —contestó Amelia con sadismo—. Aún eres demasiado ingenuo, todavía no me conoces. —Le espetó sin dejar de lado el tono infame de su voz—. Cuando algo me molesta simplemente lo eliminó, además, que no se te olvide que fui yo quien te convirtió. Me debes lo que eres.

Le dijo dando un paso más hacia el frente con fuerza.

Las copas de los árboles se movieron sobre nuestras cabezas, sin embargo, Arlus se mantuvo inexpresivo por un rato, luego suspiro.

—Entonces supongo que al final valió la pena haber vivido un poco más —dijo sin dejar aquella postura engreída que tenía.

Amelia bufó irritada, apretó los puños y sin pensarlo en menos de un segundo Arlus ya se encontraba preso entre sus manos.




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