Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XXXV: Dolor

• DOLOR •

—Lea, despierta —susurraron suavemente frente a mi boca, aunque no fue como si al escucharlo yo abriera los ojos en calma, al contrario, la angustia que sentía me hizo abrirlos de golpe.

Las sienes me dolían y me costaba trabajo respirar.

—Tranquila —alcancé a escuchar a Arlus decirme cerca de mis oídos—. Todo terminará pronto —continúo, pero yo no podía estarlo, al menos no al estar sentada de frente sobre su regazo, golpeando su cuerpo con una desesperación mientras él implantaba algo denso y caliente en el interior de mi cuello.

Era un líquido viscoso que me recorría a través de todas las venas, podía sentirlo y era doloroso.

Me removía una y otra vez con brusquedad tratando de escapar del dolor que sentía, no podía compararlo con nada, era demasiado intenso y profundo que si no hubiera sido porque él me estaba abrazando con fuerza yo me hubiera rendido.

—Duele —pronuncié apenas.

—Sí, lo sé. —Me dijo—. Pero como estoy ahora no puedo hacer que tu transformación sea placentera. Lea, esto te va a doler mucho más de lo que te imaginas —advirtió sin soltarme.

—¿Qué tanto? —pregunté, aunque ya intuía su respuesta.

—Será algo que nunca jamás has sentido.

Sus palabras me asustaron, sin embargo, no creí que fuera posible llegar a sentir todavía más dolor del que ya me estaba causando.

—¿Qué fue lo que me hiciste? —inquirí entre un par de lágrimas.

Él me miró.

—Solo te di lo mismo que tú me diste a mí. —Me respondió en un hilo de voz—. Vida.

Si esto era la vida que yo le había dado no la quería. Sentía como todo mi cuerpo se contraía sin piedad al escuchar como mis huesos tronaban en mi interior, acomodándose uno tras otro al irse endureciendo.

Gemí de dolor, aunque poco a poco deje de escucharme, sin embargo, aún podía sentir como mi cuerpo sufría de incontrolables espasmos, al principio eran cortos y a cada minuto, pero luego se hicieron más constantes y duraderos.

Mi dolor no tenía ninguna clase de comparación.

No había excitación ni nada que se le pareciera, solo era dolor y más dolor.

«¿Qué me está pasando?», pregunté a través de mi mente.

—Estás muriendo. —Me respondió suave, como intentando compensar la hostilidad de aquellas dos duras palabras—. No prestes atención o te dolerá todavía más.

¿Morir? ¿Acaso no había muerto ya?

—Lea, eso no fue morir —añadió rápidamente—. Lo de hace un momento solo fue una clase de suspensión.

Su voz había pasado de sonar firme a apenada, como si le doliera a él mismo lo que yo estaba sufriendo.

Intenté hacer mis manos puño, pero estas se quedaron a mitad del proceso.

Balbuceaba una y otra vez tratando de jalar todo el aire que me hacía falta, pero no era como si me estuviera llegando, mis ojos se dilataron y unas cuantas lágrimas descendieron a través de mi rostro, fue entonces que, por breves momentos pude ver a mi antigua vida pasar.

Fue algo extraño porque pude verme desde el vientre materno de mi madre, pude escuchar la voz de papá en la oscuridad y el cantar de mamá en mis oídos.

Vi mi nacimiento, mi infancia, mi adolescencia, el accidente, a Edward.

Lo vi prácticamente todo.

A pesar de que estaba muriendo una vez más pude sentir el extraño calor de los brazos de Arlus al abrazarme.

—Tranquila, ya casi termina.

Me susurró sin soltarme.

Y eso era lo que yo esperaba, que todo terminara de una maldita vez, sin embargo, no esperé sentir lo que vino después.

Mis ojos empezaron a perder su brillo, su color, se hicieron opacos, fue ahí que el resto de mi cuerpo lo supo. Los latidos de mi corazón se hicieron nulos y por fin mi sistema respiratorio dejo de funcionar, aunque mi cerebro aún continuaba mandando señales, estaba muerta, pero aún podía escuchar a Arlus hablarme.

Me encontraba sumida dentro de la oscuridad, vagando sin dirección alguna hasta que él me dio a beber algo, mis papilas gustativas lo sintieron, era una sapidez extraña pero a la vez conocida. Era un delicioso y dulce sabor a hierro que se mezcló en lo profundo de mi sistema y el cual me pidió a gritos cada vez más, sobre todo por ese peculiar olor a metal que en vez de provocarme una alerta de supervivencia me hizo querer ir hacia el peligro.

Lo deseaba, lo quería dentro de mí.

—Lea, es suficiente.

De pronto su voz me obligó abrir los ojos.

Estaba aferrada a su muñeca, succionando con desespero, los gestos de Arlus eran dolorosos pero a la vez placenteros. Lo miré sin retirarme, ahora que él me había dado a probar de su sangre no iba dejarlo.

—Lea, por favor.




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