Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XXXIX: Encuentro

• ENCUENTRO •

Por unos instantes miré mi puño sorprendida. Mi golpe había dado justo en donde yo había querido. Sentía que ni siquiera había ocupado toda mi fuerza, aun así, Amelia salió disparada directo hacia los arbustos, partiendo en mil pedazos todo lo que se encontraba a su paso hasta caer sobre la tierra y derrapar en ella formando un enorme montículo.

La vi levantarse con algunos problemas, aunque al final logró reponerse. Su rostro era serio, pero su mirada estaba cargada de odio.

Limpio sus labios y me maldijo.

—Es la primera vez en mucho tiempo en que alguien me hace tanto daño —dijo viniendo hacia mí.

Por alguna razón tragué duro. Era la primera vez que la veía de esta manera, incluso, el mismo miedo que sentí la primera vez que la vi se quedaba demasiado corto a comparación con el de este momento. Inconscientemente, llevé una de mis manos a mi pecho buscando mi amuleto, aquel que Matthew me había regalado, pero no lo traía puesto.

Me asusté un poco, sin él se sentía desamparada.

Rápidamente intenté hacer memoria, Arlus debía de tenerlo. ¡Maldición! No recordaba habérselo dado, sin embargo, si recordaba que antes de ser convertida en un vampiro había escuchado su melodía. Traté de pensar en ella, fue entonces que la escuché, débil, lejana, pero ahí estaba.

Una vez que reaccioné intenté golpear a Amelia cuando llegó conmigo, pero ella me evadió con un golpe al atravesar mi hombro, y un segundo después salimos volando hasta llegar de nuevo a orilla del lago, fueron varios metros recorridos.

Varias veces rebotamos sobre el agua hasta que finalmente nos hundimos.

Podía ver mi sangre burbujeando, mezclándose con la luz de la luna que atravesaba el agua oscura. Tristemente sonreí mientras pensaba en que esto era lo más hermoso que había visto hasta este momento.

Lo vi todo en cámara lenta, vi sus rasgos, su odio, su deseo de matarme y entonces lo comprendí.

La miré con fuerza.

Había decidido que ya era tiempo de asesinarla porque de no hacerlo la que moriría sería yo. Tomé de nuevo su mano y la saqué. Fue difícil maniobrar bajo el agua, pero mi determinación me hizo moverme. Solidifiqué mi miedo y lo vencí mientras me juraba nunca más volver a temerle.

Era un maldito vampiro, uno que no tenía por qué sentir nada más que placer, odio y satisfacción.

De alguna manera logré conseguir una abertura, la oportunidad perfecta, fue entonces que la golpeé con todas mis fuerzas y ambas salimos del agua. Amelia intentó defenderse, pero en cambio ella ya no pudo volver a tocarme. Mis ojos leían sus movimientos. Sonreí arrogante, la situación en la que nos encontrábamos era muy diferente.

Ya no me era difícil predecir sus movimientos.

No estaba siendo nada generosa, mucho menos compasiva. La estaba torturando, lastimando y jugando con ella tal y como yo quería.

Amelia comenzó a desesperarse. Estaba perdiendo su concentración, ella ya no lucía como el vampiro que había visto hace unos cuantos minutos atrás; ahora ella lucía como todo lo contrario, se veía cansada, lastimosa, digna de un título de pena.

Sin mucho éxito intentó golpearme y, aunque apenas me toco, ella no consiguió moverme ni un solo centímetro.

—¿Qué es lo que sucede, querida? ¿Acaso no dijiste que ibas a matarme? —inquirí sintiendo como su puño temblaba y mi sonrisa se ensanchaba.

Ella arrugó la nariz disgustada, luego se jalo para soltarse de mi agarre el cual no pudo deshacer. Le costaba trabajo zafarse. Varias veces se jaloneo, pero entre más lo hacía más fuerza ponía yo. Disfrutaba de su dolor, de su angustia y desesperación al escuchar como sus huesos tronaban entre mis dedos, y así como sonaban sus pequeños huesos deseaba que el resto de su cuerpo también lo hiciera.

—Pagaras por todo el daño que me has hecho. —Le dije en un susurro—. No me importa si no me dices en donde Itan. De todas formas, lo buscaré y lo encontraré —murmuré segura de mis palabras, pero ella solo carcajeo.

Su impetuosa risa me hizo enfurecer así que, presioné con más fuerza su mano.

—No es necesario que lo busques, querida. —Me respondió aguantando su dolor—. Porque él ya te encontró.

Fruncí mi ceño sin saber a qué se refería.

¿Qué se suponía que significaba eso?

 

Mi rostro pareció preguntarlo, sin embargo, ella no contestó, tan solo amplió su sonrisa. ¡Maldición! Sí que comenzaba a odiarla. ¡Estúpida vampiro engreída!

Estaba por exterminarla cuando de repente un nuevo y extraño aroma apareció a mí alrededor.

Se parecía al de Amelia, aunque era un poco más fuerte, igual que el de Arlus. De inmediato pensé en él, últimamente la traición se estaba convirtiendo en un hábito, incluso, hasta para mí.

Chasqueé los dientes y lo busqué, pero no pude encontrarlo. El olor provenía de todas partes.




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