• JURAMENTO •
Una maldita lágrima corrió por mi rostro al sentir su mano retirarse del interior de mi pecho. Bajé la vista y observé el enorme hueco que tenía, la sangre comenzaba a descender a toda de prisa.
—Solo porque quiero disfrutar un poco más de tu dolor, no arranqué tu embustero corazón.
Me susurró cruelmente a mí oído.
Sus palabras fueron demasiado hirientes, incluso más de lo que yo hubiera esperado.
—Itan —dije en un murmullo.
No esperaba que él me entendiera o me perdonará. En estos momentos eso era algo estúpido. Le había fallado a él y a mi madre. No había podido cumplir con mi promesa, mucho menos había vengado la muerte de mis abuelos.
Maldición.
Al final Amelia se había ganado.
Lentamente cerré los ojos. Nada de lo que hiciera o dijera tenía importancia y mi inmortalidad no me había servido de nada. No había podido matar a Amelia, había perdido el tiempo divirtiéndome, pensando en que la vencería, sin embargo, no había contado con la aparición de Itan y ¿cómo esperarlo? Cuando yo misma ignoraba que ella lo había convertido en un ser más que perverso.
Yo no merecía morir, pero parecía que tenía más vidas que un gato.
Suspiré.
Extrañamente una sonrisa apareció en mi rostro. Me dolía terminar así, aunque por alguna razón estaba feliz, había vuelto a ver a mi hermano y me había enamorado. Edward. Él fue la primera y última persona en la que pensé antes de sentir como mi cuerpo se hundía en lo profundo del lago en el cual Itan me había dejado caer.
La oscuridad pronto comenzó a cubrirme con su velo mientras yo no dejaba de mirar en la superficie del agua la silueta de mi hermano, sus ojos rojos no paraban de mirarme, aquel niño inocente se había convertido en un completo demonio, uno cruel y maldito como la misma mujer que estaba parada a su lado.
Amelia me sonrió satisfecha, luego lo abrazo; en cambio él solo me miró perderme en el fondo de un inmenso abismo.
Mi cuerpo se hundió y finalmente me deje entregar a los brazos de la muerte, sin embargo, algo o alguien no me dejo llegar a su lado.
Un fuerte dolor contrajo mi pecho, era algo irritante y doloroso. Ardía y dolía lastimosamente.
Con un grito aterrador me desperté, parecía retorcerme.
—Tranquila. —Alcancé a escuchar una voz masculina de fondo—. Ya casi término —dijeron al intentar calmarme, pero no era como si al decirlo, lo hiciera.
Gemí varias veces, aferrándome a las hierbas mientras veía la palma de su mano sobre mi pecho. La herida estaba cerrando, aunque dolía. Un último esfuerzo y por fin pude dejar de sentir aquel dolor que me estaba torturando.
La paz había vuelto literalmente a mi alma, si es que tenía una.
Pronto, pude volver a respirar con normalidad hasta que de nuevo pude volver a ser yo misma. Miré mi herida, era una cicatriz enorme, una que no se quitaría. Arlus lo había dicho, las heridas hechas entre nosotros tardaban demasiado en sanar e incluso, no llegaba a quitarse, nunca.
¡Maldición!
Era algo horrible.
Chasqueé los dientes y me cubrí mientras miraba al vampiro que tenía al frente, su rostro parecía preocupado, pero a la vez disgustado.
—Es la segunda vez que nos haces esto.
Me dijo molesto.
Sin contestarle me puse de pie, no tenía ganas de ponerme a discutir, mucho menos de dar explicaciones. Estaba molesta, irritada. Itan había intentado matarme y lo habría hecho de no haber sido por Leonard.
«Infeliz», pensé.
¿Cómo se había atrevido a hacerme esto?
—Al parecer alguien está furiosa.
De pronto la voz de Lawrence sonó desde alguna parte.
Rápidamente lo busqué, él estaba a unos cuantos metros detrás de mi espalda, recargado sobre la corteza de un árbol.
—Es bueno saber que aún estás viva, en teoría —dijo viniendo hacia mí—. Tus heridas sanan demasiado rápido —espetó haciendo un ligero corte en mi brazo con sus uñas el cual desapareció casi enseguida.
Me sorprendió el verlo así que inmediatamente miré mi pecho, aquella grotesca cicatriz comenzaba a desvanecerse, era un proceso lento pero increíble. Mi cuerpo se estaba recuperando por sí solo sin que yo tuviera la necesidad de morderme como Amelia o tocarme como Edward o Leonard lo hacían, y aunque aún no lo comprendía del todo estaba feliz.
Mi sangre no solo los ayudaba a ellos, también me ayudaba a mí.
Sonreí.
—Sea lo que sea que estés pensando en estos momentos de seguro es algo estúpido. Siempre haces cosas estúpidas —aseguró Lawrence sin dejar de mirarme.
No le contesté, sin embargo, sus palabras me irritaron. Rodeé los ojos y le di la espalda dispuesta a marcharme, aunque antes de siquiera pudiera moverme, Leonard me detuvo al sostenerme suavemente por el codo.
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Editado: 10.08.2020