Lindas responsabilidades vol.1

CAPITULO 5 A-E-I-O-U

CAPÍTULO 5:
A-E-I-O-U

Ángel les pasa a cada uno un cuaderno cuadriculado y, de modo que ambos puedan seguir el trazo, escribe la letra “A”, minúscula y mayúscula, en la primera línea de cuadros de cada cuaderno.

Los niños se muestran emocionados, ansiosos por comenzar a llenar las planas.

Luego de escribirlo en ambos cuadernos, Ángel ayuda a Oliver a aprender el movimiento de la letra, mientras Samantha asiste a Beatriz, quien parece tener más dificultad para dominar el trazo.

En menos de cinco minutos, Oliver termina la página. Sonríe ampliamente y se la muestra a Ángel para que la califique. Él observa que casi no se ha salido de ningún cuadro y lo califica como excelente.

Mientras tanto, Beatriz se frustra al ver que aún no llega a la mitad; le cuesta mantener el trazo dentro de los cuadros.

Samantha nota el temblor leve en la mano de la niña y, con una voz suave, le dice:
—No tienes que apretar tanto el lápiz. Es como dibujar: hazlo lento y suave.

Beatriz asiente y lo pone en práctica. Aunque se sale de algunos cuadros, logra terminar la página, y eso la alegra tanto que abraza a Samantha con fuerza.

Después de unos segundos, la suelta, agacha la cabeza y murmura una disculpa, borrando su propia sonrisa.

Samantha no dice nada. Sólo le devuelve el abrazo, devolviéndole también la sonrisa.

La escena alegra a los presentes, y Oliver pregunta:
—¿Cuál es la siguiente letra?

Ángel y Samantha les enseñan las vocales una por una, mientras los bebés pintan garabatos junto a ellos, llenando las hojas con trazos caóticos pero coloridos.

Las horas pasan volando. Llega la hora del almuerzo, y suena una notificación en la computadora: el video se ha guardado.

—¿Lo terminaste tan rápido? —pregunta Samantha, con asombro.

Ángel responde con serenidad y un orgullo silencioso:
—Sí. Con mi método siempre termino los trabajos en un par de horas.

—Yo no tendría tanta paciencia —exclama ella, en tono bromista.

—Por eso sólo te asigno los videos cortos —agrega Ángel, siguiéndole el juego.—Con esto tendremos algo de dinero.

A lo que ella agrega:
—Se me olvidó decirte que ayer terminé todos mis videos. Ya tenemos quinientos en nuestros bolsillos.

Él se queda asombrado, sin saber qué decir, y finalmente suelta:
—Eres increíble .

Ella asiente con una sonrisa y se va a preparar el almuerzo.

Beatriz, un poco tímida, le pregunta:
—¿Pu.. puedo ayudar?

Samantha le responde con una mirada que invita a entrar a la cocina.

Después de un gran almuerzo, en el que Samantha les cuenta todo lo que falta por aprender, los niños se emocionan por lo que viene. Deciden entonces prepararse para salir.

Los niños se ponen su ropa ya seca y, con cuidado, doblan las camisas que les había prestado Ángel. Las colocan en la cama con respeto.

Ya listos, los siete salen de la casa y caminan juntos hacia el centro con la misión de comprar ropa para los niños.

Ángel camina con Elizabeth en brazos. Samantha carga a Valentín, y aunque lo sostiene con ternura, se le nota un poco ansiosa y temerosa.

—Sólo relájate —le dice Ángel, con un tono entre serio y sereno.

Ella asiente, aunque no es tan fácil como decirlo.

Alya camina entre Beatriz y Oliver, tomándoles la mano a ambos. Sus pasos cortos y seguros convierten la calle en una escena familiar.

—¿Así de contentos estuvieron ayer? —pregunta Ángel en voz baja.

Samantha, también en voz baja, responde:
—No realmente. Estuvieron sentados en los sofás sin hablar... sólo decían gracias después de comer.

—¿Les compramos ropa nueva o de segunda mano? —pregunta Ángel, pensativo, mirando hacia arriba.

Samantha le contesta con una sonrisa y mucha serenidad:
—Creo que a ellos no les importará si es nueva o usada... pero creo que sería un lindo recuerdo verlos con ropa nueva.

Ángel sonríe y le dice:
—Suenas muy maternal.

Samantha se sonroja y se pone nerviosa:
—Yo... yo... ¡Cállate!

Ángel se ríe levemente y exclama:
—Es la primera vez que me regañas en dos días. Ya extrañaba esa actitud.

Ella se sonroja un poco más y voltea hacia otro lado antes de decir:
—Tonto.

Después de un rato, llegan al centro. El cielo comienza a nublarse y el ambiente se vuelve fresco.

Alya se muestra inquieta. Sus hermanos la sueltan para seguirla con la mirada.

La niña corre hacia la vitrina de una tienda que exhibe un peluche con forma de flor. Se detiene, fascinada.

—¿Podemos permitirnoslo? —pregunta Samantha, con duda.

Ángel le responde con una sonrisa pícara:
—Tú dijiste que el momento sea lindo.

Los siete entran a la tienda. Cada niño elige un peluche: Beatriz escoge uno de arcoíris, Valentín y Elizabeth eligen corazones, y Oliver un oso de felpa.

Salen de la tienda de juguetes rumbo a la de ropa y zapatos. Cada niño camina feliz, abrazando su nuevo peluche como un trofeo.

—¿Te imaginas cuando elijan su primer Pokémon? —pregunta Ángel, con mirada juguetona.

Samantha le contesta con un toque de seriedad:
—Puede ser que no les gusten esos videojuegos.

Mientras hablan, un hombre enojado se acerca a ellos. Su paso es rápido, su mirada furiosa.

Se atraviesa en su camino y fija la vista en Oliver.

Ángel baja a Elizabeth y pregunta con una intimidante seriedad:
—¿Hay algún problema?

El hombre toma con fuerza el brazo del niño y exclama:
—¡Este ladrón me ha robado muchas veces!

Ángel se enfurece. Con firmeza, separa al extraño del niño.

Oliver, con miedo, se esconde detrás de Samantha, junto a Beatriz y los demás. Ella los cubre con su brazo mientras carga a Valentín.

—¿Por qué defiendes a un maldito ladrón? —grita el hombre, su furia lo desborda.

Ángel evade la pregunta con otra, manteniendo la firmeza:
—¿Cuánto quiere?




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