CAPÍTULO 6:
PASATIEMPOS
Varios días han pasado, y ahora es sábado. Samantha y Ángel se encuentran editando videos en sus computadoras de escritorio, ubicadas en un rincón de la sala. Se ven muy concentrados, con la mirada fija en las pantallas, aunque cada tanto voltean a ver a los niños.
Es una mañana lluviosa. La luz gris entra por las ventanas empañadas, mientras el sonido del agua golpeando el tejado acompaña la rutina con un ritmo suave. La casa huele a humedad tibia, a fruta y a cables encendidos.
Beatriz, con notable alegría, juega a las muñecas con sus hermanas, usando todos los juguetes que les compraron aquel día en el centro.
Mientras tanto, Oliver y Valentín juegan con sus legos. Oliver va por la mitad de recrear la sala donde están, mientras Valentín coloca bloques al azar. A ambos se les ve muy entretenidos; las piezas suenan como pequeñas tormentas de plástico sobre el suelo.
"Han pasado unos días desde que aquel hombre molestó a Oliver… pero parece que no le está afectando. Tengo miedo de que se lo esté guardando." Este pensamiento distrae a Ángel de la edición.
Al voltear hacia Samantha, se asusta al ver que Beatriz aparece de repente y pregunta:
—¿Qué haces?
Ángel pega un pequeño salto y exclama con el corazón alterado:
—No hagas eso, por favor.
Ella responde con serenidad:
—Oky… ¿pero qué haces?
Él le muestra la pantalla de la computadora. Se encuentra editando un video gameplay de Minecraft. Las texturas del juego fusionadas con la jugabilidad encantan a la niña.
—Se ve muy bonito —dice, maravillada.
—¿Te gustaría jugar? —pregunta Ángel.
Ella responde con emoción:
—¿De verdad puedo?
Samantha saca su laptop y abre el juego. Beatriz prueba el modo creativo, pero se aburre rápidamente.
—No es tan divertido como creí —dice, con una leve decepción en la voz.
Samantha le crea un mundo en modo supervivencia y le dice:
—Prueba de esta manera.
Ahora la niña juega más entretenida, explorando y construyendo mientras sonríe.
Oliver, al ver la escena, también se interesa por el juego, y Ángel le presta su laptop. El niño explora el modo creativo y empieza a familiarizarse con cada bloque del juego, colocándolos hasta formar grandes estructuras.
—Pueden jugar en el mismo mundo si quieren —dice Ángel, mientras continúa con su trabajo.
—A ver, ¿cómo? —responde Oliver, lleno de curiosidad.
Samantha les prepara un mundo multijugador, para que jueguen juntos, cada quien en el modo que prefiera.
—¿Tú también quieres jugar? —le pregunta Samantha a Ángel, con tono juguetón.
—Ahora que lo dices, hay que tomar un descanso —responde él, saliendo rápidamente del editor y entrando a Minecraft desde su computadora.
Samantha lo observa seriamente, suspira, pero también entra al juego. Ella y Oliver comienzan a construir casas de diferentes colores, tamaños y formas. El teclado suena como una sinfonía improvisada.
Mientras tanto, Beatriz y Ángel se aventuran a explorar el mundo. Él le enseña cómo jugar, y ella aprende sorprendentemente rápido.
Samantha y Oliver construyen una aldea con decenas de casas, decoradas con flores que llenan de color cada patio, calle y el bosque que han plantado alrededor.
Ángel lleva a Beatriz a las cámaras de combate, donde ella poco a poco aprende a defenderse de los monstruos. Con alegría toma el botín como si se tratara de tesoros reales.
Valentín se acerca a Ángel diciendo:
—Agua, agua.
Él se levanta del escritorio y lleva al niño a la cocina para darle agua. Allí nota que ya pasan de las once de la mañana.
Samantha, al escucharlo, se levanta de golpe: nadie ha almorzado por haber estado jugando durante dos horas.
Ambos adultos se dividen la tarea de alimentar a los niños.
Ángel va al refrigerador, seguido por los tres bebés en una caminata graciosa, como una tropa desordenada pero feliz.
Saca fruta de la nevera y avena instantánea, mientras Samantha revisa la alacena para decidir qué preparará hoy. El lugar está lleno de pastas, arroz y productos similares.
—¿Qué tal arroz? —pregunta ella.
—Sopa de arroz —responde Beatriz, el brillo en sus ojos deja claro su favoritismo por el platillo.
—Mejor arroz frito —dice Oliver, con voz de antojo.
—¿Y tú? —pregunta Samantha a Ángel.
Él, con tono sereno y despreocupado, responde:
—No me gusta el arroz, pero cocínenlo para ustedes. Yo freiré un huevo o algo.
Esto mientras calienta el agua para la avena y corta en rebanadas la fruta.
Fresas para Elizabeth: siempre que las come, no deja de sonreír.
Pera para Valentín: la única fruta que acepta sin protestar.
Banana y fresa para Alya: la más inquieta, la que corre antes de pensar, y a quien siempre le da más hambre.
—Te ves tan paternal… qué ternurita —exclama Samantha, muy juguetona.
Ángel le lanza una mirada de reojo, seria pero cómplice, para luego cambiar su expresión por una sonrisa pícara.
—¿Por qué crees que me quieren más a mí?
Ella se indigna y responde con tono infantil:
—¡Cállate… tonto!
Pasa un rato, y todos se encuentran comiendo juntos. Samantha habla sobre que los niños ya están listos para aprender el abecedario.
Oliver, lleno de entusiasmo, exclama:
—¿Podemos empezar hoy?
Samantha le responde con una sonrisa:
—Claro que sí
Beatriz agrega, con una pizca de competitividad:
—Te voy a superar.
—Eso lo veremos —dice Oliver, con confianza.
—Veré si puedo comprarles libros mañana, después de la iglesia —exclama Ángel, sonriente al verlos emocionados.
La actitud de Oliver cambia repentinamente. Su voz tiembla un poco:
—¿Pu… pu… puedo ir también? Es que hay alguien a quien quisiera ver.