Lindas responsabilidades vol.1

CAPITULO 11 DOLOR DE CABEZA

CAPÍTULO 11
Dolor de cabeza

Ángel se despierta con la alarma sonando a las seis en punto de la mañana.

Cada pitido del despertador del teléfono se siente como un martillazo, uno tras otro, por el dolor en su cabeza.

Sus ojos arden por lo secos que están.

Con fuerza apaga la alarma y, con la mirada entrecerrada, se queda viendo al techo, suspirando.

Sus ojos fijos, su mente en blanco, su pecho sintiendo presión y frío.

Luego de unos minutos se levanta. Su cabeza da vueltas, pero logra llegar al baño y se lava la cara.

"Si no hay contratiempos, podré terminar ambos videos después del almuerzo y dormir un par de horas, quizás", sus pensamientos intentan motivarlo para empezar el día con buen espíritu.

Se dirige a la cocina y la encuentra casi vacía, solo con algunos jugos al fondo.

"Carajo, se me olvidó comprar comida ayer", su mente se divide, intentando idear algo para el desayuno.

Abre la alacena y solo hay pan, leche y café.

—Bueno, sobreviví mi niñez desayunando esto. Supongo que con un día no habrá problema para ellos —susurra para sí mismo.

Luego de media hora, todo está listo para servirse.

Un silencio sospechoso invade el lugar.

—Niños, vengan a desayunar —grita Ángel levemente.

Nadie responde, así que va a ver qué pasa.

Al llegar al cuarto donde duerme Oliver, lo encuentra junto con Valentín, tosiendo con flema y sudando.

Rápidamente va al cuarto de las niñas y las encuentra igual.

El corazón de Ángel se acelera y el palpitar en su cabeza aumenta mientras decenas de pensamientos lo invaden.

La voz de Samantha lo interrumpe.

Ella, con voz rasposa y congestión nasal, le dice:

—Perdón... fue mi culpa que se enfermaran. Yo te voy a ayudar.

Intenta levantarse de la cama, pero aún está muy débil.

Ángel la detiene y la vuelve a acostar, diciéndole con seriedad:

—Solo limítate a descansar. No quiero que te empeores.

Ella se enoja un poco por el comentario, pero dado su cuerpo debilitado, se queda acostada viendo el techo.

Los niños no paran de toser con flema y dolor.

Rápidamente Ángel llama a Alison para que llegue a verlos.

Luego de media hora, Alison llega.

Al entrar, ve cómo Ángel mantiene a los niños bien abrigados y con pañuelos húmedos en sus frentes.

—Gracias por venir —la voz de Ángel refleja un cansancio mal disimulado.

—No tienes que agradecer. Siempre es un placer ayudar —responde ella con dulzura.

Empieza a examinar a los niños uno por uno.

Luego de un rato, termina y le dice:

—Todo parece estar en orden. Los pequeños están resistiendo bastante bien y los mayores tienen síntomas leves. Se nota que están bien alimentados.

—Me alegra escuchar eso. De verdad, no sé cómo agradecerte —la voz de Ángel más calmada, pero aún cansada.

—Cuando tengas tiempo, quizás podamos tomar un café —dice mientras le lanza una sonrisa dulce—. Toma, esta es la lista de la medicina que deben tomar junto con las indicaciones.

—Sí... quizás la próxima semana —responde él, un tanto nervioso—. ¿Podría pedirte otro favor? Es que no quiero dejar a los niños solos, ya que tengo que conseguir sus medicinas.

Ella le sonríe dulcemente y lo interrumpe:

—No te preocupes, ve a comprarlas.

Y así se dirige a la farmacia y a la tienda.

Cuando va de regreso a casa, siente un intenso dolor de cabeza que lo marea unos momentos. Sus ojos arden y luchan por mantenerse abiertos. Se detiene y se sienta en la acera a respirar.

Su pecho parece querer comprimirse en un cubo de agua y hielo, mientras a su agotada cabeza llega un pensamiento que le causa dudas:

"¿Fue la decisión correcta llenarme de tantas responsabilidades? ¿Qué pasará si lo que hago no es suficiente?"

Comienza a intentar controlar su respiración y regresa a casa, calmado... o al menos fingiendo estarlo.

Lo primero que ve al entrar es a Alison limpiando la casa.

—Bienvenido. Perdón, me tomé la libertad de ayudarte un poco. Es que no podía estar sentada sin hacer nada —su tono se mantiene dulce y sereno.

—Gra... gracias, de verdad. Me estás ayudando mucho —el nerviosismo de Ángel se hace notar.

—¿Quieres que te ayude a preparar la comida? —su tono lentamente cambia a algo desconocido.

—No quiero abusar de tu amabilidad —responde él mientras pone las compras en la mesa.

—Déjame ayudarte. Te noto muy cansado y... no quiero que mi futuro jefe se lastime cocinando con fatiga —su tono, extrañamente juguetón.

Ángel cede y juntos cocinan sopa de verduras.

La cocina comienza a sonar con una normalidad suplantada, y las ollas empiezan a hervir con cada ingrediente bailando en conjunto con los demás. Mientras tanto, en el cuarto, Samantha escucha todo y, además de su dolor de garganta, algo más la incomoda.

Luego de una hora y habiendo enfriado la sopa, Ángel ayuda a comer a los niños y a Samantha, mientras Alison ayuda a las niñas con su alimento.

Después de esto, todos toman su medicamento y regresan a dormir.

Llega la noche y Ángel enciende la computadora.

—Mierda, no pude terminar los videos —dice, luchando contra el sueño, y comienza a editar a las siete de la noche.

Sus pestañas pesan como toneladas.

Sus ojos arden con intensidad.

Su cabeza duele como si fuera a estallar.

Después de una sinfonía de teclas, la noche sin aparente fin lo consume.

Ángel se despierta encima del teclado por la notificación de la computadora: los videos se guardaron correctamente.

Al ver la hora, se da cuenta de que son las cinco de la mañana. Ahora su cuello se siente como si lo hubiesen golpeado, igual que su espalda.

Se levanta, se lava la cara y envía los videos, para luego irse a dormir al sofá.

Cuando despierta, ya ha salido el sol. Un olor agradable llama su atención y, al voltear a la cocina, ve a Samantha friendo algo.




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