Lindas responsabilidades vol.1

CAPITULO 13 UN MAL RECUERDO

CAPÍTULO 13
UN MAL RECUERDO

Samantha abre los ojos, pero solo ve el cuarto en oscuridad. El único sonido audible es la respiración de los niños durmiendo. Toma su teléfono para ver la hora; el brillo le causa una ligera molestia, dado que la fiebre, aunque está disminuyendo, aún la incomoda.

"Las tres de la mañana. No tengo ganas de seguir durmiendo." Sus pensamientos se detienen al notar el olor que ha dejado en las sábanas luego de una larga noche de sudar.

Levanta la mirada hacia el techo, solo para decir en un tono tan bajo como un susurro:

—Qué asco.

Luego de varios minutos, sale de la ducha con una sensación de renovación y paz. Al sentirse un poco mejor, empieza a inhalar para checar sus pulmones, pero al momento de contener el aire comienza a toser y su respiración se agita.

"Mierda." Su mente repite una sola palabra: "Mierda." Para no llenarse de preocupaciones.

Pone la mano derecha en su pecho, cierra los ojos y empieza a controlar su respiración, inhalando y exhalando lentamente hasta poder respirar con aparente normalidad.

Samantha regresa al cuarto y se detiene unos segundos, apreciando cómo Oliver y Valentín duermen con tranquilidad. En silencio, se acerca y les acomoda la cobija para que duerman bien abrigados.

Seguido a esto, revisa su mochila, buscando en la oscuridad guiada solo por el tacto. Al encontrar el objeto, su corazón se acelera y el pecho suelta una fría sensación. Saca la mano de la mochila: su inhalador para el asma.

"Espero que aún tenga salbutamol." Piensa mientras lo agita y se lo aplica, para rápidamente volverlo a guardar, no sin antes decir entre susurros:

—Espero no volver a verte en un buen rato.

Samantha se acuesta de golpe, cubriendo su rostro con la almohada, mientras viejos recuerdos llegan a su mente y su corazón ya no sabe qué sentir.

Al mismo tiempo que recuerda el pitido seco de un monitor cardíaco de hospital, una lágrima le recorre la mejilla y es absorbida por las sábanas.

Luego de un leve suspiro, se acomoda y cierra los ojos para intentar conciliar el sueño.

Llega el amanecer, entrando por la ventana e iluminando centímetro a centímetro lentamente las habitaciones.

Ángel entra a tomarles la temperatura con un cálido:

—Buenos días —adornado por una sonrisa.

Samantha le responde con la misma calidez, pero su mirada se desvía a las ojeras en el rostro de Ángel, lo cual le evoca un pensamiento:

"No me gusta que se desvele, pero creo que no le queda opción."

Sus pensamientos son interrumpidos al ver que él se le acerca.

—Ahora es tu turno —dice Ángel mientras le toma la temperatura.

—Déjame ayudarte con el desayuno —exclama Samantha con decisión.

A lo que Ángel responde con una sonrisa y un corto y seco:

—No.

Ella se sienta rápidamente y, con terquedad, intenta nuevamente:

—No seas necio. Estás cansado y solo quiero ayudarte.

Él vuelve a contestar, sonriente:

—No.

Ángel se pone de pie y va a tomarle la temperatura a las niñas.

Samantha se acuesta de golpe, poniéndose la almohada en la cara y suspirando de frustración.

Oliver empieza a toser; sus ojos se entrecierran, mostrando una expresión de dolor.

Samantha se levanta rápido para atenderlo:

—Espera, te daré un poco de medicina para aliviar tu garganta —su tono cálido, casi maternal.

Oliver toma la cucharada, esperando un sabor amargo o ácido, pero muestra una sonrisa de sorpresa al percatarse del dulce sabor.

—Sabe a miel —exclama el niño, con la garganta irritada pero alegre.

Ángel entra nuevamente al cuarto diciendo:

—Niños, vengan a desayunar.

Oliver y Valentín se levantan. Samantha los sigue, bostezando, pero en el acto empieza a toser fuerte.

Ángel corre para llevarle agua. Ella logra controlarse, pero termina con la garganta irritada.

En ese momento, otro recuerdo llega como intruso.

Dos niños tristes junto a una cama de hospital aguantan las ganas de llorar mientras escuchan a una mujer tosiendo con dolor.

La respiración de Samantha se agita con rapidez. Al pensarlo unos segundos, le dice:

—Está bien... me volveré a acostar.

Ángel solo la ve retirarse con preocupación.

"Espero que esa tos haya sido por la gripe."

Los niños se quedan expectantes en silencio.

Al notarlos, él les dice con serenidad:

—Siéntense, la comida se va a enfriar.

Samantha cierra la puerta del cuarto y rápidamente busca su inhalador para el asma. Con enojo, se lo aplica, cerrando los ojos. Cuando los abre, nota un temblor en sus manos. En lugar de guardarlo en la mochila, lo pone debajo de su almohada.

Se acuesta de golpe, viendo el techo con una expresión de tristeza y ansiedad en el pecho.

Este momento es interrumpido por Ángel, quien toca la puerta preguntando si puede pasar.

Al escuchar que sí, él entra con un tazón de avena con fresas.

—No me queda tan bien como a ti, pero espero que te guste —dice él con una cálida sonrisa.

—Muchas gracias por todo —el tono de Samantha, bajo y casi triste.

Ángel empieza a preocuparse y pregunta con un poco de miedo:

—¿Pasa algo?

A lo que ella intenta cambiar de actitud, respondiendo:

—No... no... no pasa nada. Solo... solo tuve un mal recuerdo.

—Tengo que regresar a trabajar. Vendré a verte por ratos para ver que estés bien —la voz de Ángel, serena y cálida.

Luego de que él se va, ella, con tristeza en su voz, exclama en un tono tan bajo que apenas ella misma lo escucha:

—Jamás te haría sufrir así.

...




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