Lindas responsabilidades vol.1

CAPITULO 16 ESTOY BIEN

CAPÍTULO 16
Estoy bien

Poco antes de que comiencen a cenar, Valentín se duerme construyendo.

Ángel, entre leves quejidos de dolor, se levanta para despertar a los bebés y que se laven las manos.

Alya se despierta un tanto enojada.

"Quizás estaba teniendo un buen sueño", piensa Ángel.

Luego despierta a Elizabeth, quien con su tierno bostezo le saca una sonrisa.

Valentín, por su parte, se despierta solo al escucharlos.

La cena transcurre con aparente normalidad. Ángel habla con los niños, disimulando todo lo que puede su falta de energía.

Samantha también conversa con ellos con naturalidad, pero los dos adultos no pueden parar de mirarse cuando el otro está distraído. Ambos evitan dirigirse la palabra, pues saben lo incómodo que sería.

Terminada la cena, y luego de que Samantha bañara a los niños, todos se van a dormir. Después de arropar a cada uno, ella se dirige a descansar.

Llega a la sala y ve a Ángel aún despierto.

—Deberías estar descansando —le dice con un tono bajo de regaño.

A lo que él le contesta con serenidad:

—No tengo sueño.

Ella suspira y se acuesta. Ángel la mira de reojo, sintiendo una sensación rara en el pecho al verla vistiendo la pijama roja que ella siempre usa, pero esta vez se siente diferente.

Samantha lo voltea a ver, y él rápidamente regresa su mirada al techo, un tanto sonrojado... o al menos más de lo que ya estaba por la fiebre.

Ella, con voz suave y cálida, en un susurro nocturno:

—¿Cómo te sientes?

Él, despreocupado, contesta con cansancio:

—Estoy bien.

—No tienes que fingir —el tono de Samantha muestra una pizca de enojo.

Ángel suspira y le responde con serenidad:

—De nada sirve quejarme. No quiero preocuparte ni cederte todas las responsabilidades de la casa.

—No tienes que tener el control siempre. Has cargado tú solo todo la última semana. Déjame compensarte las molestias que te di —el tono de ella pasa poco a poco del regaño a un matiz de tristeza.

Ángel la voltea a ver y, con seriedad, le responde:

—No me diste ninguna molestia. Te cuidé porque quería hacerlo.

Esto le saca a Samantha una sonrisa involuntaria. Luego se sonroja y se cubre la cara con la cobija, diciendo:

—Tu amiguita vendrá mañana a trabajar en la edición. No sé si pueda trabajar junto a ella.

—Bueno, entonces yo le ayudaré. De todos modos, se terminará en pocas horas —él mantiene su serenidad y cansancio.

Ella se destapa la cara y, con seriedad, le dice:

—Ehh... pensándolo mejor... te caerá bien descansar unos días. Yo me ocuparé de instruirla.

—Lo dices con un tono de amenaza —la voz de Ángel pintada con un toque juguetón.

Samantha se enoja levemente y solo exclama:

—Ya duérmete.

Ambos guardan silencio. Solo se escucha la ventisca fría moviendo las copas de los árboles, y se quedan dormidos, arrullados por ella.

Samantha abre los ojos. Todo el cuarto está en completa oscuridad, pero hay un ruido que no sabe de dónde viene.

Toma su teléfono y ve que son las tres de la mañana. Al alumbrar hacia Ángel, se percata de que no está.

Se levanta, un tanto asustada, y ve por la ventana a alguien en el patio.

Al encender las luces de afuera, se da cuenta de que es Ángel, quien está vomitando y tambaleándose.

Samantha, sin pensarlo, sale rápidamente sin suéter, solo con su delgada pijama.

—¿Ángel, qué pasa? —su voz alterada y con evidente miedo.

Él, con la respiración agitada, le contesta:

—No te preocupes... no... no es nada... entra a la casa.

Ella se coloca junto a él y, con un tono cálido, le dice mientras le da leves palmadas en la espalda:

—Cuando amanezca iré a conseguirte algo, pero mientras tanto te acompañaré aquí.

Ángel no le dice nada. Solo acepta en silencio. Así pasan toda la madrugada en silencio, pero juntos.

El sol sale y lentamente empieza a calentarlos. Ángel, con notable dificultad y dolor, se levanta del césped del patio.

Samantha, con evidente cansancio, lo ayuda a entrar a la casa y lo lleva al fregadero para que se lave la cara y los dientes.

Posteriormente, y aún en silencio, lo lleva al sofá y lo arropa como si fuese un niño.

—Iré a comprarte algo. Regreso en unos minutos —su tono dulce y sereno.

Él permanece en silencio por el dolor de garganta, resultado del vómito.

Mientras camina por la acera, varias cosas le vienen a la mente:

"Fue difícil contener las ganas de vomitar al verlo vomitando, pero al menos pude acompañarlo."

El sol sigue elevándose, una a una las tiendas van abriendo, y el aire empieza lentamente a calentar el lugar.

"Ay, qué dolor de cabeza. Yo no podría desvelarme tanto como él lo hace." piensa Samantha, mientras siente algo en el pecho que no sabe cómo nombrar.

"Tengo que compensarlo por... por los problemas que le ocasioné por estar enferma."

Entra a la tienda y compra la medicina y las bebidas hidratantes para Ángel. Luego de pagar, se dirige a comprar algo para el desayuno.

"No sé qué darle de comer que no le haga vomitar." Se distrae con sus pensamientos.

"Quizás sopa de vegetales... mmm, no, a él no le gustan las verduras. Quizás atol de algo... a él le gusta mucho el chocolate y la fresa, lo pondría feliz." Este último pensamiento la hace sonreír.

Entra a la tienda y, luego de un rato, sale con las compras.

"Espero llevar todo. Aunque no había atol de sabores, pude encontrar maicena de fresa. Sé que es su favorita." La sonrisa se le borra por la llegada de un nuevo pensamiento:

"¿Cuándo... cuándo nos volvimos tan cercanos como para que... yo supiera... eso?"

...




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