CAPÍTULO 18
¿Por qué?
El día transcurre con tranquilidad. Los niños aprenden a escribir nuevas palabras, los bebés juegan con plastilina y legos, mientras Alison y Samantha trabajan editando en las computadoras. Ángel yace acostado en el sofá, descansando y pendiente de los pequeños.
Oliver termina rápido de escribir las palabras con Z, finalizando el abecedario con alegría. Le entrega su cuaderno a Ángel para que lo califique.
Luego de calificar todo como excelente, Ángel le escribe en toda la primera línea “Óliver” para que el niño aprenda a escribir su nombre.
Emocionado, toma el cuaderno y empieza a escribir y escribir con una sonrisa que delata su entusiasmo.
Mientras tanto, Beatriz se frustra: se le dificulta escribir la Z. Frunce el ceño y aprieta demasiado el lápiz, pero entonces recuerda lo que Samantha le había dicho hace más de un mes.
La niña relaja su mano y, con un movimiento que parecería el de un pincel, logra escribir las últimas palabras: zapato y zanahoria, terminando así el abecedario.
Con alegría, le entrega el cuaderno a Ángel. Este lo califica como “muy bien” y agrega, con un tono cálido y un tanto sabio:
—La letra Z es la última del abecedario, pero también la última de tu nombre. Si aprendes a escribir cada letra de tu nombre con delicadeza y belleza, entonces tendrás una firma muy hermosa.
Beatriz, al escuchar esto, no logra ni intenta contener su sonrisa. Recibe con emoción desbordante el cuaderno para aprender a escribir su nombre.
Alison observa esto con una dulce sonrisa mientras edita, pero cada pocos segundos mira de reojo a Ángel y los niños.
Samantha la ve de reojo, notando cada mirada. De la nada se levanta y, con una serenidad más que fingida, le dice:
—Alison, ¿me acompañas a la tienda? Es que tengo que comprar mucha verdura para toda la semana.
Alison se sorprende por la petición y responde:
—S-sí, claro.
Ángel no escucha nada, distraído enseñando a los niños.
Samantha va por su bolso y le dice a él:
—Oye, ¿puedes cuidar a los niños como media hora?
Ángel medio se levanta, con los ojos entrecerrados y la voz llena de cansancio:
—Sí, no te preocupes.
Alison solo los observa sin entender la situación, pero sigue la corriente.
Ambas salen de la casa en un incómodo silencio, pero hay algo ruidoso en esta caminata: una incomodidad que solo aumenta con cada paso.
Samantha rompe el silencio al alejarse lo suficiente de la casa, haciendo una simple pregunta con tono frío y serio:
—¿Desde hace cuánto lo conoces?
Alison pierde el aliento unos segundos, frena en seco su paso y acelera levemente el pulso. Intenta recuperar la compostura:
—Desd... desde hace una semana, cuando tú estabas enf...
—Mientes —dice Samantha, interrumpiéndola con el mismo tono seco.
Alison retrocede unos pasos. Su voz, sus manos y su respiración tiemblan:
—Yo... yo... solo...
Samantha la observa con una mirada vacía, un contacto visual casi policial:
—¿Por qué eres tan amable?
Alison baja poco a poco el tono de su voz. Al no aguantar el contacto visual, agacha la cabeza y, mientras mira fijamente al suelo, responde con voz temblorosa y un par de lágrimas intrusas:
—Porque... porque se lo debo.
La expresión de Samantha cambia. Sus ojos se abren por completo, confundidos. Sus pensamientos se llenan de más preguntas.
Alison se sienta en la acera, aún con la cabeza agachada. Samantha se sienta junto a ella, expectante de lo que sigue.
—Él... él ya se olvidó de mí —la voz de Alison se entristece, y sus ojos brillan con lágrimas que esperan salir.
—¿Hace cuánto que no se ven? —pregunta Samantha, cambiando radicalmente su tono, ahora empático y cálido.
—Hace como ocho años... Estuvimos en el mismo orfanato y... me adoptaron —Alison logra estabilizar su voz, aunque aún suena triste—. El orfanato no era fácil... pero cuando llegó Ángel, él era lo único que me hacía sonreír y... —su voz se rompe en un llanto silencioso que apenas logra controlar— lo dejé solo.
Samantha deja salir una lágrima que recorre su mejilla y cae al suelo, al mismo tiempo que consuela a Alison, rodeándola con su brazo. Con tono cálido le dice:
—No te culpes por algo que no fue tu culpa, porque nadie te está culpando de nada.
—Pero... pero si él ya no me recuerda, ni... ni siquiera mi nombre, ni mi rostro —dice Alison entre sollozos, limpiándose las lágrimas que caen como una lluvia torrencial.
—Solo lo conozco desde hace unos meses, pero puedo asegurarte que no te guardaría rencor —Samantha, serena y cálida, intenta consolarla sin saber por qué.
Durante varios minutos, ambas guardan silencio. Alison deja salir el llanto contenido y Samantha la acompaña, preguntándose a sí misma:
"¿Por qué hago esto por ella?"
Alison se levanta, limpiándose las últimas lágrimas. Con la voz aún temblorosa, pregunta:
—¿Le vas a decir?
Samantha agacha la cabeza unos instantes. Luego se levanta y, con un leve desinterés en la voz, responde:
—No —su tono, tan bajo como un suspiro.
—Eso te facilitaría el camino —Alison la ve con leve seriedad.
Samantha suspira y le responde con seriedad en la voz y agitación en el corazón:
—En primer lugar, no sé si él lo sienta también. Y en segundo lugar, no soy quien para hacer eso. Si es feliz contigo, conmigo o con una desconocida, no me importa —su tono se suaviza—. Siempre y cuando sea feliz, no tendré derecho a entrometerme.
Alison agita su respiración nuevamente y exhala, dejando escapar una leve risa casi infantil:
—Sonaste muy cursi.
Samantha se enoja y le responde también con tono infantil:
—Pero si tú comenzaste.
Alison se sonroja por la risa que borra todo rastro de que haya llorado. Luego se calma poco a poco y suelta la pregunta:
—¿Por qué te gusta?
Samantha se queda en silencio. Su pecho siente un hormigueo frío y su corazón se acelera como nunca antes.