CAPÍTULO 20
Nuevas personas
Samantha y los niños se sientan en el patio de la iglesia a esperar junto a los demás niños y padres.
Una mujer llega después con su hijo de no más de siete años y se sientan junto a Samantha.
La mujer saluda con amabilidad:
—Buenos días.
Samantha y los niños responden al saludo con educación. Al ver a los niños tan educados, la mujer suelta una leve risa por la ternura.
Ella extiende su mano hacia Samantha y exclama:
—Me llamo Petra, mucho gusto.
Samantha estrecha su mano con una sonrisa, respondiendo:
—Samantha, el gusto es mío.
El padre Isaías abre las puertas del salón y los niños corren hacia él con emoción. Algunos van directo a los juguetes, otros hacia los libros, y los mayores a las bancas a conversar.
Oliver y Beatriz se quedan afuera con Samantha, sosteniéndole las manos.
Ella, al ver esta timidez, les dice con tono suave y cálido:
—Vayan, diviértanse.
Con temerosidad, Oliver suelta su mano, pero Beatriz, con gran energía, toma la mano de él y lo lleva corriendo hacia el salón.
Oliver solo se limita a gritar levemente:
—¡No corras tan rápido!
Esta escena le saca nuevamente una risa a Petra.
—Tus hijos son adorables. Me imagino que debió haber sido difícil ser madre de adolescente —exclama Petra.
A lo que Samantha, con nerviosismo en la voz, responde:
—Ah, sí... Es que... no son mis hijos —seguido a esto, suelta una leve sonrisa.
La expresión de Petra cambia a una con tintes de confusión, que luego se vuelve más neutral:
—Entonces tú debes de ser aquella chica que dicen que cuida de cinco niños huérfanos.
Samantha, confundida, pregunta:
—¿Dónde escuchó eso?
—Las mujeres del pueblo pasaron hablando de eso todo el mes —responde Petra con una sonrisa cómplice.
Mientras tanto, dentro del salón, los niños llegan corriendo.
Quedan encantados con la cantidad de juguetes frente a ellos.
—¡Mira cuántos legos! —exclama Beatriz con emoción.
Oliver, maravillado, empieza a tomar montones y, con gran concentración, comienza a construir.
Beatriz lo acompaña, ayudándole a construir autos y vehículos.
Una niña de la edad de Oliver se les acerca y construye junto a ellos sin decir una palabra.
El niño se le queda viendo por unos segundos, casi hipnotizado por el cabello rojizo de la niña.
Ella lo voltea a ver de reojo.
—¿No vas a construir? —pregunta ella sin mostrar mayor interés.
Oliver, evidentemente nervioso, tartamudea:
—Sss... sí.
Al lugar llega el hijo de Petra con una caja llena de legos. Con gran confianza, pregunta:
—¿Puedo jugar con ustedes?
Beatriz asiente con una dulce sonrisa y lo jala del brazo para que construyan los cuatro juntos.
Mientras tanto, afuera, los padres conversan entre ellos en el patio de la iglesia.
Samantha y Petra disfrutan de una tranquila charla, intercambiando vivencias con sus niños.
—Una vez Luis se comió una flor de izote cruda creyendo que se podía comer así —cuenta Petra entre risas casi descontroladas.
Samantha, al escucharla, no puede parar de reír. Su risa es una melodía llena de ternura.
Enfrente de ellas pasa la chica extraña del otro día. Una vez más, va con seriedad, se aleja de todos y se sienta sola a leer un libro.
Samantha solo se le queda mirando, para luego simplemente seguir hablando con Petra.
Los niños, por otro lado, se encuentran construyendo grandes torres que casi llegan al metro de altura.
—Entonces, ¿qué estamos construyendo? —pregunta Luis mientras sigue poniendo bloque tras bloque.
A lo que Oliver responde, con tono bajo y desviando la mirada:
—Yo... quería... quería hacer un puente para conectar las dos mesas.
Los tres niños se le quedan mirando sin decir nada.
La niña rompe el silencio con un tono despreocupado. Suspira y le dice a Beatriz:
—Vamos a necesitar más legos. ¿Me ayudas a traer más?
Con alegría, Beatriz se levanta y ambas van a otras mesas por cajas con más legos, mientras Oliver y Luis construyen sin parar y completan la mitad del puente.
—Eres muy bueno construyendo —exclama Luis mientras trabajan.
—Gra... gracias —responde Oliver con una sonrisa, mientras su tono se eleva sin querer.
Las niñas se acercan con las cajas llenas y las tiran todas al piso.
—Además del puente, ¿qué quieres construir en las mesas? —pregunta la niña.
—No había pensado en eso —responde Oliver.
—¿Qué tal si construimos una ciudad medieval? —pregunta la niña con media sonrisa.
—¿Qué es medieval? —pregunta Beatriz, confundida.
La niña no sabe cómo explicarlo, así que mejor dice:
—Mejor construyamos una ciudad y un pueblo. Hay muchos bloques, así que creo que podemos construir un bosque.
Los demás niños aceptan con emoción y empiezan a construir. Las horas pasan volando y, sin darse cuenta, terminan de construir todo.
La niña saca su teléfono y empieza a tomar fotos.
Los demás se le quedan viendo, sonrientes de orgullo por lo que acaban de crear juntos.
Ella, al verlos contentos, les pregunta sonriente:
—¿Quieren salir en la foto?
Y así empiezan a tomarse selfies, sonriendo y mostrando cada parte de la ciudad y el bosque que han creado: cada edificio de cinco pisos, cada casa, tienda y montaña.