Capítulo 21
Era obvio
El día termina y los niños se preparan para regresar con sus padres.
Oliver y Beatriz corren hacia Samantha con emoción.
—Tienes que ver lo que hicimos —gritan los niños al unísono; sus rostros brillan de felicidad.
Ella, contagiada por su sonrisa, se deja llevar al salón por las pequeñas manos que la jalan.
Petra también es llevada por su hijo Luis, quien con exagerada alegría la lleva al mismo lugar.
Ambas adultas empiezan a tomarles fotos a los niños junto a la maravillosa estructura que han conseguido edificar.
Con poses sacadas de caricaturas, los tres niños sonríen a la cámara.
Al voltear a ver la entrada, ven a la otra niña junto a la chica extraña.
Esta ya no se encuentra seria ni de temple enojado, sino que en su rostro se divisa una sonrisa al ser llevada de la mano por la niña.
—Tabita, no tan rápido, nos vamos a caer —la voz de la chica se pinta con un tono de ternura.
Al llegar, la sonrisa de la chica desaparece. Saca su teléfono y, sin voltearlas a ver, le dice a la niña con dulce serenidad:
—Tabita, ya es tarde. Tómense las fotos y nos vamos.
Samantha y Petra solo la ven de reojo. Sin saber qué hacer ni qué decir, se limitan a ver cómo los niños y Tabita posan para las fotos. La serenidad de la niña desaparece y ahora sonríe de oreja a oreja.
Pasados los minutos, la chica le dice a Tabita con voz tímida:
—Creo que ya es hora de irnos.
Petra, con tono dulce, le dice a Luis:
—Cariño, ya es hora de ir a cenar.
El niño se despide de sus nuevos amigos y Petra de Samantha, retirándose mientras Luis le cuenta a su madre lo que hizo con gran emoción.
Tabita se acerca a Oliver y Beatriz, entregándoles un papel, y con una sonrisa y una ceja levantada les dice:
—Hay que jugar otro día.
Beatriz, con alegría, toma el papel y asiente.
Oliver suspira y asiente después.
Samantha solo observa cómo Tabita y la chica se van.
Los niños se acercan y le preguntan al unísono:
—¿Ya vamos a cenar?
Ella solo suelta una leve sonrisa.
Llega el siguiente día. Los bebés duermen una siesta luego de haber desayunado.
Samantha y Alison se encuentran trabajando en las computadoras de escritorio. El sonido de las teclas llena su espacio de un ruido que ellas ignoran al tener los audífonos puestos.
Mientras tanto, Ángel y Beatriz juegan memoria en el suelo de la sala.
—Te gané otra vez —grita la niña con alegría, descubriendo el último par.
—¿Cómo? Creo que haces trampa —exclama él con tono juguetón.
Beatriz, con sonrisa confiada, le pregunta:
—¿Quieres la revancha?
A lo que él responde, suspirando:
—Mejor juguemos otra cosa. No me gusta perder ocho veces seguidas en ningún juego.
—¡Juguemos dominó! —grita ella sonriente.
Junto a ellos se sienta Oliver, quien con concentración mira el papel entregado por Tabita.
Ángel lo ve de reojo y, luego de un suspiro, le pregunta con serenidad:
—¿La vas a llamar?
—¿Y si no contesta? —Oliver baja el tono.
Ángel le responde con tranquilidad, mientras Beatriz observa:
—Mira, esta niña te dio su número para que la llamaras, y lo hizo porque quiere que sean amigos.
El niño asiente con duda y pregunta:
—¿Puedo usar tu teléfono?
Horas después, Oliver, Beatriz y Ángel yacen esperando en el parque.
Ángel y Beatriz juegan Conecta Cuatro con gran concentración, y Oliver espera junto a ellos, moviendo los pies con impaciencia.
La niña le gana a Ángel con un tierno grito de victoria.
A lo que este acepta la derrota con un largo suspiro y luego, preguntándole al niño:
—¿Quieres jugar?
Oliver solo niega con la cabeza.
Al lugar llega Tabita con la chica.
La chica, al ver a Ángel, agacha la cabeza.
Al nomás verla, los niños se paran y corren hacia ella para luego ir a jugar a los columpios.
Ángel se para y le da la mano a la chica, diciendo con una amigable sonrisa:
—Un gusto conocerte.
Ella, con timidez en su voz, responde:
—Te... tengo algo... que decir... te...
Ambos se sientan mientras ven jugar a los niños.
—¿Nos conocemos de antes? —pregunta Ángel con leve seriedad.
Lágrimas empiezan a resbalar por el rostro de la chica y, entre pequeños sollozos, exclama:
—Sí, yo... quería hablar contigo desde hace mucho, pero... —inhala y exhala, intentando recuperar la compostura— yo soy Chiro.
Él, confundido y un tanto incómodo, responde:
—¿Eso es todo?
Ella suspira, pero su voz aún tiembla:
—Sí... perdón por exagerar, es solo que... soy muy, un tanto sentimental.
“Dudo que eso sea todo, pero al menos ya la conozco en persona”, piensa Ángel, para luego decir con amabilidad:
—Bueno, entonces hay que secarte esas lágrimas.
Ya calmada la situación, ambos comienzan a hablar con tranquilidad.
Ángel pregunta con curiosidad:
—Así que... ¿cómo te llamas?
Ella, sonriente, responde:
—Soe. Perdón por... no haberte dicho nada de mí por mensaje.
Él suelta una leve risa y exclama:
—No te preocupes. ¿Y ella es tu hermana o...?
Soe ríe en voz baja:
—Tabita es mi... hermana menor.
Ángel, sonriendo, exclama:
—Gracias por conseguirme la casa. Fue un favor que jamás podré pagar.
Ella responde:
—No hay nada que agradecer. Creí que sería lo correcto después de... —su tono se vuelve nervioso— después de todos los videos que has editado para mí.
La conversación fluye como una suave brisa, y al llegar la tarde se despiden, regresando cada quien a sus casas.
Al contarle a las chicas lo sucedido, Samantha queda sorprendida.
Mientras que Alison, con exagerada decepción, exclama:
—¡No puede ser! Ella era mi favorita... y muy grosera.
Samantha le dice entre risas:
—Quizás tuvo un mal día, aunque quizás también no le caigas bien.