Capítulo 22
Nueva rutina
Durante varias semanas, los niños han ido a jugar y divertirse al salón los sábados.
Ángel, Alison y Samantha se han turnado para llevarlos.
Luis y Tabita visitan a Oliver y Beatriz todos los domingos para jugar, antes de que empiecen las clases la siguiente semana.
Ya es domingo por la mañana. Ángel se despierta y se empieza a lavar los dientes en la cocina. Samantha llega y se para junto a él para cepillarse también.
Él, con pasta en la boca, pregunta:
—¿Cómo vas con los treinta shorts que te pidió el Papu Hades?
Ella, también con pasta en la boca, responde:
—Ya casi termino. Aunque es mucha cantidad, también me pidió calidad.
Ambos escupen y se enjuagan, para luego regresar a la sala.
—Aún estoy pensativa en cómo consiguió el padre Isaías las partidas de nacimiento de los niños —dice Samantha.
Ángel le responde:
—Pues dijo que no hiciéramos preguntas y que todo era legal, así que no creo que haya de qué preocuparse. Aunque sí es extraño… pero sin esas partidas de nacimiento no habríamos podido poner a Oliver en la primaria.
Alison llega abriendo la puerta con total naturalidad y gritando con ternura:
—¡Buenos días!
Samantha, con temple serio, exclama:
—Extraño cuando tocabas el timbre.
—No sé cómo puedes ser tan amargada —Alison hace un puchero.
Ambas se ponen a trabajar mientras Ángel hace el desayuno.
Oliver y Beatriz llegan a la sala gritando “¡buenos días!” al unísono y yendo al fregadero a cepillarse.
Luego del desayuno, los cinco niños miran Chowder en la tele, riendo por lo absurdo del humor y lo inesperado de cada chiste. Mientras tanto, Samantha y Alison siguen trabajando en las computadoras y Ángel edita videos en su tablet.
El ambiente guarda silencio, solamente pintado por la risa de los niños y el tecleo de los adultos.
Todo es interrumpido por el timbre de la puerta. Alison va a abrir, ya sabiendo quién es, y efectivamente es Luis y Petra.
Al entrar, el niño se va a sentar junto a los demás y la mujer se despide.
Antes de cerrar la puerta, Alison ve que un auto se detiene y baja Tabita.
La niña le pregunta a su hermana Soe:
—¿No vas a entrar?
Ella le responde con un tinte de miedo en su voz:
—No, es difícil verlos a los ojos.
Tabita pregunta con preocupación:
—¿Cuándo se lo dirás?
—Pronto —responde Soe con un suspiro.
El día transcurre tranquilo. Los niños juegan y se divierten.
Luis, Oliver y Valentín juegan con Lego, con plastilina, y también juegan Minecraft. Mientras tanto, las niñas se divierten jugando con muñecas, dibujando y jugando Stardew Valley.
El día pasa con tranquilidad, y aunque el clima está frío, todo el ambiente se siente cálido.
Llegada la noche, pasan a recoger a Tabita y Luis, y estos se despiden cansados pero sonrientes.
Los demás niños se van a dormir después de un largo día de juegos y recuerdos.
Alison se despide en la puerta:
—Bueno, me voy. Los veo mañana.
Antes de que termine de hablar, Samantha le cierra la puerta en la cara.
—Bueno, ya es tarde —exclama Samantha, bostezando.
—Sí, creo que ya es hora de dormir —responde Ángel, contagiado por el bostezo.
Apagan las computadoras y tablets y se acuestan en los sofás, listos para dormir.
La sala yace en silencio. Solo se escucha el sonido del refrigerador y el tic-tac del reloj de la pared.
—¿Todavía estás despierto? —pregunta ella entre susurros.
—Sí, no puedo dormirme tan rápido —responde él, susurrando también.
Ella ríe, bajando el tono para no hacer ruido.
Samantha mira al techo y pregunta, susurrando:
—¿Recuerdas que la primera noche te pregunté si tenías un plan?
Ángel, también viendo el techo, le responde:
—Sí. Creo que lo estamos haciendo bien. Aunque improvisando, todo ha salido bien.
Ella cierra los ojos y suelta un leve suspiro de relajación junto a una sonrisa, para luego decir con serenidad:
—Estos meses, aunque no han sido color de rosa, han sido los mejores meses de mi vida.
Ángel responde con la misma serenidad:
—No cambiaría esta vida por nada en el mundo.
Una leve llovizna empieza a chocar con el techo y, luego de unos segundos, se intensifica. Esta lluvia de verano empieza a arrullar a ambos, que sin decir palabra alguna se duermen en segundos.