Llamadas al cielo

CAPITULO 32: Mi hija

Narrador

El silencio de la noche pesaba como plomo sobre el pecho de Emma. Sentada en el borde del sofá del apartamento de Marcelo, los dedos entrelazados temblorosos, solo podía pensar una cosa:

«Todo fue un engaño»

Sus ojos, ahora nublados intentaban encontrar luz en medio del abismo que se sentía, pero solo había oscuridad…, y el bullicio de la conversación entre Becerra y Adrián, repetida en su cabeza una y otra vez.

Emma se abrazó a sí misma, como si necesitara evitar desmoronarse por completo.

—Fue él... —susurró apenas con llanto contenido—, Adrian fue el culpable… Todo este tiempo, se burlaba de mí al ocultarlo.

Marcelo la miraba en silencio desde la la puerta apoyado del marco, temía que cometiera una locura. La había traído a su apartamento sin pensarlo.

—Emita, tenés que respirar—dijo finalmente—, estás haciendo ideas que no son.

—¿Que no son? —Emma se levantó de golpe, tambaleándose—, lo escuché. ¡Lo escuché con mis propios oídos! ¡No me inventé nada!

—No te estoy diciendo que mientas, te digo que no tenés toda la historia.

Emma negó con la cabeza y volvió a sentarse, apretando el puente de su nariz con los dedos, ese gesto le dio más rabia, porque hasta las mañas de Adrian se le habían pegado.

En ese momento, el timbre sonó y Marcelo frunció el ceño.

Volvió a sonar, esta vez con más insistencia.

—¡Marcelo! ¡Ábremeeeee!

El estómago se le revolvió, miró a Emma.

— Le di la dirección. Es mi amiga lo recuerdas…

—¡Abre o tiro la puerta, te lo juro, Marcelo!

Marcelo caminó hacia la puerta lentamente. Abrió solo un poco, apenas lo suficiente para asomar la cabeza.

—Paloma, no es...

Pero no alcanzó a terminar la frase. Paloma lo empujó con fuerza y entró al apartamento.

—¡Qué hijo de tu madreee! —espetó, y sin darle tiempo de reaccionar, levantó la mano y…

Marcelo cayó hacia atrás, tropezando con la alfombra.

—¡Eres un animal de cuatro patas! —le gritó con los ojos llenos de furia—, ahora dime, ¿dónde está mi amiga?

Desde el suelo, Marcelo se frotó la mandíbula con una sonrisa sarcástica en los labios.

—Estás celosa, admitilo.

—¡No quiero volver a verte en mi vida!

—No es lo que piensas, mi amor —dijo él, incorporándose.

—¡No me digas “mi amor”! ¡Estoy cabreada! —le gritó Paloma, con las manos en la cintura, los ojos botando dinamita. Marcelo solo miraba que no llevara su armamento—, ¡y no me mires así que te doy otro!

—Todo tenía una explicación, mi amor. Buscaré a Emita —repitió Marcelo mientras se sacudía la ropa.

—¡No me digas mi amor, carajo! —replicó ella, haciendo un gesto con la mano como si estuviera a punto de lanzarle algo.

Detrás una figura se asomó desde el pasillo, achinando sus ojos para ver mejor a amiga.

—¿Paloma...?

Dio un paso. Luego otro y entonces cayó, por el desnivel del apartamento que dividía la sala de estar y las habitaciones.

Paloma corrió hacia ella sin pensar.

— Tranquila, tranquila. Ya estoy aquí, ya estoy, amiga.

La abrazó con fuerza, como si con ese gesto pudiera recomponerla. Emma se aferró a Paloma como una niña asustada.

—No sé qué hacer…, no sé qué pensar. Paloma, él fue el culpable…, me mintió. Me metió en su casa, me dio trabajo. Sabiendo todo…, ¡todo!

Paloma y luego giró bruscamente hacia Marcelo.

— ¡Tú sabías todo lo que ella me contó! ¡Todooooooo! Le ibas con el chisme a tu amigo, porque no lo vi. Eso explica de donde sacas tanto dinero, eres el amiguito. ¡Eres peor que él! ¡Te conté todo y me lo ocultaste que lo conocias!

—¡Yo no dije nada! —respondió Marcelo, levantando la voz—, ¡porque sé guardar secretos! Y porque también sé quién es mi amigo. Adrián no quiso hacerle daño. Él solo quiere remediar su error y aquí también eres una traicionera dejame decirte, mi amor…

Paloma hace más señas que un fiscal de tránsito, para que se callara. Ella tambien le habia ocultado todo a su amiga.

—¿Un error? ¡Esto fue un sucio engaño! ¡Se llama culpa, por Dios! ¡Y sin contar que le pagó a Becerra para que me enviara lejos!

—¡Eso no es cierto! —Marcelo caminó hacia ella—, estás equivocada. Adrián pudo hacer muchas cosas, pero jamás haría eso. Él pagó…, sí. Pero ese dinero era para que no tuvieras ninguna secuela. ¡Para curarte! Y ese cerdo de Becerra se lo robó todo, por eso quedaste así.

—¡Él igual tiene culpa! ¡Por cobarde, por esconderme la verdad! ¡Por tenerme cerca sabiendo que él…!

Se quebró.

—Emma... —murmuró Marcelo, acercándose con suavidad—, calmémonos, pero mi amigo no solo te tiene en su casa por culpa. Te tiene porque desde que llegaste…, su casa volvió a ser un hogar. Su hija es feliz contigo. Te necesita… — Paloma rodó los ojos—, bueno, yo las dejo un rato solas. Adiós, bebé.

—¡No me digas bebé! —gritó Paloma, haciendo una mueca, pero luego sonrió ligeramente con todo lo que llegó a su cabeza con la mención de ese apodo.

Paloma ayudó a Emma a sentarse en el sofá y le limpió las lágrimas con una servilleta de papel. Luego sacó los lentes rotos de su bolsillo y se los coloco. Emma hizo el gesto de quitárselos.

—No, no. Los necesitas. Igual que a Adrián y a Cielo. Y no, no estoy de su parte, pero Emma, ese hombre estaba desesperado por ti. Lo vi.

Emma cerró los ojos, respirando hondo.

—Me engañó…, me manipuló con Cielo, con sus palabras…, me hablaba como si no supiera nada, pero lo sabía. Lo sabía todo.

—No te vayas a lo loco. Cuidadito, que buscas venganza. Si, yo dije una cosa en la estación, pero sabes que nunca tengo buenos consejos y tu, mi Em… No eres así. ¿Sabes por qué lo digo? Porque ahora mismo él es la única persona que puede corregir tu ceguera. No tomes decisiones con rabia. Descansa y piensa.

Emma se quedó en silencio. Las lágrimas no cesaban. Su voz se volvió un susurro:

—Quiero odiarlo, Paloma…, pero mi corazón no puede.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.