Llegué tarde

Día cualquiera

Oh, ella… ella tan hermosa, hermanos míos, que cuando la vi por primera vez, el mundo entero se calló. Como si el universo mismo hiciera una pausa solo para que yo pudiera grabar cada detalle de su rostro en mi memoria. Ay, hermanitos, en ese instante entendí que estaba perdido, que mi corazón, ese pobre infeliz, ya no me pertenecía.

Y claro, eso tuvo consecuencias. Porque cuando el doctor revisó mi pecho y dijo que tenía problemas en el tucum tucum, yo solo pensé: "No es el corazón, doc, es ella". Pero no se lo dije. ¿Cómo explicarle que mi enfermedad no estaba en la sangre ni en los huesos, sino en la forma en que me miraba y en la forma en que, cuando no me miraba, el mundo entero se desmoronaba?

Oh, pero el verdadero golpe, hermanos míos, llegó un día cualquiera, uno de esos días que parecen normales hasta que la vida decide darte una puñalada en el alma.

La vi. Oh, la vi.

Y vi cómo besaba otros labios que no eran los míos.

Hermanitos, algo dentro de mí se rompió. Pero no como una rama que se dobla y cruje, no. Se rompió como si siempre hubiera sido una estatua y de repente alguien le hubiera dado un golpe certero en la base. Me caí a pedazos sin hacer ruido, como si todo ese amor que llevaba dentro nunca hubiera sido más que polvo esperando el viento adecuado para dispersarse.

¿Qué hice, druguitos míos? ¿Qué podía hacer? ¿Llorar? ¿Gritar? ¿Maldecir al destino?

No, no, no. Yo soy un cabezota, un terco sin remedio. Así que hice lo único que mi corazón roto me permitió hacer: la busqué.

Esperé. Oh, esperé hasta que la encontré sola, en el recreo, con el sol iluminando su cabello de esa forma que siempre me volvía un idiota. Caminé hacia ella con las piernas temblando, con la garganta cerrada, con el pecho latiendo como un tambor de guerra.

Y entonces lo solté.

—Me gustas.

Así. Sin adornos. Sin preámbulos. Sin la protección de una broma o de una risa nerviosa.

¿Por qué no lo dije antes, preguntarán? Oh, hermanos míos, porque no podía. Porque no debía. Porque necesitaba que la vida me destrozara primero para poder atreverme.

Pero ahí estaba, con mi alma desnuda frente a ella, esperando una respuesta que cambiaría todo.

Y oh, hermanos, la respuesta… Ay, la respuesta…

Oh hermanitos míos, cuando se lo dije, cuando las palabras salieron de mi boca como un último aliento de valentía, vi sus ojos abrirse grandes, pero no de sorpresa ni de emoción, sino de algo más… de esa cosa que uno siente cuando alguien le dice algo que no esperaba, algo que no pedía. Y ahí estaba yo, parado, con el corazón colgando de un hilo, esperando que dijera algo, que hiciera algo, que me diera un mínimo consuelo o una daga más afilada que la que ya llevaba clavada en el pecho.

Ella suspiró. Oh, cómo odio los suspiros cuando no traen amor, cuando solo traen lástima. Y me dijo: "Lo siento..."—ay hermanitos míos, si alguna vez les dicen "lo siento" antes de decir cualquier otra cosa, ya saben lo que viene—"pero yo no te veo de esa manera".

El mundo, ese en el que caminaba con pasos firmes, ese en el que creía que tal vez, solo tal vez, había una posibilidad, se derrumbó como una torre de naipes bajo la lluvia. Tragué saliva. Miré al suelo. Reí. Oh sí, reí, porque a veces uno solo puede reír cuando la tragedia es tan grande que ni las lágrimas se atreven a salir.

Y entonces, hermanos míos, levanté la cabeza con la dignidad que me quedaba y le dije algo que ni yo sabía que podía decir, algo que, aunque me partiera en dos, tenía que ser pronunciado:

—Está bien, no te preocupes… no era para que me correspondieras, era para que lo supieras.

Y me fui. Me fui con las manos en los bolsillos y el alma hecha trizas, con los ojos mirando al horizonte como un guerrero caído que aún se niega a dejarse morir. ¿Dolió? Oh, claro que dolió, pero al menos, al menos ya no era un secreto enterrado en mi pecho. Al menos ella lo sabía. Y a veces, hermanitos míos, eso es lo único que podemos hacer: decirlo y seguir caminando, aunque el suelo esté hecho de vidrio roto.

Cuando llegue a casa queridos drugitos, no pude hacer más que mirar la pared por 5 horas cualquiera hubiera pensado este muchacho ha perdido la cabeza, pero ahí estaba yo con las lágrimas inundando mi cara, que esperaba? La verdad nada, talvez hacerme más fuerte pero la fuerza no vino.

Oh, queridos drugitos míos, ahí estaba yo, con la mirada fija en la pared, como si en esas grietas invisibles pudiera encontrar las respuestas que mi alma destrozada necesitaba. Cinco horas, cinco eternas horas en las que el tiempo no era tiempo, en las que mi cabeza era un remolino de recuerdos que ahora dolían más que nunca. ¿Y qué esperaba? Nada. O quizás todo. Quizás que el dolor se apagara solo, que la fuerza viniera a mí como un rayo divino, pero no… la fuerza no vino.

Lo que vino fue el silencio, ese silencio espeso que se mete en los huesos y te hace sentir que el mundo sigue girando pero tú no. Y entonces, queridos míos, pasó algo que ni yo esperaba.

Mi madre, esa santa mujer, entró a mi cuarto con la mirada preocupada. "¿Estás bien?" preguntó. Oh, drugitos, qué pregunta más cruel cuando la respuesta es obvia. No estaba bien. No estaba ni cerca de estar bien. Pero asentí, como hace uno cuando no quiere preocupar a los que ama.

Pero mi madre no se tragó la mentira. Se sentó a mi lado en la cama, me miró con esos ojos que todo lo ven, y entonces, con la voz más suave del mundo, dijo algo que se me quedó grabado en el alma:

—A veces, hijo, la vida nos rompe solo para mostrarnos que podemos volver a armarnos de otra manera.

Ay, drugitos míos, ¿qué se hace cuando alguien te dice algo así? No supe qué responder. Solo asentí otra vez, pero esta vez con un nudo en la garganta, y dejé que ella me abrazara, como cuando era un niño y me caía y raspaba las rodillas.

Esa noche no dormí. Me quedé mirando el techo, sintiendo cómo el dolor no se iba, pero también cómo, poco a poco, algo dentro de mí cambiaba. No era fuerza, no todavía… pero era algo. Algo que tal vez, con el tiempo, se convertiría en la fuerza que tanto esperaba.



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En el texto hay: juvenil, escolares

Editado: 09.03.2025

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