Llegué tarde

Nahat

¡Día nuevo, vida nueva! Bueno, no tanto, pero qué importa. Me gusta decirlo. Hace que todo suene más emocionante.

Llego a la escuela. Sonrío. Siempre sonrío. Porque se supone que es lo que uno hace. No puedes entrar con cara de zombie, aunque lo seas.

—Nahat.

Oh. Ahí está él. Mi novio. Se acerca con esa seguridad suya que hace que todo el mundo se haga a un lado. Me besa sin preguntar, porque sabe que no tiene que preguntar. Y huele bien. Como café, perfume y algo que es solo suyo.

—Te extrañé.

—Oh, yo también.

Siempre digo eso. ¿Es automático o es real? No sé. No es que no lo extrañe, es que... ¿cómo se siente extrañar a alguien realmente? ¿Como cuando quiero helado y no hay? ¿O como cuando se me olvida algo importante y siento ese vacío?

Bueno, da igual. El día sigue.

Clases. Matemáticas, aburrido. Literatura, menos aburrido. Chismes en el pasillo, lo mejor del día.

—¿Supiste lo de alex? —dice Lía, mi amiga, mientras rebusca algo en su mochila.

—¿Qué cosa?

—Terminó con Sofía.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Él dice que no sentía "chispa".

Oh. La famosa chispa. La cosa que se supone que hace que un beso se sienta como fuegos artificiales y no como, no sé, lavarse los dientes con la boca de otro.

—¿Tú sientes chispa con tu novio?

Lía me mira con cara de que está bromeando, pero no sé qué contestar.

—Supongo que sí —digo.

¿Por qué supongo? Mejor no pensar en eso.

Más tarde. El pasillo está más vacío. La gente se ha ido a sus cosas. Yo solo estoy revisando mi teléfono cuando...

Ah, no. No, no, no. Ahí viene.

El chico. El que no debería estar caminando directo hacia mí con esa cara de tengo algo importante que decirte.

No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas.

—Nahat...

Ay, no.

—Yo... me gustas.

Oh.

Silencio. ¿Por qué hay tanto silencio de repente? ¿Por qué mi cerebro se ha ido de vacaciones justo ahora?

Ay, no.

—Gracias —respondo, y en mi cabeza me doy una bofetada porque ¿qué clase de respuesta es esa?

Pero sigo, porque ya abrí la boca y tengo que terminar.

—Pero yo no te veo así.

Silencio otra vez.

Él asiente, como si ya supiera la respuesta, pero igual tenía que intentarlo.

—Está bien. Solo quería decirlo.

Y se va.

Y yo me quedo ahí. Con esa sensación rara.

No es culpa mía. No hice nada malo. Pero entonces, ¿por qué me siento como si hubiera roto algo que no sabía que existía?

Salir de la escuela es como sacarse los zapatos después de un día largo. Ah, libertad. Aire. Mi tiempo.

Cruzo la puerta y el sol está ahí, en mi cara, como un reflector. Cierro los ojos un segundo. Respiro hondo. La tarde huele a pan de alguna panadería cercana y a gasolina. Ciudad en su esplendor.

—¡Nahat!

Vuelvo a la realidad. Es Lía, saltando como si la hubieran conectado a un enchufe.

—Vamos por helado.

Oh. Helado.

—Obvio.

La heladería está llena. Gente en fila, ruido de batidoras, un niño gritando porque quiere dos sabores y su mamá diciendo que no. Decisiones importantes en mi vida: qué helado quiero.

—¿De qué vas a pedir? —pregunta Lía.

—Mmm… fresa.

—Siempre pides fresa.

—Es que es seguro. Nunca decepciona.

A veces siento que mi vida entera es elegir lo seguro.

Nos sentamos en una mesa afuera. El sol ya no está tan fuerte, pero sigue iluminando las cosas de ese modo dorado que hace que todo se vea más bonito de lo que es.

—Bueno, ¿y qué pasó después? —pregunta Lía.

Oh. El otro chico.

No quiero hablar de eso. Pero tampoco quiero no hablar de eso.

—Me lo dijo.

—¿Y tú qué hiciste?

—Le dije que no lo veía así.

Lía hace una mueca.

—Uf.

—Sí.

Nos quedamos en silencio, comiendo nuestro helado. Un chico en una bicicleta pasa tan rápido que casi se lleva una servilleta de nuestra mesa.

—¿No te sentiste rara?

Sí. No. No sé.

—Un poco.

Lía sonríe, pero de esa manera en la que parece que sabe algo que yo no.

—Nahat, ¿alguna vez has pensado en qué pasaría si eligieras algo diferente?

Yo sé que habla del otro chico. De si le hubiera dicho que sí. De si lo hubiera pensado más.

Pero la pregunta se me mete en la cabeza de otra manera. Como si no solo hablara de él. Como si hablara de todo. De qué pasaría si un día no hiciera lo seguro.

No respondo. Solo muerdo mi cucharita de plástico y miro el cielo.

Llego a casa.

Me quito los zapatos en la puerta. Dios, qué alivio.

—¡Nahat! —la voz de mi mamá desde la cocina.

—¡Aquí!

Camino hasta el comedor. Huele a comida recién hecha. A hogar. Mi mamá está cortando verduras como si fueran su peor enemigo. Mi papá no ha llegado aún.

—¿Cómo te fue?

—Bien.

Siempre digo eso.

Me sirvo agua, pero el vaso está caliente. Lo pongo bajo el chorro un rato, y mientras el agua corre, me miro en el reflejo de la ventana. ¿Quién eres hoy, Nahat?

Noche.

Me tiro en la cama. No quiero pensar, pero mi cerebro no me deja en paz.

Cierro los ojos.

Y ahí está. El otro chico.

Su cara antes de irse. No estaba triste. No estaba molesto. Solo se veía… en paz. Como si supiera que lo importante no era mi respuesta, sino decirlo.

Algo en mí se retuerce.

Pero lo empujo lejos.

Mañana será otro día. Otro “bien” que decir en casa.



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En el texto hay: juvenil, escolares

Editado: 09.03.2025

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