Dos meses antes
Me miro en el espejo del baño sin poder creer lo que acabo de hacer. Mi reflejo parece el de otra persona. Mis mejillas rojas y cabello alborotado como si hubiera peleado con un ventilador, y esa mirada culpable que ni siquiera yo me trago. Lo peor es que, por debajo de todo, se me escapa una sonrisita que me delata. Lo disfruté. No debió pasar, pero pasó.
Yo no soy de esas mujeres que se acuestan con alguien sin una relación de por medio. No es mi estilo, no es mi regla, no soy “esa clase de mujer”. Solo estuve con dos hombres en toda mi vida. El primero duró lo que un helado al sol. El segundo, mi exesposo. Y ahora, sumé a Ethan.
No estaba en mis planes. Nunca estuvo. Él es atractivo, claro, pero precisamente por eso me repetí mil veces que nada podía pasar. No quiere nada serio conmigo y, además, su trabajo sería un problema. Si ya me molestaba que mi ex se quedara hasta tarde en la oficina, no quiero imaginar lo que debe ser salir con un detective de policía. Horarios de locos, llamadas a medianoche y riesgos constantes. Me volvería loca.
Definitivamente fue un error. Algo del momento, un impulso estúpido que me agarró desprevenida justo después de ver en redes sociales la foto de mi ex con su nueva novia… embarazada. Sí, embarazada. El mismo hombre que juraba que no quería hijos, ahora posaba sonriente con la mano sobre la panza de otra. La conclusión es que no quería hijos conmigo.
Y aquí estoy, preguntándome qué estuvo mal en mí. Fui buena esposa, buena compañera, y sé que sería una madre excelente. ¿O me equivoco?
Un golpe en la puerta me sobresalta tanto que me llevo la mano al pecho.
—¿Estás bien? —la voz de Ethan se filtra a través de la puerta como si solo hubiera preguntado la hora.
«Respira, Mel. No es para tanto», me repito.
Tomo aire, lo suelto despacio y camino hacia la puerta. Al abrirla, lo encuentro de pie, con las manos en los bolsillos, completamente fresco. Yo tengo cara de que me atropelló un camión, y él parece recién salido de una revista.
—Estoy bien. Lo siento. No estoy acostumbrada a esto —murmuro, intentando sonar adulta, aunque mi voz tiembla.
Él me observa con calma, esa calma suya que irrita y atrae a la vez. Su camisa oscura resalta lo firme de su torso, y sus ojos claros me estudian como si pudiera leer mis pensamientos.
—¿Te refieres a lo que pasó? —pregunta, sin rodeos.
Me acomodo el cabello detrás de la oreja, esquivando su mirada.
—No lo tomes en serio. Estaba angustiada y tú estabas ahí y yo…
Él suelta una risa corta.
—Mel, hablas como si acabáramos de sobrevivir a un accidente. No necesito informes médicos ni confesiones bajo juramento. Somos adultos.
—No eres mi tipo —digo rápido, como si eso lo dejara claro.
Ethan se lleva la mano al pecho, teatral.
—Auch. Otro rechazo para mi colección. Primero Marge, luego Electra, ahora tú. Voy a tener que abrir un álbum.
—Genial. No me interesa ser parte de tu harén.
Lo atravieso con la mirada; sin embargo, él continúa con su numerito.
—Tranquila, no dramatices. Yo puedo fingir que no pasó nada. Soy experto en negar la realidad, lo aprendí pagando impuestos.
Cierro los ojos un segundo para no reír. Ese maldito humor suyo…
—Si lo repites, sería un error mayor —añado con seriedad.
—Mira que yo soy partidario de repetir errores. Así perfeccionas la técnica. Salvo en el trabajo, ahí los evito.
Lo miro sin decir nada, aunque mis labios amenazan con sonreír.
—Está bien, está bien —se encoge de hombros, divertido—. Fingimos que no pasó nada. Por si acaso, no me mires así otra vez, porque yo no tengo tanta fuerza de voluntad como dices.
Salgo al pasillo intentando ignorar el calor en mi cara. Mi cuerpo, por supuesto, no coopera. Mis rodillas sienten que aún tiemblan. Una vez fue un desliz; dos veces sería una sentencia.
Ethan camina detrás de mí como si nada, acomodándose el cabello con esa tranquilidad irritante. Como si no acabara de pasar lo que pasó. Como si solo hubiera tomado un café.
Al llegar a la cocina, ambos nos detenemos. Calix está ahí, con una jarra en la mano, mirándonos con una expresión difícil de leer.
«Ay, no puede ser», pienso.
La incomodidad me cae encima como un balde de agua fría. Yo fijo la vista en cualquier cosa que no sean sus ojos. Podría jurar que sabe o al menos sospecha. Ethan, en cambio, sonríe como si nada.
Hago lo que cualquier mujer madura haría cuando no sabe que hacer: huir como alumna atrapada haciendo trampa en un examen.
Camino directo hacia donde Elle habla con la madre de Tori. Intento integrarme en la conversación, pero no entiendo ni una palabra de lo que discuten. Asiento, sonrío de forma forzada y finjo interés. Evito mirar a Ethan. Sobre todo porque Calix sigue por ahí, y no quiero enfrentarlo. No por lo que pasó entre Ethan y yo, sino porque fue en su casa, en el cumpleaños de su hija.