Lo que calla el alma

Capítulo 4: Ethan

Cuando llego a casa de mi madre, la encuentro acompañada de su vecina Clare. Viven pared con pared y se hicieron inseparables después de que ella enviudó.

La vida de Clare giraba alrededor de su esposo. Cuando él murió, se hundió, hasta que mamá la arrastró a su club de mujeres retiradas y sin hombres. Sí, ese es el nombre oficial, aunque suene a secta.

Me alegra que se hagan compañía. Yo visito a mamá seguido y estoy pendiente de ella, aunque no vivimos juntos. Es una mujer mayor, si bien se niegue a reconocerlo, y tiene sus limitaciones.

—Hola, Ethan, hacía tiempo que no te veía —dice Clare.

Me acerco y me abraza con ese entusiasmo que aplasta mejillas. Su perfume a lavanda casi me tumba de espaldas. Odio los perfumes fuertes.

—Sí, es que últimamente mi madre anda más fuera que dentro de casa. Cada vez que le escribo, me dice que tiene algo que hacer.

Mamá se encoge de hombros antes de darme un abrazo breve.

—Desde que me jubilé, trato de mantenerme activa. No me gusta estar quieta.

Clare suspira con drama.

—Dora, tienes un hijo que quiere verte, mientras yo casi ruego a los míos que me visiten. Si los veo en navidad es un milagro.

Niego con la cabeza.

—Probablemente si mamá estuviera todo el día encima de mí, la evitaría.

Ella ríe.

—Somos independientes, pero siempre estamos para el otro, ¿verdad, cielo?

—Así es, mamá.

Voy a la cocina y me sirvo una coca cola que ella guarda solo para mí, porque jamás bebe nada que no sea agua o té. El gas frío me raspa la garganta y todavía estoy disfrutando el primer sorbo cuando Clare dispara:

—Dime, Ethan, ¿eres gay?

Casi me atraganto. Comienzo a toser y siento mis ojos brillosos.

—Mi hijo no es gay… ¿o sí? —pregunta mamá con el ceño fruncido.

—¡No! ¿Por qué piensas eso, Clare?

La aludida se encoge de hombros como si fuera lo más lógico.

—Llevo diez años viviendo aquí y jamás te vi con una mujer.

Mamá responde antes de que yo me defienda.

—Eso solo significa que no tiene relaciones serias y anda divirtiéndose.

—Tienes razón —dice Clare—. Mejor que se case convencido y no por miedo a quedarse solo.

Mamá sonríe tranquila.

—No tengo apuro en que él me dé nietos. Pasará cuando tenga que pasar. Lo único que espero es que no deje alguna mujer embarazada por no cuidarse. Y si decide quedarse soltero, está bien, mientras no termine siendo uno de esos viejos ridículos que persiguen jovencitas y usan pantalones ajustados.

Hablan de mí con total confianza como si yo fuera invisible. En mi propia casa. Bueno, en la de mamá, pero igual.

—Yo perseguiría jovencitas con mucho estilo. —bromeo.

Me echan una última mirada y cambian de tema. Se ponen a hablar de la última novela turca que alguien les recomendó. Aprovecho para ir a la secadora y buscar mi ropa limpia. Si no fuera porque mi lavadora decidió morir, no habría venido. Aunque siempre logro llevarme algo de comer por más simple que sea. Mi refrigerador seguro tiene huevos podridos, lechen vencida y un pedazo de queso que no sé si está muerto o vivo.

Mientras guardo la ropa en la bolsa, pienso que tuve suerte con mi madre. No me presiona para casarme ni me amenaza con frases como “quiero nietos antes de morir”. Incluso aceptaría que me quede soltero. Otras madres son capaces de presentarte a la hija de la amiga, a la nieta de la otra y, si se quedan sin opciones, a la señora de la panadería. Yo prefiero elegir a mi manera.

No estoy cerrado al matrimonio ni a ser padre. Que mi padre haya sido un tóxico de manual no significa que todos los matrimonios estén condenados. Mi amigo Calix y su esposa Victoria son prueba viviente de que dos personas pueden superar errores y terminar enamorándose. Si ellos pudieron, hay esperanza.

Claro que la mujer indicada parece estar perdida sin mapa ni GPS. O peor, sin batería en el celular.

Sacudo la cabeza dejando de pensar en eso. Y, con la ropa lista, paso por la sala. Mamá y Clare ahora hablan de una tal Louisa que quiere divorciarse porque su esposo ya no responde en la intimidad. Decido que jamás preguntaré si esa es una opción correcta de divorcio.

—Ya me voy. Gracias por prestarme la secadora, mamá. Adiós, Clare.

Mamá se levanta y me abraza.

—Pensé que te quedarías a cenar.

—No me invitaste y si Clare se queda, paso. La aprecio, pero no tengo ganas de que analice la falta de mi vida amorosa.

Me sonríe con complicidad.

—Cuídate y usa protección. No quiero nietos sorpresa ni enfermedades.

Abandono la casa riendo por su advertencia. Como si estuviera con mujeres todo el tiempo. Soy casi un monje. Bastante selectivo y cuidadoso.

Y entonces recuerdo a Melissa. La crucé hace unos días en la farmacia. Me preguntó si me había protegido la vez que estuvimos juntos. Cuando le dije que no, me miró raro y mencionó que debía confirmar algo. Su cara me dejó inquieto.




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