Tomo asiento en mi amado sofá con una taza de té en la mano. El vapor tibio me acaricia la cara y el aroma a manzanilla me relaja un poco, aunque en realidad no logro tranquilizarme del todo. Tengo uno de mis libros favoritos sobre las rodillas, ese que llevo semanas queriendo releer, pero entre el trabajo, las vueltas de la vida y mis propias distracciones, no he podido ni abrirlo.
Hago un intento de concentrarme en la primera página, sin embargo, mis pensamientos se cuelan sin permiso. Intento no pensar en el embarazo. Ni siquiera está confirmado por completo porque la cita médica se canceló y recién mañana me harán la ecografía, además de que la doctora revisará mis análisis de sangre. Técnicamente, todavía podría no estarlo, aunque no tengo dudas de que lo estoy.
No tengo más síntomas que unas náuseas suaves por las mañanas y el retraso evidente de la regla, pero eso me basta. Además, como buena ansiosa, compré tres marcas distintas de pruebas de embarazo. Todas positivas. Ni un solo negativo para darme un respiro.
Mañana me preocuparé en serio. Hoy quiero enfocarme en mi libro antes de dormir, aunque a estas alturas ya me resigno a que probablemente no lea ni un párrafo entero.
Cambio de postura en el sofá y pienso, otra vez, en vender esta casa. Lo venía considerando desde antes. Es demasiado grande para mí y está llena de recuerdos que preferiría olvidar. Mi plan era mudarme a un espacio más pequeño, empezar de cero. Pero ahora, con un bebé en camino, dudo. Tal vez debería conservarla y hacer un cambio total de decoración, sobre todo en el dormitorio principal. Ese cuarto me persigue como un fantasma.
Desde el divorcio, duermo en la habitación de invitados porque no soporto imaginar a mi ex marido revolcándose con su amante en la misma cama en la que después se acostaba conmigo como si nada. Solo pensar en eso me da arcadas, y esta vez no por el embarazo.
Resoplo, tomo un sorbo de té y apoyo la mano en mi vientre plano. Una sonrisa pequeña se me escapa. A pesar de todo, a pesar del shock, me emociona la idea de que haya una vida creciendo dentro de mí.
Todavía no sé cómo se lo voy a decir a Ethan. Solo pensar en eso me da taquicardia.
Dejo la taza sobre la mesa auxiliar y cierro el libro. Fingir que leo es inútil. Mi cabeza va por donde quiere y no me pide permiso. Me distraigo mirando el celular y me sorprendo al ver una llamada perdida de Tori. También dejó un mensaje.
Tori Klein: ¿Le contaste a Ethan sobre el embarazo?
Me muerdo el labio y le respondo con rapidez:
Melissa: No. ¿Por qué?
Antes de poder llamarla, el timbre de la puerta me sobresalta. Son casi las diez de la noche. No espero a nadie. Seguro no es un vendedor de seguros… a menos que sea un vendedor muy desesperado.
Me acerco con cautela, espío por la mirilla y me quedo congelada.
Ethan.
¿Qué demonios hace aquí? ¿Cómo consiguió mi dirección? Calix se la dio o la consiguió por sus propios medios. Es policía y tiene sus contactos.
El mensaje de Tori más la presencia de Ethan en mi puerta me eriza la piel. ¿Habrá deducido algo cuando nos cruzamos en la farmacia el otro día? ¿O ya sabe todo?
Tengo dos opciones: fingir que me dormí y no abrir, o enfrentar la situación. Me debato unos segundos, inhalo profundo y exhalo como si fuera a entrar a una cirugía. Al final, giro la perilla.
Y ahí está Ethan. Demasiado guapo para ser real y perjudicial para mis hormonas. La camisa sin mangas se ajusta a sus brazos marcados, el pantalón le queda como si un sastre hubiera tomado sus medidas exactas, y el cabello despeinado le da ese aire de “me levanté hace diez minutos y aun así luzco perfecto”. Yo, en pijama holgado con manchas de té, parezco el antes de un comercial de shampoo.
«Enfócate, Mel».
—Ethan. —digo al fin, con voz más ronca de lo que quisiera.
—Sí, yo. Perdón por aparecer así, sin avisar, pero estoy alterado.
Genial. Alterado. Eso siempre augura una conversación tranquila.
—¿Alterado? —pregunto, apoyándome en el marco de la puerta.
—No lo pensé en el momento, pero cuando nos cruzamos en la farmacia se me ocurrió… Y luego mi madre me dijo que usara protección porque no quiere nietos sorpresa ni enfermedades. Después Tori me comentó que por fin me habías dicho y pensé: no, no me dijo nada.
Lo miro con la boca entreabierta. ¿Qué acaba de decir?
—Tranquilo, Ethan. Yo misma estoy asimilando la idea. Mañana el médico confirmará con los análisis de sangre.
Él frunce el ceño, entra a la casa sin pedir permiso y empieza a caminar como un tigre enjaulado.
—O sea que todavía no es seguro.
—Sí lo es. Todos los tests dieron positivo. Y yo soy muy regular.
Asiente, pasa una mano nerviosa por el cabello y se ríe de manera nerviosa.
—¿Y yo corro riesgo? Mierda. Esto no es justo. Una vez que olvido el maldito condón y pasa esto.
Lo miro sin entender nada.
—¿Riesgo de qué hablas?
—De infección, Mel. Una ETS.