Mi tía Ritha nunca pierde la oportunidad de hablar de sus hijos como si fueran portada de revista. Según ella, uno está a punto de convertirse en socio de un prestigioso bufete de abogados y la otra acaba de comprometerse con un ingeniero en sistemas que la ama con locura.
Lo curioso es que omite los detalles menos glamurosos, como que su hijo apenas logró graduarse porque mi tío se endeudó hasta las cejas para mantenerlo en la universidad, y que mi prima estudió más como estrategia para atrapar marido que por vocación. Eso lo sé porque los escuché hablar de sus planes sin darse cuenta de que yo estaba presente… o tal vez porque sencillamente les dio igual.
Mamá escucha todo con verdadera atención, sonríe con alegría sincera y asiente como si esas noticias fueran también un triunfo propio. Yo, en cambio, solo pienso en la bandeja de chuletas y costillas de cerdo sobre la mesa. El aroma de la carne asada se mezcla con el del vino, las salsas y el pan recién horneado. Esa combinación sí me interesa. Aunque ya estoy lleno, podría llevarme las sobras.
—¿Y tú, Ethan? —la voz de mi tía me arranca de mis pensamientos justo cuando estaba decidiendo si llevarme lo que quede de comida ahora o esperar por educación.
Levanto la vista con la boca llena, sorprendido como si me hubieran pillado en un crimen.
—¿Yo qué, tía?
—¿Cuándo piensas casarte y tener hijos?
Mi tío se adelanta, levantando su cerveza con aire solemne.
—Es difícil que las mujeres quieran salir con detectives de policía.
Le doy un sorbo a la mía. El amargor me ayuda a preparar la respuesta.
—Hijo, dentro de seis meses. Esposa, no está en mis planes por ahora.
El silencio cae de golpe, como si hubiera confesado que planeo tirarme del techo. Todos me miran con los ojos muy abiertos.
—¿Vas a ser padre? —pregunta Ritha, incapaz de ocultar el dramatismo.
—Sí.
—¡Dora, no nos dijiste nada! —su tono acusa. Ni que mi madre hubiera escondido una conspiración.
—Yo me enteré hace dos días —responde mamá, tranquila, casi divertida.
—Y yo hace menos de una semana —añado, encogiéndome de hombros.
—¿Para cuándo es la boda? —insiste mi tío, convencido de que la palabra “boda” es sinónimo de “solución”.
Frunzo el ceño y dejo el tenedor en el plato con un golpe seco.
—¿Qué boda? Voy a tener un hijo, no un casamiento exprés.
—Tienes que casarte, es lo correcto. —insiste mi tía.
Ruedo los ojos.
—Son otros tiempos. La madre del bebé y yo somos amigos, nada más. Ella es divorciada y lo último que quiere es repetir la experiencia. Y yo bastante tengo con mi trabajo como para sumarle un matrimonio.
La tensión se instala en la mesa como un invitado más, uno que nadie se atreve a echar. Solo mamá sonríe, serena.
—Lo único que me importa —dice— es que mi nieto crezca con buenos padres. Ethan será un gran papá, y Melissa es una chica muy agradable. Si ellos están bien así, yo estoy bien.
Ritha aprieta los labios.
—A mí no me parece.
Me pongo de pie, con la sangre ardiendo.
—Por suerte, es mi vida. El matrimonio no arregla nada. Si no, miren a mis padres que se casaron y se divorciaron en malos términos. Él hizo mucho daño a mi madre, hasta quebrar su autoestima, y todos terminamos en terapia. Hoy no sabemos nada de él, y no lo extraño. ¿De qué sirvió ese papel? Incluso complicó las cosas.
El aire se carga y Ritha baja la mirada, incómoda, y busca a mamá con ojos arrepentidos. Mi tío suspira.
—Ethan tiene un punto.
—Lo siento, creo que exageré —murmura mi tía.
Decido no seguir hablando de esto. No vale la pena. Mis tíos son buena gente, adoran a mamá. Y mis primos… bueno, son dos estirados que se creen más listos que Einstein, pero eso es otro capítulo.
Termino mi cerveza de un trago y me levanto con la excusa del trabajo. Ellos lo aceptan; mamá, en cambio, me mira sabiendo que estoy mintiendo, aun así, me sigue la corriente como la madre genial que es.
En la puerta me abraza. Su perfume mezclado con jabón suave me devuelve por un segundo a la infancia.
—Estoy orgullosa de ti, Ethan. No me importa que no estés casado ni que hayas elegido ser detective en lugar de abogado o analista.
Le beso el dorso de la mano.
—Te amo, mamá. Créeme, soy más feliz que ellos dos juntos—reímos—. Guárdame las chuletas sobrantes y escóndelas. Pasaré por ellas mañana.
Bajo los escalones y respiro hondo. El aire fresco me despeja del sofoco del jardín cerrado. Subo al auto y reviso el celular, encontrando una llamada perdida de Calix. Le devuelvo la llamada y quien responde es Henry.
—Hola, tío.
—No dejes que tus padres te usen de asistente para atender el teléfono o cóbrales.
—¡Me gusta! —responde con entusiasmo. Después grita—: ¡Papá, el tío Ethan te llama!