Estaba ansiosa por conocer a Dora. Ansiosa y, debo admitirlo, un poco nerviosa. Por teléfono se mostró como una mujer independiente, segura de sí misma, con esa calidez de madre que respeta las decisiones de su hijo y, al mismo tiempo, dice lo que piensa sin rodeos. La imaginaba con carácter y con ternura. Ahora, después de haberla conocido esta noche, puedo confirmar que era exactamente como pensé.
Me preocupaba qué podría opinar de mí. Lo mío con Ethan no empezó de la forma más sensata, fue un impulso, un arrebato nacido del despecho por mi ex y de la atracción que él me provoca. No era algo planeado, ni mucho menos algo que quisiera confesarle a la madre del hombre en cuestión. Por suerte, Dora no me miró con juicio, sino con serenidad. Y eso me reconforta y confirma que será una buena abuela para mi hijo.
Lo que sí me pesa todavía es que mis padres no saben del embarazo. Mi padre, seguramente, lo tomará con calma. Mi madre, no. Con ella la relación nunca fue fácil y sé que me juzgará. Por eso sigo posponiendo esa conversación inevitable.
—¿Y tus padres, Melissa? —la voz de Dora me arranca de mis pensamientos.
Tengo la taza de café descafeinado entre las manos.
—Viven en Ontario —respondo—. No tenemos una relación estrecha. Siguen casados, más por costumbre que por amor.
Dora frunce suavemente el ceño, sin perder la dulzura.
—¿Hace mucho que no hablas con ellos?
—Mamá… —interviene Ethan, incómodo—. No es asunto nuestro.
Suelto una risa para aliviar la tensión.
—No pasa nada. Con mi madre, desde que me divorcié. Con mi padre, hará unos tres meses.
Dora asiente despacio, como si masticara mis palabras.
—¿Y con tu madre por qué no?
Me humedezco los labios antes de contestar.
—No aceptó que me divorciara. Para ella es mejor estar con un hombre infiel y mal esposo antes que quedarse sola después de los treinta.
—Qué anticuada —murmura Ethan, con el ceño fruncido.
—¿Y tu padre qué dice? —pregunta Dora con interés genuino.
—Es un buen hombre sin voz ni voto.
—Vaya… lo siento.
Me encojo de hombros y miro mi taza.
—Ya no me afecta. Amo y respeto a mis padres, pero eso no significa que deba quedarme con alguien que no me quiere, que no busca lo mismo que yo.
Dora ladea la cabeza y sonríe con ternura hacia su hijo.
—Yo solo quiero que Ethan sea feliz. Prefiero verlo soltero que casado con alguien a quien no ame.
Ethan aprieta su mano y replica con un guiño:
—No tuve suerte con mi padre, pero sí con la mejor madre.
El rubor sube a las mejillas de Dora y le da unas palmaditas cariñosas en la mano, como si la declaración la enterneciera más de lo que quiere mostrar.
El ambiente se suaviza. Las luces cálidas iluminan los gestos de complicidad entre madre e hijo. Observarlos juntos me conmueve, pues tienen una conexión real, sin disfraces ni máscaras. Nada que ver con lo que conocí en mi matrimonio, ni con lo que veía entre mi ex y su madre.
Ethan aprovecha para contar, casi sin proponérselo, fragmentos de su infancia. Descubro que su padre fue un hombre tóxico y abusivo. Me duele imaginar lo que vivieron, sin embargo, entiendo mejor por qué eligió ser policía. Proteger y defender. Esa fue su respuesta a la violencia.
Dora lo escucha con atención, y cuando él se calla, le acaricia la mano.
—Me enorgullece la persona en la que te convertiste —dice con la voz cargada de emoción.
Me sorprende lo frágil y fuerte que puede verse a la vez una madre. Y pienso que en unos meses yo tendré ese papel y me asusta tanto como me emociona.
—Eres la mejor madre del mundo, después de todo.
—Y la mejor madre del mundo debe irse a descansar —anuncia Dora al cabo de un rato, levantándose despacio—. Estos huesos ya no son tan jóvenes.
—Yo también debo irme, solo que antes ayudaré a Ethan a ordenar —me ofrezco.
El aludido se endereza enseguida.
—¿Qué? No. Yo puedo con los platos. Que sea un desastre para cocinar no significa que no sepa usar una esponja.
—Tienes lavaplatos —le recuerda Dora con picardía.
—Ah, cierto. Olvidé ese detalle.
La carcajada se me escapa sola.
—Eso pasa porque vives a base de comida rápida y cenas improvisadas.
Ethan levanta las manos, fingiendo derrota.
—No se puede ser guapo, atrapar criminales y además saber cocinar. Algún defecto tengo que tener para mantener la humildad.
Reímos los tres y la tensión desaparece por completo.
Mientras Ethan se va a la cocina para darle el resto de las tartas a su madre, esta aprovecha la espera para contarme más anécdotas de su hijo, porque las que contó no son suficientes. Cómo escondió un gatito en la mochila para llevarlo a la escuela. Cómo se subía a la mesa para hacer reír a los invitados. Me habla de noches difíciles en las que él la animaba con ocurrencias imposibles, de cuando inventaba coreografías ridículas solo para verla sonreír. Cada historia me muestra a un Ethan humano, más vulnerable, menos detective.