Cuando dejamos el hospital, siento que esto es un callejón sin salida. Y lo detesto. Siempre ocurre lo mismo cuando un caso se estanca, nada avanza y termino con la amarga sensación de haber corrido en círculos. Es frustrante, como pegarle a una pared con las manos desnudas y esperar que se abra una puerta por arte de magia.
—No puedo creer que esa mujer se ponga del lado de su esposo abusivo y no de su hija —espeta Dilan, con la mandíbula apretada.
Su rabia me contagia, aunque intento mantener la calma.
—Ya sabes cómo son algunos casos —respondo, sacudiendo la cabeza—. La acusan a ella de provocarlo. Como si una niña pudiera tener la culpa de los impulsos de un adulto.
La indignación se me queda en la garganta como un sabor metálico.
—Es el padre… bueno, no biológico, pero igual. Y aunque lo fuera, no está bien que haya cedido.
Veo cómo aprieta la mano en un puño y entiendo lo que siente. Yo también quisiera resolver todo con un chasquido, pero la realidad no funciona así.
No importa cuanta experiencia tengamos, hay casos difíciles que causan indignación.
—La madre no quiere hacer nada, la hija tampoco, y es menor de edad. Ya hicimos la denuncia a servicios sociales. Ellos investigarán y decidirán. Si encuentran pruebas de que no está a salvo, la sacarán de esa casa y podrán presentar cargos. Al menos el vecino le dio una buena golpiza que lo tendrá varios días en el hospital.
Dilan asiente, aunque su gesto es más de resignación que de acuerdo. Yo hago lo mismo, y siento que fingir serenidad ya se ha vuelto parte del uniforme.
Camino hacia mi auto y la imagen de esa niña no me suelta. Su silencio se me clava en la memoria y me obliga a pensar en el hijo —o hija— que viene en camino. Me incomoda, me pone en alerta. La idea de traer un niño a este mundo me pesa en el pecho, aunque al mismo tiempo me da fuerzas.
Lo único que me consuela es saber que Melissa y yo podremos darle algo distinto. No podremos protegerlo de todo, nadie puede, salvo que lo encierres en una caja de cristal… cosa que no es muy práctica, por cierto. Pero sí podemos darle herramientas, enseñarle a defenderse, a hablar y a confiar en nosotros. Esa idea me arranca una sonrisa sin darme cuenta.
—¿Y esa sonrisa? —pregunta Dilan, mirándome de reojo.
Me sorprende lo rápido que me descubrió. Me aclaro la garganta, fingiendo indiferencia.
—Nada.
—Melissa.
Ruedo los ojos. Siempre va directo al punto.
—Tengo que hablar con ella.
—¿No fuiste ya?
—No. Me llamaste para que viniera a hablar con la víctima —respondo, arqueando una ceja.
Dilan levanta las manos, como si se lavara las culpas. Su gesto exagerado me arranca una risa interna.
—Podrías haberme dicho que estabas ocupado y yo me ocupaba. No me habría importado.
—Sí, claro. Y mañana me traes café, me haces el informe y limpias mi escritorio. No hubieras aguantado la tentación de cobrármelo en grande.
—Obvio. Así es la vida.
Reímos los dos, porque sabemos que es verdad.
—Voy a hablar con Melissa —repito, aunque me suena más a promesa que a plan inmediato.
—Hazlo. Pero antes pasa por la comisaría y termina el informe. La capitana lo quiere mañana temprano.
—Perfecto, justo lo que necesitaba para arruinar mi noche.
Subo a mi auto y sigo el de Dilan hasta la comisaría. Mientras manejo, no puedo evitar que mi mente regrese a Melissa. Y claro, a su ex. Ese tipo es un auténtico patán que se aburrió del matrimonio, se buscó una amante, descubrió que ella era peor que un reality show de poco presupuesto y, cuando se dio cuenta de que lo perdía todo, quiso regresar. Un genio.
Dudo que vuelva a buscarla, pero si lo hace, tomaré medidas. ¿Cuáles? No tengo idea. El tipo salió limpio en la investigación, salvo por los rumores con su asistente. Y los rumores, por muy sabrosos que sean, no sirven como evidencia. Melissa debe saberlo… o tal vez no. Y yo no puedo decírselo sin pruebas. Aun así, buscaré la forma de apartarlo de ella si se le ocurre regresar.
La escena con su ex me dejó un nudo en el estómago y, paradójicamente, también me dio claridad. Hoy odié que me llamaran del trabajo, algo que jamás me pasa. Y eso me asusta un poco, porque significa que Melissa me importa más de lo que quiero admitir. No es amor todavía, porque no nos conocemos lo suficiente, pero puede llegar a serlo y la idea me gusta.
Melissa me gustaba desde antes de aquel desliz que provocó el embarazo. Siempre me pareció atractiva y solo me mantuve al margen porque era una mujer casada. Después, en medio de su divorcio, ella me esquivaba como si yo fuera un recordatorio de todo lo que quería olvidar. Hasta que pasó lo que pasó y volvió a esquivarme.
Si la hubiera conocido en otras circunstancias, quizá la habría invitado a salir. Quizá hoy estaríamos riendo juntos en un café, discutiendo sobre películas malas o sobre qué pizza pedir. Sin embargo, no fue así, y me repito que todo pasa por algo. Ahora solo sé que necesito decirle cómo me siento. No por el bebé, sino porque no logro dejar de pensar en ella. Si me rechaza, lo aceptaré. Aunque claro, siempre me quedará la opción de llorar en el baño como adulto responsable.