Lo que calla el alma

Capítulo 15: Melissa

El restaurante comienza a vaciarse a medida que la noche avanza. El murmullo de conversaciones se apaga poco a poco y siento que, por fin, respiro con cierta calma. Las luces cálidas se reflejan en los cristales, y algunas mesas ya vacías muestran restos de comida y servilletas arrugadas. La mesa frente a mí está desordenada, con platos casi vacíos y vasos con restos de bebida. Henry hace rodar un cubierto sobre el mantel como si fuera un juguete, completamente entretenido.

—Ya estoy lleno —dice orgulloso, dándose palmaditas en la panza.

—Por suerte —responde Tori, arqueando una ceja—. Si seguías con las papas, terminabas rodando al auto.

Henry suelta una carcajada y yo sonrío. Es imposible no contagiarme de su alegría. Miro cómo se le iluminan los ojos y siento que, por un instante, todo fuera de esta mesa no importa.

El camarero se acerca y deja la cuenta; Tori la toma enseguida.

—Hoy invito yo —me dice con esa voz que no admite discusión.

—Tori…

—Nada de peros, Melissa. —Señala con el dedo como si fuera una maestra estricta—. Tú aceptaste acompañarme y quiero agradecerlo.

Respiro hondo y asiento. Discutir con ella casi nunca sirve. Además, me hace bien dejarme cuidar.

Salimos a cenar sin planearlo, porque Tori tuvo una discusión con Calix de la que no quiere hablar y yo necesitaba despejar la mente; aun así, fue buena idea.

Mientras Tori busca el dinero, Henry me mira curioso.

—Tía Mel, ¿podemos traer a Hope la próxima vez?

—Claro que sí —respondo, sonriendo suavemente—. Ella no vino porque estaba cansada.

Henry se encoge de hombros.

—La extraño. Seguro ahora está aburrida con papá.

Tori le acaricia el cabello y susurra algo que solo Henry y yo podemos escuchar.

—No, cariño, ella está durmiendo. Tu padre me acaba de enviar una foto—se la enseña y eso lo hace sonreír—. Mañana jugarás con ella todo lo que quieras.

Henry suspira resignado y yo lo observo, pensando en lo lindo que es tener esa inocencia y la certeza de que todo puede resolverse al día siguiente. La calma del restaurante me envuelve, y por un momento puedo olvidar la tensión que llevo en el pecho desde hace días.

—Tan fuerte no fue la pelea si se escriben. —exclamo en voz baja para que Henry no escuche.

Mi amiga ríe.

—Solo me enojé porque inscribió a Hope a clase de natación sin decirme y la llevó a su primera clase. Mi padre y él lo planearon y querían darme una sorpresa mostrándome a mi hija nadando, pero yo quería estar en su primera clase y seguir el aprendizaje—suspira—. No importa. Ahora cuando regrese nos reconciliaremos.

—Entonces vamos.

Estamos a punto de levantarnos cuando la puerta se abre. Miro sin darle importancia hasta que lo veo a Ethan entrar con paso seguro, usando una camisa azul marino que le queda demasiado bien. El corazón me da un vuelco.

A su lado camina una mujer alta y delgada, con un vestido entallado que parece diseñado solo para ella. Habla con él con confianza, se ríe y lo toca de manera natural. No la conozco. Nunca la he visto.

Siento un nudo en la garganta. La respiración se me hace más pesada y noto cómo mis hombros se tensan.

Tori sigue mi mirada y susurra:

—No puede ser.

Me inclino hacia ella y hablo apenas en un murmullo.

—Me escribió que estaría en la comisaría con papeleo. —El recuerdo del mensaje me golpea con fuerza—. ¿Qué hace aquí?

Tori duda, buscando algo de lógica.

—Puede ser una compañera. Tal vez pasaron a cenar rápido.

Quiero creerlo, aunque mi estómago dice otra cosa. La manera en que la mujer lo mira no es de trabajo; es de confianza, de alguien que sabe lo que tiene al lado.

Henry también lo ve y se emociona.

—¡Es el tío Ethan! —grita feliz, levantándose de la silla.

—Henry, siéntate —ordena Tori con rapidez.

—Quiero saludarlo, mamá.

Lo sujeto de la mano, nerviosa.

—Espera, cariño, ahora no. Tu tío está ocupado.

Pero Henry ya llamó la atención de la mujer. Ella gira un poco la cabeza hacia nuestra mesa, aunque obviamente no nos da importancia porque no nos conoce. Y justo entonces suelta, con total naturalidad:

—Aquí fue donde vinimos la última vez antes de terminar en mi casa.

El aire se me congela en los pulmones.

¿En su casa?

Me quedo inmóvil, helada, incapaz de procesar lo que acaba de decir. Ethan no nos ve. Sigue conversando con ella como si nada, sin mostrar cercanía ni responder a esa frase, y aun así duele.

—No puede ser… —susurro, y mi voz suena frágil, desesperada.

Tori me mira fijo.

—Mel, no es una compañera.

En ese momento, la mujer se apoya aún más en él, lo rodea con un brazo y se pega a su costado con total confianza. Mis manos tiemblan. La rabia se mezcla con tristeza y siento un peso en el pecho que me bloquea.




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