—Debiste verla, Ethan, parecía otra mujer. Nada que ver con la de perfil bajo que recuerdo. Me siento miserable.
Todo lo que me dijo me deja pensando. ¿Por qué no lo dijo antes? Varias veces hablamos y yo ni siquiera noté que estaba cansada. La habría escuchado... ¿O no?
—Cree que tengo algo con mi asistente.
—Y no es la única.
Levanto la cabeza y miro a mi amigo, que ahora luce su placa con orgullo.
—¿A qué te refieres?
—Amigo, en tu empresa hablan más que en una peluquería. Escuché rumores de que estás enredado con tu asistente, que tu matrimonio es solo apariencia y que ella ya está midiendo cortinas para instalarse como la nueva señora Klein.
—¿Y tú cómo sabes eso? Ni siquiera trabajas ahí.
—Fui un par de veces a visitarte y salí con una de tus empleadas. No sé si es del área administrativa o del café, pero tiene buen gusto. Me contó todo. Más bien quería confirmar si era cierto.
Trago con fuerza. ¿Qué más se dice? ¿Que tengo un club de admiradoras?
¿Habré sido demasiado amistoso con mi asistente? No lo sé, yo solo intento ser simpático para que el trabajo no sea tedioso. ¿Ahora resulta que la amabilidad se confunde con romance?
Si me divorcio de Victoria, todo el mundo pensará que es por la asistente. Y lo peor: lo van a creer sin dudarlo.
—No puede ser —exclamo, apretando los puños.
—Te digo que le pongas un alto. Tu asistente se cree la Primera Dama. Como tu esposa no pisa la oficina y ella es tu sombra, es lógico que se sienta con autoridad.
—No hay nada entre nosotros.
—No me lo digas a mí, díselo al comité de chismes de tu empresa y, en especial, a tu asistente, para que entienda cuál es su lugar. No me sorprendería que ella misma anduviera diciendo eso.
—¿Qué voy a hacer, Ethan?
—Mantén la distancia con ella y déjale claro que no te interesa de esa manera.
Lo miro frunciendo el ceño.
—Me refiero a mi esposa, no a mi asistente.
Él asiente.
—Claro... No sé, concédele el divorcio. Y si no quieres divorciarte, recupérala.
—¿Recuperarla?
—Sí. Porque resulta que el príncipe azul eras tú, pero te disfrazaste de mueble emocional. Ella no quiere regalos, quiere tu tiempo. Llévala a una cita romántica. Pregúntale su color favorito, su comida favorita, qué sé yo. Haz como si recién se conocieran.
—¿Estás escuchándote?
—Sí, y hasta yo me enamoraría de mí mismo con ese discurso.
Suelto una pequeña carcajada.
—No lo sé. Hay momentos en que se muestra segura de sí, decidida, y me gusta, sobre todo en privado. Pero luego vuelve a ser la esposa perfecta que solo intenta agradar, y eso me frustra.
—La educaron para ser así, y nunca le dices que quieres algo diferente. Está claro que no es como pensabas, o no se habría ido. Habla con ella. Y, de nuevo, aléjate de tu asistente.
—Tal vez deba darle el divorcio y listo.
—Haz lo que creas mejor, Romeo confundido.
Ignoro el apodo horrible porque Ethan es el único amigo que me dice la verdad sin rodeos. No le importa si me duele lo que dice, y por eso confío en él.
¿Cómo voy a recuperar a Victoria si ya no siente nada por mí y cree que estoy interesado en otra persona? Está claro que ya no le importo.
Dice que tiene un título, pero no menciona dónde está trabajando. Nos casamos cuando ella tiene veintitrés años y no trabaja antes. Su padre nunca mencionó que fue a la universidad. Ahora es una mujer independiente con horarios.
No puedo pedirle a Ethan que averigüe porque odia hacerme favores de esa clase, pero puedo buscar otra forma.
Tampoco sé con quién se está quedando ni quién la está ayudando.
Mi amigo se levanta.
—Iré a comer una hamburguesa, esperando que no me llamen por algún caso. Pero si pasa, prefiero tener el estómago lleno.
Me levanto también.
—Te acompaño.
—¿En serio? ¿Arriesgarás tus abdominales con una hamburguesa?
Sonrío.
—Tengo buena genética y necesito distraerme.
Ethan acepta, pero voy en mi propio auto. No quiero quedarme tirado si él debe salir por una emergencia y no me agradan los taxis.
Terminamos en un restaurante que no conozco, con hamburguesas, papas y bebidas.
Mientras él habla de un caso con giros dignos de película policial, yo sigo pensando en Victoria.
Si fue tan infeliz durante los últimos tres años, quizás es mejor dejarla libre. Yo tampoco fui feliz en el matrimonio. Tampoco tuve buenos ejemplos a seguir.
Los padres de Victoria, según sé, se casaron por conveniencia. Los míos, porque mi mamá quedó embarazada. Mi padre no la amaba, le fue infiel y casi arruinó la empresa por causa de sus malos manejos para complacer a otras mujeres.