Lo que calla el corazón

Capítulo 9: Victoria

Intento permanecer tranquila mientras soy el centro de atención, algo que detesto con todo mi ser. Calix se ve preocupado e insiste en llevarme al médico. Su asistente, pegada a él como si fuera su sombra, busca cualquier excusa para acercarse, aunque él ni siquiera le presta atención. Hay dos personas más que, supongo, son del personal, porque no los reconozco.

Calix no puede saber que estoy embarazada. No todavía.

Me levanto como puedo. Calix se acerca como si esperara que me derrumbara otra vez, y su preocupación me sorprende tanto como me conmueve.

—Estoy bien.

—Te desmayaste.

—Fue una baja de azúcar. No almorcé y he estado bajo mucho estrés.

—Bien, entonces vas a comer algo —mira a su asistente—. Pide que traigan una ensalada completa, sin cebolla. Asegúrate de que sea así, porque a mi esposa no le gusta.

Lo miro sin poder creer que sepa ese detalle. Jane aprieta los labios, me lanza una mirada que dura lo suficiente como para incomodarme, y sale de la oficina con la elegancia de quien va a lanzar una bomba y no quiere dejar huellas.

—Estoy bien. Comeré algo al salir de aquí.

Los dos empleados me observan como si esperaran que me desmayara en cámara lenta.

—Salgan, por favor.

—¿Quiénes son?

Ambos se van con una rapidez que parece sacada de un simulacro de incendio.

—Del departamento contable. Tenía un tema que tratar, pero puede esperar. No seas terca. Solo come y luego puedes irte. No dejaré que salgas hasta estar seguro de que estás bien.

Niego con la cabeza e intento no llorar. Sí, el bebé no se conforma con darme náuseas y cansancio, también se empeña en que me emocione hasta las lágrimas.

Parpadeo con fuerza.

—No quiero estar aquí. No me agrada tu asistente y no me siento cómoda. Me incomoda que me miren con lástima, como si fuera una víctima. La pobre esposa a la que su marido engaña.

Él cierra los ojos y aprieta los labios, como quien cuenta hasta diez en tres idiomas.

—No eres una víctima. Nunca te engañé... Ni sé por qué lo repito si está claro que no me crees.

Suspiro.

¿Puedo creerle? Que un hombre sea amable con una mujer no significa que estén juntos. El problema es que nunca fue así conmigo, y eso duele.

Intento fingir que ya no siento nada, pero me doy cuenta de cuánto me lastima.

Necesito salir de aquí.

Agarro mi bolso al mismo tiempo que él me toma de la mano.

—Me voy a ir, y no necesito tu autorización.

Nos lanzamos una mirada cargada de tensión hasta que él termina cediendo.

—Iré contigo. Podemos comer algo en la cafetería de enfrente.

—¿No vas a dejarme en paz hasta que coma?

—Exactamente.

—Firma los papeles de divocio y podremos comer.

Él tensa la mandíbula y mira el escritorio.

—Podemos hablar de eso después.

—Calix.

Da un paso atrás.

—¡No quiero separarme de ti, Tori! —dice, y justo entonces Jane entra con mi comida. Se queda congelada, como parte del decorado.

¿Acaso no sabe golpear la puerta? Claro, tienen confianza.

Es la primera vez que Calix me llama Tori. Ni mis padres ni él me llaman así. Siempre es Victoria. Mis padres porque “es el nombre que te dimos”. Calix por formalidad o distancia o ambas.

—Me voy .—anuncio.

—No te vas sola —agarra su chaqueta—. Jane, deja la comida. Saldré con mi esposa.

—¿Ahora? Tienes una reunión... —dice con los dientes apretados—. Puedo llamar al chofer que lleve a Victoria a su casa...

Ruedo los ojos.

—Sí, vayan a su reunión. Yo me voy sola.

—¡No! —se mantiene firme—. Jane, cancela la reunión y no lo repetiré de nuevo. Saldré con mi esposa. Te pido que no opines en cosas que no te corresponden—le dice con rudeza—. Nos vamos a comer.

—Te encanta complicar todo, ¿no?

—Tú eres quien está complicando las cosas. Ahora mismo me aseguraré de que comas, y luego hablaremos como adultos. No firmaré esos papeles, y tendrás que darme una mejor excusa que suponer que tengo una amante, porque no es así —me toma la mano con suavidad—. Jane, no me molestes con llamadas al menos que sean de vida o muerte.

Lo dejo llevarme de la mano solo porque me da una satisfacción secreta ver la cara de su asistente.

Le dijo que no va a firmar el divorcio y se fue conmigo.

Puedo saborear una cucharadita de satisfacción. Además, admito que me siento débil y algo mareada. No quiero pecar de imprudente.

Tampoco deseo armar escándalo ni hacer una escena, así que no discuto mientras bajamos en el ascensor, salimos del edificio y cruzamos la calle.




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