Un fuerte terremoto de 8 grados en la escala de Richter, con más de 6 réplicas de intensidad considerable, había suscitado la madrugada de un 2 de marzo, azotando un pequeño pueblo, el saldo hasta el momento era bastante devastador; 600 personas fallecidas, 150 en estado crítico y las búsquedas de alguna persona herida o fallecida, continuaban en el pequeño pueblo de 1000 habitantes.
Los rescatistas, buscaban entre los escombros, de repente el llanto de unos bebes llamaron la atención de cuatro de ellos que estaban realizando la búsqueda en diferentes zonas del pequeño pueblo.
—Bajo esa mesa rota — decía uno de los rescatistas.
—Bien, ahora me acerco a ella — respondió otro de ellos, mientras trataba de pasar entre los escombros.
Luego de algunos minutos, el rescatista llego junto a la mesa rota, y se inclinó para tomar en sus brazos al bebé que lloraba desconsoladamente dentro de un pequeño cesto, a un costado del mismo, junto a la mesa rota, bajo los escombros se encontraba una mujer, ya fallecida, a pocos metros de ella un hombre, también fallecido.
—¡E un recién nacido y está vivo! — dijo el rescatista mientras tomaba al bebé en sus brazos. Tu madre de seguro te protegió a ti bajo esta mesa, que es de un material bastante resistente, pero a ella ya no le dio el tiempo de hacerlo — expreso con nostalgia el hombre.
—¡Eres un milagro! Sí, sin duda eres un milagro de este devastador terremoto — agrego el otro rescatista, posando su mirada ahora en los cuerpos de los fallecidos. Ellos deben ser sus padres — añadió con tristeza.
—Tiene una cadenita — agrego el rescatista que tenía al bebé.
En tanto, en otra de las zonas del pueblo, otro par de rescatistas se encontraban viviendo la misma experiencia.
—Pobre pequeñita, el cuerpo de tu padre te protegió — decía con nostalgia un rescatista, mientras tomaba en sus brazos a una bebita recién nacida.
—Encontramos otro cuerpo, debe ser su madre — se escuchó.
—Tan pequeñita y te quedaste sin padres — decía con tristeza el rescatista que tenía en sus brazos a la bebé, mientras miraba la cadenita que llevaba puesta.
Los niños fueron llevados con el jefe de los rescatistas, quien se encontraba recibiendo los reportes de los encargados de las zonas de búsqueda.
—Dos recién nacidos de un total de más de 600 fallecidos, este es un milagro — decía el jefe de los rescatistas.
—Creo que son los únicos sobrevivientes jefe — expreso uno de los rescatistas.
—Si eso parece, ya que lo único que seguimos encontrando son más muertos en un pueblo que quedo completamente destruido — agregó otro rescatista con tristeza.
—¿Qué haremos con ellos? — pronunció uno de los rescatistas que tenía a uno de los bebes en sus brazos.
—Me contactare con las autoridades de Metrópoli para reportarlos, luego dos de ustedes junto a mí iremos para allá, pues los bebes tendrán que ser revisados por el médico y de allí serán trasladados a un orfanato, allí los cuidaran y se encargaran de buscarles una nueva familia si es que en un tiempo prudente nadie se aparece a reclamarlos como familiares — decía el jefe de los rescatistas.
—¿Un orfanato? — expreso uno de los rescatistas con nostalgia.
—Sí, necesitan cuidados especiales, son recién nacidos, podrían presentar enfermedades posteriores al terremoto, han estado expuestos a muchos riesgos, además ello es lo que corresponde según normativa, agrego el jefe.
Tal cual lo dijo el jefe de los rescatistas, él se comunicó con las autoridades de Metrópoli, para informarles sobre el saldo del fatídico terremoto, y sobre los recién nacidos; luego junto a dos de los rescatistas llevaron a los bebes a dicho pueblo, en este los recién nacidos pasaron la revisión médica, y luego fueron llevados a un orfanato, en donde los esperaba ya la encargada del mismo; una mujer de lentes, de nariz puntiaguda, alta, delgada.
—No se preocupen, aquí los cuidaremos hasta que algún familiar los reclame — decía la mujer de lentes.
—Y si nadie los reclama — expreso uno de los rescatistas que había ido con el jefe de ellos.
—Entraran en adopción —respondió la mujer con frialdad, mientras hacía un gesto con sus manos, como dándole a indicar a los hombres que le entreguen a los bebes.
—¿Cuánto tiempo debe pasar para que ello suceda? — pregunto el otro rescatista que había ido con el jefe de ellos, mientras se acercaba a la mujer para entregarle al bebe que tenía en sus brazos.
—Un año, así lo indica nuestro reglamento. Si al transcurrir ese tiempo nadie los reclama, los niños pueden ser adoptados — dijo la mujer mientras recibía a los niños.
—Ellos ya tienen un nombre, ambos tienen una cadenita, pero lamentablemente no sabemos aún sus apellidos…— expreso el jefe de los rescatistas con tristeza, mientras caminaba junto a la mujer lentes hacia los cuneros del orfanato.
—No se preocupe por ello, aquí los huérfanos no tienen apellidos solo nombres, ellos reciben los apellidos de las familias que los adoptan — dijo la mujer colocando a los pequeños en dos cuneros juntos.
—Claro, pero ellos pueden tener parientes….
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Editado: 15.11.2024