Una nueva Navidad estaba por llegar, desde que empezó el mes de Diciembre todos los talleres del orfanato se encontraban más activos que nunca, pues esta fecha era aprovechada por el orfanato para generarse entradas a través de la venta de productos que los niños más grandes del mismo elaboraban y que luego eran distribuidas en algunas tiendas de la ciudad. Lo que recaudaban de ello, servía como aporte para la manutención de los niños y para el arreglo de la infraestructura del orfanato, ya que este si bien contaba con el apoyo de algunos benefactores que apoyaban con donaciones de alimentos, vestuario e incluso pagaban a los maestros que impartían clases a los niños, siempre una entrada económica de más no está mal, así pensaba la directora del orfanato, quien todos los días supervisaba los talleres, donde se elaboraban: galletas navideñas, pasteles, manteles y muñecas de trapo.
En tanto los niños menores se dedicaban a apoyar en la limpieza de las habitaciones o regando las plantas del jardín, como era el caso de un par de niños de miradas cristalinas, quienes tras terminar su tarea asignada en el jardín se encontraban mirando tras un viejo árbol de manzano unas camionetas llenas de cajas salir al exterior a través de una puerta elevadiza.
—Ese es el último auto — decía Eli, con calidez.
—Si — expreso Leo, mientras con una filuda piedra escribía algo en el viejo árbol de cerezo.
—¿Qué haces? — pronunció en tono curioso la niña de ojos color miel, mientras dirigía su mirada al árbol, al tiempo que colocaba sus manitos en la cintura.
—Escribo las iniciales de nuestros nombres, para que así todos sepan que este árbol es nuestro — respondió con una bella sonrisa tatuada en su rostro el niño de ojos color del cielo.
—¿Nuestro? — dijo Eli.
—Sí, nuestro — repitió Leo.
—Ya tenemos algo nuestro entonces, ¿No?, ya no somos unos pobres huérfanos como dice la bruja — añadió la niña con la mirada llena de brillo y una sonrisa reflejada en su rostro.
—Así es, este es nuestro árbol, el árbol de Eli y Leo — pronunció el niño con calidez, al tiempo que miraba las iniciales: “E y L” que estaban escritas en el árbol.
Mientras Eli y Leo, con las miradas iluminadas de alegría miraban sus iniciales escritas en el árbol, en la oficina de la directora del orfanato, esta sostenía una plática con el principal benefactor del mismo, quién como cada fecha cercana a la Navidad se hacía presente en el lugar, llevando personalmente algunos víveres para los niños.
—¡Gracias señor Colbergs¡ usted siempre con tan buen corazón, gracias a usted los niños del orfanato podrán disfrutar de una cena navideña y aparte tendrán ropita nueva para vestir en Navidad — expresaba una mujer de nariz puntiaguda y lentes.
—No agradezca, lo hago con gusto — respondió el benefactor, haciendo una pausa para añadir — Si algo más que necesiten los niños, solo hágamelo saber.
—Pues…creo que no se necesita nada más para la celebración de Navidad, usted ha traído ya todo lo necesario — contesto la mujer, haciendo una pausa para agregar — Espero y pueda venir para el compartir.
—Trataré de estar presente, pues mes gustaría ser yo quién del anuncio del taller de música del que le estuve hablando….
En tanto en el jardín trasero del orfanato, el cual daba a la puerta de salida de los vehículos, un par de niños sostenían una entretenida platica.
—Una nueva Navidad juntos — decía la niña de ojos color miel, mientras en su rostro se plasmaba una bella sonrisa.
—Sí, una nueva Navidad de las muchas que aún nos faltan recibir juntos — respondió Leo, mirando con sus bellos ojos color celeste a su amiguita.
—Nadie nos va a separar, ¿verdad Leo? —agrego la niña con voz temblorosa.
—Claro que no Eli — dijo el niño, sacando del bolsillo de su pantalón un par de tapitas y empezó a ser sonido con ellas.
—¿Qué canción es?, no suena como las canciones que escucha Lulú, pero suena bien — expreso la niña, mientras empezaba a mover su cuerpito al ritmo del sonido que emitían las tapitas.
—Es una canción para ti — respondió el niño.
Leo seguía sacando música con las tapitas, mientras Eli bailaba, sin notar que el señor Colbergs que había salido hace algunos minutos de la oficina de la directora los estaba observando a través de una de las ventanas que daba hacia un gigantesco jardín. El benefactor guiado por su curiosidad camino presuroso hacia la puerta que daba hacia la salida del lugar, una vez que estuvo fuera camino en dirección hacia el lugar donde estaban los niños, pero estos de repente echaron a correr.
—Esperen — expreso el señor Colbergs, pero los niños no lo escucharon.
—Señor Colbergs, la salida es por la otra puerta — pronunció una voz.
—Señor Franks, ¿Cómo se llama el niño que va allá? — agrego el benefactor.
—Leonardo señor, pero ¿Por qué pregunta su nombre?, ¿A poco le hizo algún desaire Leo? — respondió el uniformado.
—No, no me hizo ningún desaire, solo sentí curiosidad, respondió el benefactor, luego de ello continuo su camino hacia la salida del lugar.
Mientras tanto Leo y Eli, habían entrado a una habitación, en la cual se encontraban otros niños de diferentes edades, quienes se encontraban decorando el lugar junto a otros niños más grandes.
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Editado: 22.11.2024