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Galilea se quedó observando al doctor Caldwell. Sus ojos y los de él se encontraron. De repente, Galilea sintió como si una mano invisible apretara su corazón. Había algo en él que la inquietaba, una sensación extraña que no podía identificar. Sus ojos transmitían una mezcla de compasión y dolor que resonó en lo más profundo de su ser, como si de alguna manera lo conociera, aunque sabía que eso era imposible.
Por un momento, su mente se nubló, y su cuerpo pareció no responder.
—¿Se encuentra bien? —preguntó él, con una ligera preocupación al notar su expresión.
Galilea parpadeó y agitó la cabeza suavemente, tratando de recuperar la compostura.
—Yo... perdón, estoy bien —respondió, aunque su voz tembló un poco. No entendía de dónde provenía aquella sensación de familiaridad, pero decidió ignorarla. Respiró hondo y enderezó la espalda antes de continuar—. Soy Galilea, la madre de Maron, es un placer conocerlo, doctor Caldwell —extendió la mano y él la apretó suavemente—. El doctor Steel dijo que usted es el mejor cardiólogo del país. Le suplico que por favor, haga todo lo posible por ayudar a mi hija —le imploró con lágrimas en los ojos.
La mirada de Galilea, su dolor, lo hicieron pensar por un momento en su hija, y cómo, quizás, ella también estaría pasando por algo similar, sin él poder hacer nada.
Cuando le hicieron los exámenes prenatales a su esposa, detectaron una pequeña anomalía en el corazón de su hija. Los médicos habían recomendado un tratamiento prenatal. Aunque no curaría la afección, aumentaría las posibilidades de un tratamiento exitoso después del nacimiento. Se habían preparado desde entonces para su llegada, para brindarle el cuidado especializado que requería. Sin embargo, al ser robada, no pudieron saber qué tan grave era su afección ni darle la ayuda que necesitaba. Cada vez que pensaba en eso su desesperación y dolor aumentaba.
Henry detuvo sus pensamientos antes de ponerse melancólico. No era apropiado derrumbarse en un momento como ese. No cuando debía ser optimista ante el dolor de una madre desesperada.
—No se preocupe, señora. Su hija está en buenas manos y haremos todo lo posible para ayudarla.
Galilea le dedicó una mirada de gratitud mientras que Henry soltaba su mano.
—Por lo que he leído en el expediente, su hija ha sido diagnosticada con tetralogía de Fallot. Es una afección seria, pero tratable. En su caso, no parece haber complicaciones mayores, lo cual es un buen indicio —dijo, manteniendo un tono profesional pero cálido.
Galilea asintió, intentando procesar la información.
—¿Cuáles son las probabilidades de que la cirugía sea exitosa? —preguntó, con la voz quebrada pero firme.
Henry adoptó un tono tranquilizador, consciente de la gravedad del momento.
—Este tipo de cirugía tiene una tasa de éxito bastante alta hoy en día, especialmente en pacientes tan jóvenes. La tetralogía de Fallot se puede corregir con una intervención quirúrgica que repara las anomalías en el corazón. Sin embargo, como en cualquier cirugía mayor, siempre hay un riesgo, aunque en su caso, los factores a favor son muchos. Las estadísticas muestran que alrededor del 90% de los niños que se someten a esta cirugía tienen buenos resultados a largo plazo.
Galilea respiró hondo, sintiendo un leve alivio, pero el temor seguía presente.
—¿Y el riesgo de complicaciones? —preguntó, apretando los labios, con una mezcla de miedo y esperanza.
Henry la miró directamente a los ojos, su tono era suave pero firme.
—No puedo prometerle que no haya riesgos. Aunque los avances en medicina han reducido considerablemente las complicaciones, siempre hay una pequeña posibilidad de que surjan imprevistos durante la operación. En casos como el de su hija, alrededor de una de cada quince personas puede enfrentar complicaciones graves. Sin embargo, ese riesgo se puede minimizar con el tratamiento adecuado antes, durante y después de la cirugía. Estamos tomando todas las precauciones necesarias.
—Dios mío —Galilea se llevó una mano a la boca, intentando procesar la información.
—Entiendo su preocupación, señora. El riesgo siempre está presente, pero quiero que sepa que haremos todo lo posible para que Maron pase esta prueba y salga de aquí bien. Todos estamos comprometidos con su bienestar.
Galilea asintió, y aunque la incertidumbre seguía presente, algo en las palabras de Henry le dio un pequeño respiro de esperanza.
Sin perder más tiempo, Henry la guió a la habitación de la niña. Dos enfermeras estaban preparándola para llevarla a realizar los estudios adicionales que había mencionado su colega Grace.
Las dos mujeres voltearon al verlo entrar y lo saludaron respetuosamente.
—¿Cómo sigue?
—Está estable, doctor... —respondió una de las enfermeras, mientras que la otra le explicaba el tipo de examen que le harían a la niña, en caso de que él sugiriera algún procedimiento diferente al que había planteado Grace.
Pero mientras hablaban, los ojos de Henry se posaron en la niña. En el instante en que la vio, algo extraño se despertó dentro de él. Su corazón dio un vuelco, y una sensación inexplicable lo recorrió de arriba abajo. En ese momento, sintió como si el tiempo se detuviera. La niña, con su rostro vulnerable y frágil, parecía tener algo que lo conectaba con ella, algo que no podía comprender, pero que lo hizo sentir una profunda tristeza, como si todo el peso del mundo descansara sobre su pecho.