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Fred regresó a su casa para darse un baño rápido y cambiarse antes de dirigirse a la empresa. La tensión lo consumía, pero no solo por el estado de Maron, que estaba por ser operada. Lo que realmente lo estaba preocupando era el silencio que debía pagar a Leonel.
Tenía que arreglar ese asunto. No podía arriesgarse a que Leonel hable y pierda todo por lo que había luchado.
Su asistente Johana lo seguía hasta su oficina, trayéndole un capuchino. Siempre tan atenta, tan disponible. A veces era justo lo que necesitaba para desconectar, aunque bien sabía que no era la solución a sus problemas más profundos.
—Lo noto muy tenso, jefecito —dijo Johana con voz suave y seductora, mientras se acercaba más de lo necesario, colocando el capuchino sobre el escritorio.
—Mi hija fue internada. La van a operar —respondió él, frotándose las sienes, visiblemente estresado.
Johana hizo una mueca de preocupación, pero rápidamente la reemplazó por una sonrisa.
—Oh, ¿pero qué le pasó? —preguntó, fingiendo interés, aunque sus ojos brillaban con algo más que curiosidad.
Fred la miró con dureza, tratando de mantener la calma.
—No quiero hablar de eso. Solo pasé a buscar mi billetera. La perdí ayer mientras estábamos aquí —respondió, mostrando signos de impaciencia—. Cancela mis citas para hoy. Tengo algo importante que hacer.
Johana rodeó el escritorio y se detuvo a su lado mientras se miraba una uña.
—¿No va a hablar con los dueños de los negocios que quiere demoler para construir el nuevo hotel? —preguntó, con una mezcla de coquetería y profesionalismo.
Fred se detuvo a pensar un momento. Lo había olvidado. Ese asunto era crucial, tanto como mantener callado a Leonel.
—Ese asunto... —dijo, pensativo—. Creo que iré después de pasar por el banco. Es urgente conseguir esos locales para poner en marcha mi proyecto. Esta vez les haré una oferta que no podrán rechazar, y si no aceptan, no me importará recurrir a la fuerza. Necesito esos terrenos a como dé lugar.
Johana se acercó aún más, inclinándose sobre el escritorio, mostrando más de lo que él ya conocía, dejando ver su escote con una sonrisa provocativa.
—Pero qué malo eres, jefecito... y eso me encanta —susurró maliciosa.
Fred levantó la cabeza. Sus palabras no lo tocaban, pero la cercanía de su cuerpo, ese juego de seducción, lo distraía.
—Ve y encárgate de lo que te dije —ordenó, con tono autoritario. No podía perder el enfoque, no ahora. Tenía que asegurarse de que nadie interfiriera en sus planes.
—A la orden, jefecito —respondió Johana, y con una sonrisa satisfecha, salió de la oficina.
Fred volvió a buscar su billetera, encontrándola debajo de unas carpetas. Sin perder más tiempo, se puso de pie y se preparó para salir.
Había tanto por hacer.
Mientras conducía rumbo al banco se puso a analizar su nueva estrategia para convencer a esas personas de venderle sus negocios.
Su ambición no tenía límites, y su determinación por quedarse con esos terrenos era absoluta. No iba a permitir que gente inmunda arruinara sus planes.
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Henry enfocó su atención en los delicados rasgos de Maron. No se parecía a su madre, Galilea, cuya belleza era indiscutible. Las dos lo eran, pero parecían tan diferentes como el día y la noche.
Quizás se parecía a su padre, pensó, aunque no había tenido oportunidad de conocerlo.
Mientras su equipo médico preparaba todo para realizar el cateterismo cardíaco, Henry siguió observando a la niña. Mientras más la miraba, menos podía sacudirse la extraña idea de que había algo familiar en ella.
La forma de sus cejas, los diminutos labios y el contorno de su cara... Le recordaban vagamente a alguien.
Henry sacudió la cabeza, intentando borrar aquel pensamiento absurdo. "Es imposible", se dijo a sí mismo, pero sus ojos se desviaron de nuevo hacia el cabello oscuro de Maron, que caía desordenadamente sobre la camilla. Su corazón latió más rápido. No podía ser. Y sin embargo, el parecido era inquietante.
«Solo estás proyectando. Tu mente está buscando conexiones donde no las hay. Como has hecho con cada niña que has visto a lo largo de estos años», se reprendió y trató de mantener el profesionalismo.
Las enfermeras y el técnico en imágenes trabajaban en silencio, siguiendo las instrucciones precisas que Henry había dado. Al principio, él solo pensó dejar los exámenes en manos de su equipo, mientras se dedicaba a observar que todo se realizara correctamente y de que siguieran el protocolo estándar. Sin embargo, una sensación extraña se había apoderado de él tan pronto volvió a ver a la niña y eso lo llevó a involucrarse directamente.
Primero habían realizado una ecocardiografía para confirmar las características de la tetralogía de Fallot, que ya se habían diagnosticado previamente en el hospital donde había sido atendida inicialmente. Ahora, el equipo se preparaba para un cateterismo cardíaco. Este examen invasivo permitiría medir las presiones dentro del corazón y obtener imágenes precisas de las obstrucciones y defectos anatómicos que requerirían corrección quirúrgica.