Lo que la luz dejó

Cap. 2: Mi débil recuerdo

Eh... ¿Quién anda ahí? —pregunté asustada de escuchar que unos pasos se acercaban. 


—Nadie de quien temer, te lo aseguro—dijo un extraño, terminándose de acercar a la camioneta—. ¿Eres Milagros, la hija menor del dueño de la pescadería de aquí cerca? 


—¿Quién lo pregunta? —indagué con cautela.

 
—Ay, qué desconfiada eres—recostó su cabeza entre sus brazos sobre el capo de la camioneta—, soy un amigo, no enemigo. 


—¿Puedes demostrarlo? 


—¿Cómo lo haría? —Se escuchó nervioso. 


—No sé, invéntate algo. 


Pude oír que rió, su peso fue relevado del capó y nuevamente oí sus pasos, esta vez alejándose. Pasaron unos minutos en que me quedé viendo por donde me imaginé que se fue. Ya estaba por omitir que volvería y regresé a mi pose relajada, cuando oí de nuevo la suela de unas cholas levantándose y al otro momento su peso sentado a mi lado. 


—Toma —Me pasó algo. 


La tomé, era una taza, la olí: café con leche. 


—Y esto, ¿por qué? No me dirás que es tu prueba, ¿o sí?  


—El café es nuestro producto terrenal desde tiempos antiguos y con leche es más suave y delicioso. No sé, se me ocurrió compartir algo simple contigo, después de todo, será una larga noche con esta luz y es mejor charlar y distraerse en compañía que estar solo esperando a que se lo coman los mosquitos —dijo y le dio un sorbo a su taza. 


—Algo simple, ¿eh? 


—Así de simple como intentar contar estrellas y perderse en la cuenta. 


Vi mi taza y volví a olfatearla. Miré con algo de desconfianza a la sombra del desconocido y le di un pequeño sorbo. Sabía bien, normal, y sin drogas o algo raro, y lo más rico era que calentaba mi cuerpo frío en esa helada noche. Di otro sorbo a mi taza y me la quedé viendo un rato, sobre el oscuro líquido había luces, se reflejaban algunas estrellas. Alcé la vista, las nubes se dispersaban de a poco y se podía distinguir más el cielo, era realmente hermoso. 


✴ ✴ ✴

 
—Wou... —murmuraron mis labios en un tono ronco de recién levantada. 


Los párpados me pesaron cuando intenté abrirlos, por lo que pestañé varias veces hasta que se acostumbraran a la luz. Mover mi cuello fue consecuente de múltiples ruidos de huesos y de solo intentar sentarme salió una orquesta con los mismos crujidos corporales. 


Me volví a recostar, no podía moverme, dolía mucho. Un brazo no me respondía de estar aún dormido y el otro me dolía como los mil demonios al intentar apoyarme sobre él para sentarme; pero hubo otro problema: el lado derecho del torso me dio una fuerte pulsada que me obligó a recostarme de nuevo. 


Miré a todos lados y pude distinguir que varias partes debajo de la bata de hospital que traía puesta, estaban vendadas a excepción de mi pierna izquierda que, en un grado peor, estaba enyesada, inmovilizada y alzada por una suave tela atada a un extremo alto de la camilla. 


¿En qué me había metido? Mis ojos recorrieron toda la sala, inquietos, haciendo comprender menos a mi cerebro que luchaba por responder el cómo había llegado a esa situación. Con los nervios carcomiéndome por dentro, aspiré aire. Empezaba a hiperventilar, no entendía nada, ni la voz me salía bien, ¿qué había pasado? 


—¿Ho-hola? —dije por lo alto esperando encontrar a alguien que respondieran mis dudas. 


Como por arte de magia, dos cabezas se asomaron por la cortina que rodeaba parte de la camilla, abriendo sus ojos y bocas con una pequeña sonrisa. 


—Despertaste —dijo una. 


—Iré por el doctor —avisó la otra y se fue. 


La enfermera corrió hacia mí y a mis suplicas, me ayudó a sentarme, usando el sistema mecánico de la camilla, luego se concentró en tranquilizarme. 


—Calma, todo está bien—dijo ella, revisándome con la vista y verificando mi estado. 


—No-no entiendo nada, ¿dónde estoy? ¿Cómo terminé aquí y así de lastimada? 


—Tuviste un accidente, querida —Fue al grano y aun así pedí con la mirada que dijera más—. Chocaste con un camión... 


—¡¿Que?! 


—¿No lo recuerdas? 


—No... —Me temblaba el labio. 


—Debes tener una confusión por el impacto —determinó observándome con preocupación. 


Se mordió el labio, como si dudara en preguntar. Al igual que yo, solo que poseía otras dudas que no estaba segura de que fueran buenas. 


—¿Cómo te llamas? —pregunté. 


—Genie, ¿y tú, cariño?—preguntó ansiosa como si le hubiera dado palanca al tema que ella quería. 


—No... No lo sé —Regresó el terror a mis ojos. 


La enfermera volvió a levantarse y con el anotador me proporcionó aire repitiendo una y otra vez que no me alterara, pero mi memoria no procesaba, no recordaba nada... ¡¿Qué estaba pasando?! 




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