Lo que la luz dejó

Cap. 5: El de los ojos verdes

—Atención, tengo otra —Miré al alrededor en forma de suspenso—. Veo con mis ojitos, unas cosas grandes, verdes y oscuras.

—Mm... ¿Mis ojos?

—No seas mamon —Reímos.

—Grandes, verdes y oscuros por la noche —contó uno por uno—. Mis ojos, mamita.

Claaaaarooo —Reí de nuevo, nos habíamos puesto a jugar y estaba resultando más divertido de lo que creí—. ¿Cuánto apostamos que son de color caca feliz?

—Un bocadillo, ¿quizás?

—Trato hecho.

El apodado chico sin nombre se removió en su asiento y rebuscó en su chaqueta, la tomó en sus manos y alzándola en dirección opuesta un <<flas>> desprendió de ella. Luego la volteó y acercándola a su rostro repitió el proceso.

—¿Una cámara?

—No, Emma Watson —respondió sarcástico, removiéndose de nuevo sobre la camioneta sin uso alguno—. Aunque soy igual de bello que ella.

Iinqii sii igiil billi qii illi. Señor ego te llamas, ¿ah? —Escuché su risa y al rato dejó algo en mis manos.

Sujeté la cámara y vi cómo su sombra frotaba su cara, escurriendo sus ojos.

—Por ego te quedas ciego.

Reí ante la idea y recibí un gruñido de su parte. Sonreí disimuladamente y con la curiosidad a flor de piel, vi la foto en donde mostraba claramente el verdoso color de los ojos del desconocido.

—¿Cómo la editaste?

—Presta pa'ca —Me quitó la cámara y de apagarla la volvió a guardar—. Ni que editada ni que nada. Mis ojos son así, igual que los de mi padre… —dijo refunfuñando.

—Oh, ya, ok, no se enojes pues —Me sostuvo los brazos deteniendo que le diera el codazo en la costilla número diez de la noche. Alcé la vista y por un instante de luz observé sus claros ojos—. Verdecitos tal cual gato negro, miau...

—Cuidado, mamita. Piensas en voz alta —Se burló con el ego a mil.

—Y hablaré más alto gritando de susto y advirtiendo a todo el vecindario si no me sueltas.

Podía apostar que blanqueó los ojos y luego me soltó quedándose arrodillado en el capó del viejo vehículo. Sentía una de sus rodillas cerca de mis muslos y sus —ahora sé— muy bonitos ojos sobre mí.

"Creo que se quedó sin temas de conversación. Al fin. Algo de silencio". Sonreí de lado ante mi ocurrencia y lo miré del rabillo del ojo, encontrando que efectivamente, él me observaba. Me pregunté por qué, ¿acaso me quedó bigote del café? Suspiré de cansancio y cerré los ojos un rato, sintiendo que el sueño podría adueñarse de mí en cualquier momento.

—Oye, ¿y mi bocadillo?

"Rayos...".

—Tenía la esperanza de que lo olvidaras, ¿vale?

—Nada de eso, mamita.

—No me digas “mamita” —Me incliné para levantarme.

—Tienes razón, no nos queda —Volteé a verlo, dibujando una mueca que, aunque no podría ver estaba segura que se la imaginaba—. Pero ande, hija del pescador, un trato es un trato —Se volvió a recostar.

Bufé tal cual caballo y me reincorporé aceptando la derrota. Di un vistazo al chico en la oscuridad, hincando mi mano derecha sobre la cadera mientras negaba.

—Que flojera, chamo.                                                               

No podía verlo por la oscuridad de la noche, pero podía apostar que estaba que sonreía tal cual gato del país de las maravillas por el hecho de que ahora era yo quien traería algo de comer y todo porque resultó ser el de los ojos verdes.

Llevábamos como tres horas ahí, primero fue el café, luego unas galletas que tenía él en su chaqueta. Ahora era mi turno de prestar algo para resistir la dura velada que seguía y seguiría por no sé cuánto tiempo.

—Mili, despierta —Escuché mi nombre a la lejanía y de a poco acaté lo pedido abriendo lentamente los ojos.

Algo se movió a mi lado y cuando me veo casi caigo sobre el asiento de atrás de la camioneta de papá. Gruñí y miré molesta a mi hermana que mostraba una ladina sonrisa, maléfica sosteniendo el dorso de la puerta.

—Ya llegamos, arriba —Se cruzó de brazos, aguantando la risa.

Yi lligiimis, irribi.

Mayriol negó riendo con papá mientras terminaba de bajarme de la camioneta y la cerraba de un portazo.

—Oye, la puerta no tiene la culpa de tu problema de dormirte en todos lados.

—Cállate.

Ssh, vamos, hijas mías —aclamó papá, poniéndose en medio—. No peleen.

Miré lo peor que pude a Mayriol y ella me sacó la lengua, molestándome a propósito como siempre hacía. Lo sé, que maduras. Bufé de nuevo, liberando un suspiro a lo último en cuanto miré donde estábamos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.