Las luces tropicales pegaban de perfil calentando en masividad parte de mi rostro, mi respiración era lenta y pausada, casi imperceptible, la cabeza me daba vuelta y poco a poco mis rodillas pedían clemencia del sufrimiento que les proporcionó estar tanto tiempo arrodillada viéndolo al chico que invadió mis sueños.
Pero no podía evitarlo, fantaseaba en medio de una película emocional vivida en la realidad. Sus ojos verdes me vieron inquietos como esperando que sucediera algo. Fue cuando recordé que tenía su dibujo y reaccionando, torpemente, me levanté, sintiendo las consecuencias de haberme quedado en aquella posición agachada en el suelo por varios minutos.
Aclaré mi garganta y volví a verlo de frente sin poder ocultar mi curiosidad.
—Tú... ¿Tú lo hiciste?
Parecía confundido, pero luego de ver que señalé el dibujo que tenía en mis manos, se enderezó acomodando como podía la carpeta sobre explotada de dibujos entre sus brazos y asintió con una sonrisa orgullosa.
—Sí, yo lo hice, ¿te gusta?
En cuanto proyectó su voz la analicé, suave y aun así potente, parecida a un miembro de la coral en cuerdas tenores. Y lo más importante, se parecía a la de él.
—Sí y mucho —Vi el dibujo de nuevo—, me recuerda a algo… ¿De qué es?
—¿De qué te parece que es? —Ladeó una sonrisa.
—¿Una noche sin luz en que dos personas se quedaron viendo las estrellas?
—Justo eso —Asintió complacido de saber que se entendía la idea.
—Muy bonito, parece tan real —Le di una última mirada y se lo extendí, siendo tomado por él.
—Es que fue real.
Esas cuatro palabras retumbaron en mi cabeza: "Es que fue real", "Fue real", "real".
—¿Re-real?
—Sí-sí.
No fue por burla la causa de su titubeo, el chico de lentes me dedicó una sonrisa doblada intentando guardar el dibujo dentro de la carpeta, pero de lo llena que estaba, y las venticas que transitaban, terminaron por resbalarse hasta el suelo.
Me apronté a ayudarlo a recoger los dibujos, uno por uno, evitando doblarlos o inclusive dañarlos, quedaba uno a mi izquierda del que me disponía a agarrar y otra mano se cruzó tomándolo antes que yo. Miré a su dueño y de levantarme le entregué sus dibujos.
—Dibujar en este lugar debe ser difícil, ¿no?
—El reto lo hace emocionante y la emoción un factor inspirador —Rió, guardando los dibujos y de igual forma se levantó del suelo. Extendió su mano ya más estable—. Soy Alexis.
—Milagros —Estreché su mano.
—¿Vienes mucho por aquí? No te había visto —Se soltó, espetando su curiosidad.
—Estoy de visita —contesté, algo incomoda.
—Ah eres turista —teorizó.
—No —Reí—, viví aquí.
—Oh, ya, ya —La pena surcó en su expresión, entendiendo a que me refería—, y… ¿Será larga tu estadía?
—De hecho, se acaba pronto —Hice una mueca.
—Que chimbo vale —Imitó mi mueca—, pero… bueno, ¿tienes... planes mañana?
—Creo que no —dije tras pensarlo un rato, dándome cuenta que hacía muchas preguntas y no por iniciar una conversación, quería llegar a un punto—, ¿por?
—Bueno...
—¡Alexis! —gritaron desde la entrada. El chico de lentes vio en esa dirección, alzó la mano que no sostenía la carpeta e hizo un STOP con ella.
—Pareces simpática —Volvió a mi—, quería invitarte a un par de lugares mañana, pasemos la tarde, ¿qué dices? —Su ofrecimiento me tomó de sorpresa, aunque conveniente.
—Depende, ¿dónde y a qué hora?
—En el Sambil a las dos, la entrada principal.
—Vale, me apunto.
—¡Alexis, mueve ese culo! —Volvieron a llamarlo.
—¡Ya voy! —gritó de vuelta, tomando un lapicero de su pantalón.
Me pasó su carpeta un segundo y tomó mi brazo en su lugar, escribió una secuencia de números en ella y guardando el lapicero de nuevo en su bolsillo, tomó su carpeta otra vez.
—Llámame cuando llegues y aclaramos los detalles, hasta mañana —A continuación de su despedida se acercó y depositó un corto beso en mi mejilla, marcando su adiós, por el momento.
Wou, que simple, directo y al punto.
—Fiu, fiu, esa perra anda ligando —Oí a mis espaldas y giré mi cuerpo, May se burlaba.
—Mili no conocía esa parte de ti —Se le unió Ricardo y ambos rieron.
Pero lejos de avergonzarme de sus bromas reí con ellos y me fijé en el número en tinta negra sobre mi piel, curiosa y con la sed de saber más sobre aquel artista.
—Oye, May, ¿me dirías loca si te digo que pienso que ese chico era el chico sin nombre?
—¿Que? —Su risa disminuyó de nada, fijándose en lo seria que estaba—. No, ¿De pana? ¿Él? ¿Deberitas, deberitas?