Lo que la luz dejó

Cap. 14: Su adorado silencio

—¡Se fue la luuuuuz en todo el barrioooo! ¡Prendan las velas que esta fiesta no se apaga!

Tapé mis oídos aligerando el estruendoso ruido del canto de mis hermanos, que hacían desastre con la letra de la canción de Juanes por quinta vez desde que se fue la luz y todos de la familia se sentaron en las afueras de la casa a agarrar aire y plaga, menos yo, que luego de que May cediera el baño a la intemperie de atrás, me fui a quitar el agua salada y lavar mi cabello también.

—¡Rafael! ¡Emmanuel! ¡Apaguen la radio, ya!

La orden de mi hermana consiguió el silencio de la sala en unos instantes. Una pequeña risa se escapó de mi boca poniéndomeunl pantalón añil largo de algodón ceñido a mis piernas, seguido una camisa blanca de manga corta y por si me daba frío, aunque era más una costumbre, enrollé una chaqueta a mi cintura, tomé mis cholas de goma y salí también con los demás.

Donde, por cierto, se había desatado un concierto al estilo que mis hermanos amaba: ruidoso, escandaloso y si afinación.

—¡Súbele la radio, canta mi canción! ¡Siente el bajo que va subiendo! ¡Tráeme el alcohol que quita el dolor y vamos a juntar la luna y el sol!

No podía ver con mucha claridad por obvias razones, pero podía apostar que mi hermana no le quedaba ni un solo segundo para explotar y degollar a nuestros hermanos menores si no se apresuraban a callarse; sin embargo, antes de eso, me recosté del marco de la puerta y vi hacia donde creía que estaba ella y en efecto justo, al lado de los muchachos, ya se avecinaba los pasos de una aterradora Mayriol dispuesta a acabar de una vez el Show.

—O se callan o los callo de un solo coñazo que les meto.

—¡Mamá! ¿La vas a dejar? —preguntó Rafita abogando por los dos, abrazando a su hermano.

—También me duele los oídos y si no se los mete ella, se los meto yo antes de que su padre tome el palo de la escoba y acaben peor.

Una fuerte tragada de saliva llegó a mis oídos, los chicos habían tomado palabra a la advertencia a tiempo de que mi papá ya poseía la escoba en su poder sobre sus piernas, dispuesto a atacar si mis hermanos intentaban dedicarnos una sola canción más. Negué divertida luego de oírlos decir que ya pararían, admitiendo la derrota justo cuando se me había antojado unirme al espectáculo y seguirles la canción, pero como quería que esos dos tontos vivieran, me abstuve por su bien.

—¿Qué tanto ves en ese teléfono, hija?

Vi a mamá que estaba recostada de la hamaca con Rafa y negué apagando el celular que increíblemente aun guardaba más del sesenta por ciento de batería después del largo día en la playa.

—Nada... —Suspiré, recostándome del marco, abrazando mis brazos entre ellos.

—¿Alexis sigue sin aparecer? —Intuyó mi hermana.

Sip —Eché mi cabeza sobre el marco de la puerta.

—Empiezo a pensar que ese chico nos mintió de esa pista de tu chico sin nombre y… Papá baja la escoba —Vimos al nombrado en la banca dejando a un lado el objeto que barría los pisos de la casa, dos veces al día, y en tiempos libres era el arma favorita para cualquiera que quisiese cogerla.

—Es mi niña.

—Toda la vida papá, pero esto es un tema importante y hay que hablarlo, ¿no, Mili?

Asentí sin mucho interés, no tenía ánimos para conversar ahora, así que me limité a responder lo que me preguntaron y vi hasta donde llegaría el asunto en paz. Lo que no duró mucho he de decir. Mi familia y el silencio no van en la misma oración y si juntábamos chicos más May o yo era igual a un debate escandaloso seguro, con mi madre imaginándose la boda, papá pensando las mil y un formas de matar al novio antes de que eso sucediera, mis hermanos de compinches de quienes le pagaran y nosotras arrepentidas de haber iniciado la conversación.

Culpa nuestra total y gracias a eso ahora estábamos en un debato que si vestido de princesa o algo menos exagerado mientras que los hombres de la casa trataban de evitar el tema y hablaban de algo que protegiera su masculinidad.

Ya yo estaba roja de la conmoción que había creado la charla con la descabellada idea de que me casaría con un chico que solo vi en sueños, pero que si se me terminara de dar la oportunidad me encantaría hablar de nuevo.

Se me pasó por la cabeza ver otra vez hacia la casa del frente y casualmente encontré que la camioneta que habíamos usado hoy para ir a la playa estaba estacionada tranquilamente a un lado de la carretera. "Llegó...". El frío sucumbió por mis huesos con miedo del que el momento había llegado.

—May, ven conmigo.

Llamé y sin esperar la jalé del brazo, arrastrándola al lugar donde todo había comenzado. Pasamos de frente a la camioneta y vi que no había nadie, o al menos eso creí cuando un soñoliento Ricardo sacó su cabeza de la parte trasera, asustándonos sin remordimiento a ambas.

—Ah, como se cagan —Partió en risas, lo había hecho a propósito.

Mayriol no se vio nada contenta y se acercó a jalarle de la oreja, susurrarle un par de cosa que lo asustó y después de un asentimiento Riki tragó saliva, bastante nervioso.

"Ni preguntaré que le dijo". Pensé, viéndolos separarse.




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