Lo que la luz dejó

Cap. 15: Calla y perdona

Al siguiente día me levantaron temprano, tal vez demasiado, no había ni amanecido cuando May me sacó de la cama y me ordenó vestirme y recoger lo que faltaba para tomar el taxi a Punta de Piedra, donde teníamos pagado el ferry de vuelta al continente principal del país y de ahí varias horas de carretera en las que retomaría el sueño que perdí al madrugar.

Los bostezos no se hacían de rogar y explotaban cada dos por tres, mientras guardaba las últimas cosas en mi pequeño bolso, verificando mis documentos de viaje y que todo estuviera en orden.

—Esto aquí y ya... —balbuceé, cerrado el bolso.

—Wou... Te ves tal y como la primera vez que se fueron...

—¿Eso debería animarme? —Reí sin ganas, viendo sobre mi hombro a mi mamá.

—Un poco... De hecho, vengo a darte algo para eso.

—¿Huh?

La señora Diosiris tomó asiento en mi cama y me invitó a hacer lo mismo, hice caso y me senté con ella, quien después me pasó una especie de sobre manila en donde había algo de poco grosor y en cantidad.

—¿Qué es?

—Se que tal vez no conseguiste tu propósito de viaje y tienes pensado ahora dejar que lleguen solos tus recuerdos, lo que apruebo y... Te dejo esto para que termines de recordarnos a nosotros —Sonrió pacíficamente—. Espero que te ayuden.

Las ganas de llorar no podían ser más grandes luego que ojeara el sobre y sacara de él unas cuantas fotografías de mi familia, en un lago, la playa, comiendo torta de cumpleaños, entre muchas otras que en un momento más calmado vería una por una, una vez que la mente estuviese más despejada y mentalizada para lo que fuera que consienta mis acciones.

Abracé a mi mamá con fuerza, lo necesitaba, la extrañaría demasiado, desde que se enteró del accidente e incluso antes que me notara extraña, ha sido la más comprensiva conmigo y ha tratado de sobre llevarme con tranquilidad, conversando conmigo con confianza y tratándome con delicadeza, igual que mi padre, que, a diferencia de mis hermanos y mi mamá, le fue difícil asimilar que su hijita buscaba a un muchacho que le hizo contar estrellas.

Literal...

De verdad no pude pedir mejor familia que esta y se me haría muy difícil volver a acostumbrarme a la vida compartida solo con mi hermana en el extranjero, la que, por cierto, lleva rato desaparecida.

—¿Y mi hermana?

—Fue a buscar a Gabo, no debe tardar —informó pensante.

—¿Entonces puedo quedarme aquí un rato más?

—Sí, pero que no te duermas —Reí. Como sabían de mi debilidad por dormirme en todas partes siempre andaban jugando conmigo así.

—No prometo nada —Mi madre negó divertida y se levantó de la cama.

—Está bien —Se acomodó el pantalón por detrás—. Iré a terminar de prepararle la comida para el camino.

—Vale.

Y como vino se fue, dejándome sola con el sobre de fotografías familiares, a las cuales planeaba ojear una segunda vez cuando oí el sonido de una bocina tocando frente a la casa y consiguiente los gritos de mis hermanos, avisando que May había vuelto y eso solo significaba una cosa: había llegado la hora de marcharse.

Una expresión de dolor adornó mi rostro, una pulsada en el pecho bombardeaba con fuerza y se anchaba hasta mi estómago, que aun digería lo poco que había tomado del desayuno. Tomé el sobre y lo vi por unos largos segundos, grabándome su existencia en lo más reciente de mis recuerdos, me coloqué de pie, tomando mi bolso para abandonar mi antigua habitación que ahora me resultaba tan nostálgico.

"Es que quiero guardarte en mis recuerdos". Dijo mi subconsciente con su voz.

—Lo mismo digo, chico sin nombre... —susurré casi en un hilo de voz, las palabras morían en mi garganta, haciendo muy evidente mis ganas de echarme a llorar por el indeseable deseo de irme de nuevo.

—Hey... regresaras algún día para quedarte, ¿no?

Salté en mi sitio volteándome hacia la puerta por donde recién entraba mi hermana con la misma triste sonrisa que seguro pintaba yo, con poco esmero aparte de un fuerte rojo colorando mis mejillas.

"Qué raro...". Había jurado que había oído a Asim diciéndome lo mismo que anoche.

—¿Cómo dices?

—Que algún día regresaremos, hermana —Me abrazó por el hombro e igual que yo vio nuestra habitación con desganas—, y puedes apostar que esta vez será para quedarnos.

—Ojalá sea así... —Apreté el sobre contra mi pecho.

—Lo haremos realidad, lo prometo —Sonrió asegurando sus palabras—. Bueno... —Suspiró—. Andémonos, los chicos nos esperan —Se despegó de mí y se regresó a la puerta.

—¿Qué chicos? —pregunté con un nudo en mi garganta.

—Gabriel, Ricardo y Asim, mija, ¿quienes más?

—Ah... —Desvié la mirada a mis pies, sintiendo que la piel de mis mejillas ardía después de escuchar el nombre del Astroboy.

—Ay, mana, me tienes preocupada, ¡estás en la luna! —gritó saliendo del cuarto.




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