Lo que la luz dejó

Cap. 17: La pradera de estrellas

—Asim... No tengo dudas —Bajé mi tono de voz cayendo mi atención en la fotografía.

—Si de hecho así se llamaba, ¿lo conocen? —Se extrañó Navarro.

—Es... Un amigo nuestro y algo... —May me miró— cercano de Mili.

—¿De verdad? Pensé que era tu novio, Mili —comentó Kate.

—Cállate, Katherine —La regañó Alexis.

—Ups...

Navarro bajó en picada su desorientada expresión hasta la mía que no quería creer que de nuevo se me cruzase de frente el "Otro mundo" en letras negras sobre la tarjetita de descripción bajo el marco de la foto de un autor "desconocido". Por breves segundo me sentí observada, era evidente, los otros tres y Navarro no sabían que decir para romper el hielo. O eso pensaba cuando oí de nuevo a mi maestro.

—Mili, ¿sabías que eres como una estrella?

—¿Qué? —Todos volteamos hacia el adulto mayor sonriente, el tema parecía divertirle.

—Sí, eso eres. Tu brillas, Mili. Brillas intensamente cada vez que te haces presente y ampliamente como si fueras una "pradera de estrellas" después de pasar por "El prefacio inédito".

Instintivamente todos vimos hacia donde miró, el cuadro al principio de la sala de mi autoría en el que varios obstruían la vista de la historia que guardaban sus oleos de color blanco brillante en un recinto naval como la noche. Navarro conocía esa historia, yo misma se la conté una vez cuando inicié en artes, hacía honor a una ilusión que vi luego del primer cuadro que pinté del viaje después del accidente, ese tal cual había modificado y ahora era expuesto en la entrada del evento.

Era dos cuadros y ambos estaban en la misma sala. El primero era el del al final del pasillo que podía verlo aún con los ojos cerrados: era un surrealista de tonos blancos, grises, azules, negros, morado y poco amarillo. Estaba todo mezclado, a primera vista era difícil de entender su significado, pero yo que lo había hecho sabía que sus curvas y diseño hacia la forma de una estrella dejando estelas de luz en espiral, hasta el final donde suspendía su reposo sobre los pétalos de una flor morada.

¿Se dan una idea de donde lo había sacado? "Eres una flor que fue iluminada por una estrella fugaz. No lo olvides porque yo no lo haré...". Aun no sabía que quiso decir con aquello, pero siempre hacia resonancia en mis oídos y rebotaba en todo mi interior, acariciando partes que producían ciertos cosquilleos que solo el recuerdo de sus ojos hacía aparecer.

Y el segundo cuadro, pues era otra cosa. El prefacio inédito representaba la experiencia que me dejó luego del viaje a Venezuela y a mi pasado: Hay veces que el camino se acaba y nos hallamos frente a un oscuro túnel sin fondo, nos preguntamos: ¿hay final?; Olvidando si acaso nos atrevemos a pasar por el comienzo para averiguarlo.

El temor es universal, siempre está con nosotros acompañado de otro gran poder: valentía. Otro que ignoramos por completo al momento en que debemos enfrentar el miedo y es cuando el túnel se hace más y más hondo, al punto de que asimilamos que nunca acabará el trayecto y que el primer paso que definimos dar, jamás se hizo.

Solo una cosa, no se puede retroceder al antiguo camino porque ya no hay retorno al pasado, así que solo queda atravesar el túnel y esperar reparar en el final. Es cosa de atreverse y dejar que el punto luminoso llegue por si solo en su debido momento, aunque la espera se haga eterna.

Y eso justo transitaba atrevidamente en mi vida, ahora que mis dedos jugueteaban con la servilleta de donde antes había puesto una pieza del paquete de galletas de pasta seca que compramos en una panadería cercana al hotel donde seguía la exhibición, tomándonos un descanso de tan largo día de presencia artística.

—¿No quieres otra galleta, Hermanita? —preguntó May. Negué—. ¿Y jugo? —Negué de nuevo—. Y si...

—No deseo nada ahora, May... —susurré cortando su momento de: "soy tu hermana mayor y estoy preocupada".

Normalmente galletas y jugo era lo único que necesitaba para desconectarme de mis problemas, así se sencilla soy, pero ya estaba siendo demasiado aguantarme mi explosiva intolerancia al silencio ajeno. Mayriol me conocía, sabía que me podría poner muy insoportable si no podía hacer lo que quería. ¿Qué quería? Resolver los cabos y censar con el silencio en que me había sumido y había callado.

De una vez el chico sin nombre debería abrir la boca.

Bufé, me estaba comportando de lo más infantil y era lo más cercano que tenía para calmarme de a poco, porque era un hecho que Asim no aparecería en mi vida de nuevo. Y, ¡dios! Tampoco se lo iba a rogar, aún tenía algo de dignidad. Al carajo con su silencio, iba a encontrar la forma de olvidarlo y hacer mis recuerdos desde cero otra vez sin él en ellos.

¿Me la creo? No. Bufé de nuevo, ese chico me traía loca.

—Oye, Mili, ¿Quieres…?

—Nada, May, por favor, ya. Tampoco soy una niña pequeña que todo lo arregla con dulces —Tal vez eso había dicho, pero mis pucheros y mordiscos a otras de las galletas le decía que solo quería hacer lo que mejor sabía hacer: marearme con mis pensamientos.

—No, Mili —Rieron sacándome al desconcierto.




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