Lo que los ojos no ven

Capítulo 4.

CAPÍTULO 4

“HUGO”

Cuando conocí a Noah, ambos teníamos diez años. Estábamos en el colegio, y mientras otros corrían a la hora del receso, yo leía un libro nuevo en el patio. Permanecía tranquilo cuando un niño de cabello rubio se acercó a mí y me preguntó si me estaba gustando el libro, que ya lo había leído y le encantó. Me sorprendió mucho el hecho de que se acercara a mí sin haber tenido una conversación antes, pero me agradó saber que él también sabía sobre libros. Pronto descubrí que no era el único solitario del colegio. Eventualmente nos hicimos amigos. Éramos dos nerds que lo único que sabían hacer era leer libros y debatir sobre ello, pero todo cambió para mí luego de la muerte de papá… Y pese a todo, Noah seguía siendo mi mejor amigo. Era el único amigo que tenía realmente, y el único que me bridó su apoyo, como cuando me ayudó al regresar de su viaje, cuando más necesitaba de apoyo al salir de la casa de mi madre. Llegué a considerarlo mi hermano, al menos el que me entendía.

Luego de nuestro brusco encuentro le di un fuerte abrazo. Hacía tiempo que no lo veía, pues desde hace un par de años que se mudó a Madrid por una beca para estudiar Literatura. Antes de ello vivimos juntos por casi tres años en lo que ahora era mi apartamento, él hacía del lugar algo más acogedor a pesar de su actitud moralista. Y era el único que sabía toda mi historia antes de que se mudara al otro lado del mundo; pero cuando se fue, dejé de sincerarme por completo con él, a pesar de que manteníamos conversación y nos comunicábamos casi todos los días. 

Eventualmente empezó el cuestionario sobre lo repugnante que resultaba mi departamento. Obviamente no le dije la verdad. Y aunque por un momento dudé sobre contarle todo, preferí solo informar sobre el accidente e inventar que me deprimía mucho el hecho de haber perdido mi auto. Una explicación con el cincuenta por ciento de verdad, pero lo suficiente como para que me crea. Noah sabía que cuestionar mis acciones no era la mejor opción, tendía a ser demasiado irritante cuando lo hacían y era mejor evitar eso, y más cuando nos veíamos después de mucho tiempo.

- ¿Por qué no abres por lo menos una ventana? No te haría mal un poco de luz, estás tan pálido como un fantasma. –Mencionó Noah apareciendo de repente en la pequeña sala de estar. Vestía unos jeans claros, una camisa blanca y un abrigo gris por encima, un poco largo con enormes botones negros. Se veía muy despierto para apenas levantarse. Hizo a un lado las cortinas de la ventana para recibir los rayos de sol intensos de la mañana.

-Carajo. –Gruñí entrecerrando los ojos resentidos y cubriendo mi rostro con el brazo por la intensidad de la luz–. Aún es temprano.

Pese a todo, por desgracia solo estaba de paso por la ciudad, lo cual implicaba que su estancia no duraría tanto como me hubiera gustado, pero de alguna manera era lo mejor, así no vería mi triste estado y me ahorraría el tener que darle explicaciones. Odiaba eso cuando se trataba de hablar con él, siempre hacía preguntas sobre cómo me sentía y me hacía sentir como su hermano menor, a pesar de yo ser mayor por dos meses.

-Bueno, me tengo que ir. –Dijo con un tono de voz sereno que intentaba ocultar la pena que sentía dentro. Se acercó a su bolso de cuero sobre el sillón y lo cargó sobre su hombro.

-Eso fue rápido. –Ladeé mi cabeza y pasé mi mano por el cabello revolviéndolo un poco. Caminé hacia la cocina para beber un poco de agua.

-Por ahora. 

- ¿A qué te refieres? –Fruncí el ceño volviéndome hacia él.

Él solo optó por mirarme jocoso. Intuí que intentaba decir que regresaría pronto, lo cual me alegró.

-De cualquier forma, tienes la llave. –Bebí un poco del agua de mi vaso y continué–. Solo avisa que vendrás. No garantizo que no te romperé la cara la próxima vez que me asustes de esa forma. 

-Claro. –Sonrió divertido, y yo bebí un poco más de agua para ocultar mi sonrisa.

Dejé el vaso en el fregadero y me acerqué para despedirme.

-Espero verte pronto. –Pronuncié mirándolo a los ojos mientras le extendía una mano.

-Más pronto de lo que crees, espero. –Asintió con la cabeza y tomó mi mano para estrecharla. Sus ojos azules brillaban por la luz que entraba por la ventana previamente abierta–. Cuídate, hermano.

-Como siempre. 

-Promete no matarte en el intento. –Musitó más serio de lo que aparentaba.

-No prometo nada. –Sonreí jocoso, a lo que él sonrió dando un suave resoplido mientras me observaba con minuciosidad. Sentí como si supiera que me estaba yendo mal y por un momento lo odié. Odié que se preocupara tanto por mí.

 

“SOFÍA”

Llegué a cansarme de escuchar a muchos decir que la vida es complicada. Sí, lo es, pero solo hay dos maneras de vivirla. Maldiciéndola y llenándonos de odio, o lucha para tener una vida mejor.

Mi opción más coherente fue hacer de mi vida lo más parecida a lo que era antes. Difícil, pero no imposible.

Decidí darle una oportunidad más sólida a la plastilina. Decidí arriesgarme a moldear algo significativo que sirva como práctica y así dejar de conformarme solo con estrujarla con mis manos. 




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