Lo que los ojos no ven

Capítulo 11.

CAPÍTULO 11

“HUGO”

La cantidad que había disminuido en mi cuenta por el pago de la enorme suma que debían los papás de la rubia en el hospital, era ridículamente inferior a lo que aún quedaba. Le había ahorrado una enorme suma de dinero en deudas a sus papás y a ella. Y odio aceptarlo, pero se sentía satisfactorio al poder ayudar a alguien más, aunque sea solo en eso. 

Era martes, y odio admitirlo, pero se sintió extraño no tener a la rubia atormentándome el día anterior. Sin embargo, me agradó escuchar de Noah la razón por la que no vino. Resulta que había empezado con su tratamiento para encontrarle una solución a su condición, si es que la había. Esbocé una sonrisa al escuchar a Noah decirlo, una sonrisa que rápidamente reprimí porque era muy estúpido y absurdo sentirme así por ello.

Escuché pasos en el pasillo, acercándose a la puerta principal. Rápidamente levanté mi teléfono para ver la hora; tres con quince.

Noah traía a la rubia. 

Espontánea y ridículamente corrí hacia mi habitación para cerrar la puerta detrás de mí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al sentirme ridículo por correr a esconderme como un niño. Maldición, ni siquiera sé por qué lo hice. Ni siquiera podía verme. 

-Regresaré dentro de una hora. –Escuché hablar a Noah–. Tengo un par de cosas que hacer súper rápido. ¿Crees que puedas soportarlo?

Santo cielo, hablaba como si ella fuera mi niñera. Que absurdo.

- ¿Tú también vas a dudar de mis capacidades? –Inquirió la rubia con diversión en su voz.

-Perdón. Bueno, te veo en un rato. –El tono sonriente de Noah se hizo presente–. ¡Y tú pórtate bien! –Gritó dirigiéndose a mí. Estúpido, ni que fuera un niño. Que suerte que no me vio correr porque si no sus burlas aumentarían.

- ¡Claro, mamá! –Le respondí rodando los ojos, con una sonrisa en mi rostro que no me molesté en ocultar porque no podían verme. 

Tras eso escuché la puerta cerrase al irse, y seguidamente los pasos lentos de la rubia por el pasillo, chocando con una que otra cosa que se encontraba en el camino, pues aún no reconocía completamente el camino. Aún me parecía imprudente el dejar sola a una persona que no podía ver, en un lugar que desconocía por completo, y ni hablar del hecho de que se quedaba en la casa de un extraño. Me resultaba increíble cómo es que a veces el intelectual Noah podía ser tan irresponsable e irracional.

 Me senté en el suelo apoyándome en la puerta cerrada de mi habitación. Inesperadamente, del otro lado, ella hizo exactamente lo mismo.

-Gracias de nuevo por devolver a mi perro. –Mencionó la rubia entre el silencio.

Si tan solo supiera que se perdió por mi culpa no diría eso… Aun maldecía al pelinegro por interferir, aunque muy en el fondo le agradecía por ello. Si no fuera porque perdió a ese estúpido perro por mí, no hubiera sabido que la familia de la rubia estaba ahogándose en deudas por mi culpa. Y ahora que lo pienso, he de ser muy afortunado que la rubia no tenga ni idea de quién pagó sus deudas y los demás, porque si no me agradecería día tras día, o peor aún, intentaría devolverlo. 

- ¿Siempre haces eso? –Cuestioné un poco fastidiado. No estaba acostumbrado a recibir agradecimientos de alguien más. Incluso Noah sabe que no debe darme las gracias sin importar qué favor le haga. 

- ¿Qué cosa? 

-Agradecer a cada rato. –Mascullé tratando de no sonar tan pedante.

-Solo con los que realmente me han salvado la vida. –Respondió ella, tan sosiega que me parecía increíble.

Me parecía una completa exageración, carente de razón. ¿Cómo es que devolverle su perro puede llamarse salvarle la vida? Que absurdo. De hecho, creo que no le salvé la vida, si no que se la arruiné en un principio.

-Y ya sé que estás pensando que es estúpido llamarlo así a encontrar a mi mascota, pero Max no es cualquier mascota… Es parte de mi familia. –Musitó.

-Cómo Noah conmigo.

Ella soltó una risita suave, ocasionando que las comisuras de mis labios se elevaran en son de forman una sonrisa. 

 

“SOFÍA”

- ¿Te puedo hacer una pregunta? –Inquirí nerviosa por su respuesta. No sabía cómo reaccionaría, pues este chico resultaba como una bomba de tiempo que no sabes cuándo explotará. 

-Depende cuán personal es. –Respondió serenamente. Menos mal, porque si explotaba no sabría qué hacer.

No lo había notado hasta entonces, pero él también estaba sentado contra la puerta de su habitación, lo sentí cuando se movió, pero no supe quién copió a quién.

- ¿Qué le pasó a tu papá? –Cerré los ojos ingenuamente, como si al estar cerrados harían alguna diferencia de cuando estaban abiertos–. ¿Cómo murió?

Él se mantuvo en silencio por unos minutos, y cuando perdí las esperanzas en obtener una respuesta habló.

-Esa es una pregunta muy personal. –Respondió con suma serenidad que me pareció extraño–. No he hablado sobre eso con nadie más desde que pasó. Noah lo sabe porque para ese entonces ya era mi amigo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.