Lo que los ojos no ven

Capítulo 14.

CAPÍTULO 14

“HUGO”

Tras haber pasado cuatro días de acompañarla y aguantarla, empezaba a sentir menos pesada a la rubia. No creí que eso sería posible, pero increíblemente, tenía algo de interesante debajo de toda su torpeza, su irritable voz y sus preguntas absurdas. No era tan insoportable como solía creer, y el tiempo me dio esa noción. 

Levanté la mirada de mi teléfono al ver a Noah y la rubia acercarse. Salían de la puerta del hospital con dirección a mí, que me encontraba dentro del auto en el estacionamiento. El preciado día para Sofía había llegado, pues el doctor le daría noticias sobre el procedimiento de terapia y tratamiento que llevaría para recuperar su visión. Su emoción se veía ligeramente reflejada en mí.

- ¿Y entonces? –Inquirí mirando a través del espejo retrovisor, para verlos. La rubia se mostraba notoriamente triste. Llevé el punto de mi mirada hacia Noah, que me lanzaba una mirada de compasión mientras movía su cabeza ligeramente a los lados para indicarme que no pregunte nada. 

- ¿Podemos irnos? –Preguntó la rubia suavemente con voz inexpresiva.

¿El doctor le había dado una mala noticia? No encontraba explicación a su actitud, porque antes de ingresar irradiaba una asfixiante alegría y ridícula esperanza. 

-Claro. –Respondí y di marcha al auto. Me moría por saber qué fue lo que pasó. Qué fue lo que la apagó, pero también comprendí el que quiera su espacio y no hablar sobre ello, porque yo también me sentí así algunas veces.

Dejé a Noah en su trabajo y me entregó una copia de la revista Forbes, donde estaba publicado el artículo en el que hablaba sobre la rubia. Caí en cuenta de que no se lo había leído aún. Luego seguimos con el camino en silencio. El semblante de la rubia estaba apagado y no se podía reconocer a aquella chica que hacía muchas preguntas y me fastidiaba mucho. Parecía un robot al que habían apagado con un botón. No era ella, y ciertamente no me agradaba así. Hacía que el silencio que una vez anhelé, se sintiera agotador y sofocante.

Por un carajo, debía saber que pasaba.

- ¿Hoy no vas a preguntar nada? –Inquirí con un pésimo intento de hacerla sonreír.

-No tiene caso, ¿o sí? –Respondió inexpresiva con la mirada hacia la ventana, pero dentro del auto.

Siendo completamente sincero, verla así era terriblemente agotador. Extrañamente me sentía en su lugar, como si hubiéramos intercambiado papeles, y era yo quien quería saber qué le pasaba. Y maldición, sí que se sentía extraño.

Odiaba sentir compasión por ella, odiaba sentir ese tipo de sentimiento por ella. No estaba acostumbrado a eso. Y sea lo que sea que le pasaba, necesitaba hacer algo que la lleve a querer darme una explicación sin que yo le pregunté. 

Una idea llegó a mi cabeza. Era estúpida y agobiante teniendo en cuenta que no podía creer que lo haría por ella, pero su actitud se me hacía familiar y hacer algo por ella era lo que yo también hubiera querido antes. 

Levanté mi teléfono y escribí un mensaje para Sergio, mi hermano.

Hugo: ¿Ella está en casa?

Sergio: Salió. No volverá hasta la tarde.

Hugo: Voy para allá. Necesito algo.

Sergio: Te esperaré.

Por un carajo, esperaba que valiera la pena porque me arrepentiría después. 

 

“SOFÍA”

El auto se detuvo de pronto. Hugo bajó del auto y abrió la puerta de mi lado.

- ¿Qué sucede? –Cuestioné confundida, frunciendo levemente el ceño.

-Haremos una parada. –Informó Hugo sin mucha explicación.

- ¿Dónde estamos? 

-Solo vamos. 

-Hugo, por favor… No estoy con los ánimos de… –Intenté completar mi objeción, pero me interrumpió con un fuerte resoplido en forma de cansancio.

-O vienes o te cargo, porque no vine hasta aquí para que te niegues a bajar. –Pronunció tan altanero como siempre.

Ni siquiera tenía suficiente ánimo como para rehusarme, mi corazón estaba llorando desconsoladamente y me agotaba. Terminé siendo guiada por el estúpido chico hacia un lugar que desconocía por completo. Caminaba entre triste y confundida, mientras hacía mi mayor esfuerzo en no demostrarle a Hugo cómo me sentía, pues lo que menos quería era que se sintiera mal por la noticia que recibí. Por Dios, ni siquiera era fácil para mí y, aun así, velaba porque el chico no se sintiera mal por mí.

Solté una risita suave en mi interior al repasar mi pensamiento, pero tal cómo vino se fue y regresó la tristeza a mi interior.

Una puerta se abrió y Hugo dio el primer saludo.

-Solo será un momento. –Pronunció Hugo hacia la persona que abrió la puerta. Parecía tener demasiada confianza a juzgar porque no dio ni un saludo. O al menos no lo escuché.

- ¿Ella es…? –Cuestionó una joven voz masculina, de alguien de diecisiete años, aproximadamente. 

-Mi novia no, desde luego. –Respondió Hugo secante, y me presentó ante el chico–. Ella es Sofía. Una conocida.




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