Lo que los ojos no ven

Capítulo 20.

CAPÍTULO 20

“HUGO”

La luz que ingresaba por la ventana le hacía daño a mi cabeza. Me revolví sin despegar mi cuerpo de lo que fuera en lo que estaba recostado. Abrí los ojos lentamente al recobrar la conciencia de lo que había ocurrido el día anterior. La resaca estaba haciendo efecto. Una punzada atacó mi cabeza mientras me levantaba y notaba que me encontraba en la cama de mi habitación. Ni siquiera recordaba bien cómo llegué allí. Me volví a recostar de golpe soltando un resoplido de cansancio. Hacía unas cuantas semanas que no tenía una resaca. Había olvidado lo crueles y realistas que eran.

Intenté volver a dormirme, pero por más que lo intentaba no podía volver a conciliar el sueño.

-Carajo. –Expresé con desagrado y me levanté de la cama. Salí de mi habitación esperando no encontrarme con Noah. Esperaba que se hubiera ido a trabajar más temprano, pero el encontrarme con él hubiera sido menos incómodo que la persona con la que me encontré  recostada en el sofá.

Sofía. 

-No puede ser. –Exclamé con un resoplido en forma de rendimiento. Más fuerte de lo que pensé, pues la desperté.

-Ummm… ¿Hugo? –Cuestionó somnolienta.

- ¿Qué haces aquí tan temprano? 

-Nunca me fui. –Musitó levantándose para sentarse.

Rodé los ojos, incrédulo y seguí mi camino hasta la cocina para beber un poco de agua.

Me sentí extremadamente incómodo con ella allí. No entendía por qué seguía allí después de lo que le dije, después de todas mis acciones y decisiones. ¿Por qué seguía huyendo de aquella verdad y en su perspectiva la convertía en una mentira? ¿Por qué se enamoró de mí sabiendo que era completamente diferente a ella? ¿Por qué, si le había hecho notar que gran parte de ella me repelía? ¿Por qué alguien que es tan completamente opuesto en todos los sentidos? 

Entonces maldije a la vida. La maldije porque de entre todos los periodos de tiempo y universos existentes, de los cientos de planetas que hay en el universo, precisamente nos juntó aquí. En el mismo planeta, en el mismo continente, en el mismo país, en la misma ciudad, y más precisamente en el mismo accidente. Simplemente maldije el que nos haya juntado.

La incongruencia de todo me generaba cientos de preguntas que en cierto modo me las hacía a mí mismo. Y las respuestas solo eran un juego de buscar una aguja en un pajar. Prácticamente imposible de ganar. Lo cual me generaba rencor hacia mí mismo y me hacía querer tener el poder de crear un sentimiento igual de fuerte al nudo que generó la rubia en mi pecho. No estaba listo para volver a sentir el amor. Ni siquiera recordaba lo que se sentía. 

- ¿Podemos conversar de lo que pasó ayer? –Musitó con pena en su tono. Giré sobre mi eje para tenerla en frente. Mantenía la mirada firme hacia el frente, aunque podía notar que se esforzaba mucho.

-Olvídate de lo que pasó ayer. Haz de cuenta que nunca pasó. Será lo mejor para ambos. –Espeté, evadiendo su mirada, a pesar de que no podía mirarme. Sus ojos me intimidaban ante el hecho de lo mucho que se parecían a los míos, y por consecuencia a los de mi papá.

-Claro… Pero… –Intentó agregar, pero la detuve.

-No hay ningún “pero”. Aquí solo hay una verdad, y esa es que tú saldrás lastimada de esto si no te alejas pronto.

-No creo poder salir más lastimada que como estás tú ahora. 

-Esa es la cosa. Cuando se trata de daños, conmigo nunca hay un límite. –Pronuncié con voz inexpresiva, para que ella no percibiera ningún de mis sentimientos. Quería a Sofía y lo había aceptado, y precisamente por ese sentimiento es que no podía permitirme acercarme a ella y joderle la vida como siempre hacía con todas las personas que me rodeaban. No podía hacerle eso. No a ella.

 

“SOFÍA”

No sabía qué pensar ni en qué creer. Mi mente gritaba una cosa mientras que mi corazón decía otra completamente diferente, como las conciencias de bondad y maldad que aparecen en el hombro de los personajes en películas animadas. Simplemente no sabía a quién obedecer… 

Las palabras de Hugo eran firmes, pero se sentían delicadas. Disfrazadas, ocultando su ambivalencia. Y podía entender que a veces estaba bien que se ponga a la defensiva, pues sus experiencias habían hecho que sintiera que el mundo era menos suave, pero no significaba que por ello debía endurecer su piel y aislarse del resto. Quería demostrarle que se equivocaba. Quería hacerme un lugar habitable para él, quería volverme aquel lugar donde él pueda descansar tranquilo al saber que estará seguro, sintiendo el calor de mis sentimientos y yo de los suyos. 

-Solo trato de… –Intentó hablar, acercándose un poco a juzgar por el sonido cercano de su voz.

-No te atrevas a decir que tratas de protegerme. –Moví la cabeza en son de negación, endureciendo mi voz.

-Pues es la verdad. –Respondió, generando un sonido en el sofá al sentarse junto a mí–. Ya te hice un gran daño, no puedo ser responsable de otro más.

-Deja de preocuparte por mí. –Espeté ligeramente fastidiada por su resignada actitud.

Él soltó una risita cínica que me molestó más.

-Mira quién lo dice. 

Callé por un momento. Hugo resultaba tan críptico que a veces daban ganas de ahorcarlo y sacarle información torturándolo, y en cierto modo eso había sido lo que había hecho las últimas semanas, solo que no de la peor manera.

-Esto es lo que haremos. –Mencioné con firmeza, en un increíble alarde de valentía–. Empezarás con el tratamiento a partir de mañana o si no presentaré una denuncia hacia ti por chocar contra mí.

Él soltó una risa divertida.

-Por Dios, ambos sabemos que no serías capaz. –Chistó.

Tenía razón. No podría hacerle eso. No lo hice antes, mucho menos lo haría ahora que sentía algo por él.

-Pruébame. –Reté.  

Calló por unos segundos y se levantó del sofá para regresar tras un corto momento.




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